Por: Clare Nasir
Las estribaciones de los Himalayas son posiblemente el lugar más remoto en el que he cenado. El paisaje es impresionante. Una cascada de picos montañosos se extiende por el horizonte; a sus pies serpentean amplios valles. Estamos en la provincia de Karnali, a seis horas en vehículo desde Katmandú, capital de Nepal, donde el paisaje es frondoso y de todos los tonos del verde posibles, unas veces deslumbrante a la luz del sol, a menudo oscuro y terroso con el paso de las nubes y la lluvia.
Las carreteras son sinuosas angostas y están plagadas de baches a causa de los temporales. A veces bloquean el camino montones de rocas y peñascos que quedan tras una ingente avalancha de agua que baja por las laderas cuando llueve torrencialmente. Estamos a finales de septiembre y la temporada de los monzones debería estar tocando a su fin, aunque el ambiente sigue dominado por la humedad.
Una semana antes de mi viaje, más de 80 personas perdieron la vida en una provincia vecina cuando un exceso de agua desbordó las laderas, causando violentos desprendimientos de tierras.
Las comunidades locales viven todo el año amenazadas por el cambio climático y por condiciones meteorológicas extremas. Las lluvias monzónicas seguían antes patrones previsibles, pero ahora son más erráticas que nunca y cuando se precipitan lo hacen con intensidad. La temporada seca es más extrema que hace unos decenios, y los incendios forestales brotan y se propagan con una facilidad mortífera. Cada estación desata fuerzas de la naturaleza que ponen en peligro vidas y tierras, y sabemos que ello se debe a la crisis climática en un sentido más amplio.
Subiendo por una pendiente rocosa, a cinco minutos de una pequeña aldea, aparece una explotación agrícola. Camino con Sam, mi camarógrafo, y un equipo nepalí del Proyecto de Adaptación Orientada a los Pequeños Agricultores en las Zonas Montañosas (ASHA), respaldado por el FIDA.
Al cruzar un arroyo tumultuoso, veo a Megnath Ale Magar, su mujer y su familia. Estamos en su granja, situada en la ladera, y han venido a mostrarme el lugar. Su mirada es serena y se mueven de forma ágil y con firmeza. La cámara los sigue, pero tengo la sensación de que siguen dirigiendo la atención a sus tierras, sus animales y sus plantas: su cosecha.
He venido a probar un plato tradicional: dhindo al curry de hoja de ortiga y tomates encurtidos. Todos los ingredientes son de cultivo propio. Al poco me arrastro montaña arriba siguiendo los pasos ligeros de la Sra. Ale. Nos rodean más de 200 plantas: un vergel exuberante de frutas y hortalizas. Ella arranca las hojas superiores de las ortigas, que son las más jóvenes, y selecciona pimientos picantes frescos, tomates carnosos, hierbas de todo tipo y granos de pimienta de Sichuan. Del otro lado llega el sonido tenue de bueyes, cabras y cerdos paciendo; se recogen su orina y sus excrementos para utilizarlos como fertilizante y abono.
Este viaje representa algo más que una oportunidad de comer con la familia; he venido a presenciar cómo se defienden los agricultores locales ante las repercusiones climáticas mundiales.
Megnath ha adoptado la permacultura, práctica agrícola sostenible y autosuficiente que imita la diversidad y la resiliencia de los ecosistemas naturales. Los resultados comportan transformaciones. Los suelos son más firmes; los cultivos autóctonos, más resistentes y fructíferos. La ordenación de las aguas y las tierras resulta tan ingeniosa, interconectada y naturalmente diligente como sus colmenas, acomodadas a la sombra de una fila de limoneros y naranjos.
En climatología hablamos de adaptación, tema crucial de las próximas conversaciones de la 27.a Conferencia de las Partes en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP 27), que se celebrará en Egipto. Con todo, una cosa es debatir sobre estos métodos sentados a la mesa de una conferencia y otra distinta adaptarlos de manera eficaz para proteger vidas, medios de subsistencia y entornos naturales. Para ello hacen falta esfuerzo, paciencia y apoyo financiero.
En una ladera del interior de Nepal presencio esto: una determinación férrea que aprovecha conocimientos ancestrales y empodera a través de la acción.
La comida que me prepara la familia —lo que llamamos “Recetas para el cambio”— es toda una experiencia culinaria. El dhindo, plato a base de harina de maíz, es un importante alimento básico y fuente de energía; el curry de ortiga es suave y delicioso, y los tomates encurtidos desencadenan una increíble explosión de frescura en el paladar. Se trata de un plato diverso y preparado con productos locales que representa a la perfección el trabajo y los logros de Megnath y su familia.
A la hora de irme se avecinan más lluvias. Por el poco tiempo pasado aquí sé que bajarán por las laderas cascadas que encontrarán el camino más sencillo para llegar a los ríos del fondo. No obstante, dada la confianza de Megnath en sus tierras y, en sus suelos saludables, es probable que esta tromba de agua me moleste más a mí que a él. Depender completamente del tiempo es muy duro, sobre todo cuando las pautas climáticas cada vez cambian más. Con todo, me parece que esta parte de los Himalayas invita a la esperanza: un lugar en que las personas y la naturaleza colaboran en aras de un futuro más seguro.
Nota publicada en FIDA, reproducida en PCNPost con autorización.
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