Por: Carlos Guevara Mann
A lo largo de la historia, las guerras han comprometido la seguridad alimentaria y producido terribles hambrunas. Cormac Ó Gráda (2011), economista irlandés, afirma que hasta las economías avanzadas son vulnerables a la escasez de alimentos durante situaciones de violencia armada. Más aún lo son—evidentemente—las economías precarias y poco organizadas.
El autor cita las hambrunas durante el asedio nazi a San Petersburgo (1941-44), Grecia (1942-43), el gueto de Varsovia (1943) y Holanda (1944-45) como ejemplos de extrema carencia de comestibles en economías relativamente avanzadas. Su resultado fue la muerte de cientos de miles de personas por edema de hambre, neumonía y distrofia muscular y alimentaria.
Las guerras destruyen cultivos, merman recursos para la producción, interrumpen cadenas de suministro, reducen la disponibilidad de alimentos y dificultan el acceso a la comida. Como si fuera poco, el hambre ha sido y sigue siendo utilizada como arma de guerra, tanto en conflictos internos como en conflagraciones internacionales.
En nuestro pasado no tan lejano tenemos el trágico cerco a Aguadulce durante la guerra de los mil días. En 1901, la insurgencia liberal sitió aquella población, impidiendo la entrada de alimentos y suministros. Así logró la rendición del ejército oficialista, aquejado por el hambre y las enfermedades.
Una interesante nota de National Geographic se refiere a la perversa táctica de privar de alimentos a las poblaciones en medio de conflictos armados. Durante la guerra civil estadounidense, indica el artículo, el ejército unionista (norteño) aplicó el denominado “Código Lieber”, según el cual le era permitido matar de hambre a los beligerantes hostiles, armados o desarmados.
Bajo la dictadura de Hitler, Alemania elaboró un “Plan de Hambre” el cual, de haberse implementado, hubiese conducido a la muerte adicional de unas 20 millones de personas en la Unión Soviética. Aún sin aplicar su diabólico “Plan de Hambre”, la incursión nazi causó una mortandad épica, en gran medida por falta de comida, como en el ya mencionado sitio de San Petersburgo.
En nuestra contemporaneidad, las partes beligerantes han usado la privación de alimentos como táctica de guerra en los conflictos internos de Sudán del Sur, Siria y Yemen (https://education.nationalgeographic.org/resource/hunger-and-war).
Para hacer frente a semejantes atrocidades, el Derecho Internacional Humanitario prohibió la manipulación alimentaria como instrumento de guerra. Tal cual lo recuerdan las Directrices voluntarias de la FAO en apoyo de la realización progresiva del derecho a una alimentación adecuada (2004):
“En situaciones de ocupación … la potencia ocupante … tiene el deber de garantizar los suministros alimentarios y médicos a la población … aportar los productos alimenticios, suministros médicos y otros artículos necesarios, si los recursos del territorio ocupado son insuficientes, y … si la totalidad o parte de la población de un territorio ocupado no recibe un suministro adecuado, la potencia ocupante deberá acordar planes de socorro … y … facilitarlos con todos los medios a su disposición.”
El Protocolo I adicional a los Convenios de Ginebra de 1949 relativo a la protección de las víctimas de los conflictos armados internacionales, adoptado en 1977, prohíbe “atacar, destruir, sustraer o inutilizar los bienes indispensables para la supervivencia de la población civil, tales como los artículos alimenticios y las zonas agrícolas que los producen, las cosechas, el ganado, las instalaciones y reservas de agua potable y las obras de riego, con la intención deliberada de privar de esos bienes, por su valor como medios para asegurar la subsistencia, a la población civil o a la Parte adversa, sea cual fuere el motivo, ya sea para hacer padecer hambre a las personas civiles, para provocar su desplazamiento, o con cualquier otro propósito” (Art. 54:2).
La violación de estas normas configura un crimen de guerra, imputable ante el Tribunal Penal Internacional a partir de la entrada en vigor del Estatuto de Roma (2002). El artículo 8° de dicho estatuto define como crimen de guerra, entre otras abominables conductas: “Hacer padecer intencionalmente hambre a la población civil como método de hacer la guerra, privándola de los objetos indispensables para su supervivencia, incluido el hecho de obstaculizar intencionalmente los suministros de socorro de conformidad con los Convenios de Ginebra” (acápite 2-b-xxv).
Muchas partes beligerantes siguen irrespetando el Derecho Internacional Humanitario, incluyendo lo referente al uso de los alimentos como instrumento de guerra. La criminal invasión de Ucrania, en abierto desafío al Derecho Internacional, como lo determinó la Asamblea General de las Naciones Unidas en su resolución A/ES-11/L.1 (1 de marzo), es el más reciente y dramático ejemplo de esta práctica repudiable.
Sus impactos sobre la seguridad alimentaria, no solo en Ucrania, sino, también, en muchas otras partes, son enormes y deplorables. Esos impactos merecen cuidadoso estudio por todos los gobiernos del mundo, incluyendo el de Panamá, que no parece ser consciente de las masivas violaciones a los derechos humanos—particularmente, entre ellos, el derecho a la alimentación—desatadas por la agresión rusa a Ucrania.
Tampoco parece haberse enterado de las fuertes afectaciones que dicha conflagración está propinándole a la seguridad alimentaria mundial y nacional.
“No hay duda de que los alimentos, en muchas diferentes facetas, son utilizados como arma de guerra”, señaló David Beasley, director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas. Esa utilización, por parte de Rusia, abarca no solo la privación de alimentos a la población ucraniana y la destrucción de medios de producción—claramente tipificados como crímenes de guerra—sino, además, la obstaculización de las exportaciones de cereales ucranianos.
“El hecho de no abrir puertos en la región de Odessa es una declaración de guerra a la seguridad alimentaria mundial y provocará hambrunas, disturbios y desplazamientos” en muchas partes, señaló Beasley ante el Consejo de Seguridad (Deutsche Welle, 25 de mayo). ¿Cómo responde Panamá a esta amenaza a la paz mundial y a nuestra seguridad alimentaria? Todo indica que con la acostumbrada indiferencia y desidia.
Columna publicada originalmente en La Prensa (Panamá), 8 de mayo de 2022. El autor es politólogo e historiador; director de la maestría en Asuntos Internacionales en Florida State University, Panamá; y presidente de la Sociedad Bolivariana de Panamá.
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