Por: Pascual Gaviria Uribe
En marzo pasado el presidente Donald Trump se negó a hacerse la prueba del Covid-19 luego de haber estado en contacto con congresistas sospechosos de estar contagiados con el virus. Su negativa fue una especie de declaración de principios que demuestra desprecio y arrogancia frente a la enfermedad. Esa manera de enfrentar la pandemia ha ido creciendo entre millones de ciudadanos en todo el mundo. No se trata de alardes de inmunidad ni de posturas políticas sino de simple desconfianza, de negación e ignorancia.
En algunos barrios de municipios del país la gente se niega a hacerse la prueba. Tienen temor de ser contagiados, de ser contados en el rebaño de positivos sin tener la enfermedad, de verse señalados por sus vecinos. También crece el número de personas que desconfían de llevar a sus familiares con síntomas respiratorios al hospital, y el número de las familias que se niegan, en medio de la frustración y el recelo, a aceptar los protocolos para la cremación de familiares muerto por coronavirus.
En medio de la pandemia el desprecio por muchas instituciones gubernamentales se ha trasladado al sector salud. La incertidumbre y el dolor hacen que crezca la desconfianza. Las noticias sobre la corrupción funcionan como una especie de tamiz para negar los peligros que encarna el virus. Resulta muy difícil invocar el uso de la razón, los prejuicios facilitan la explicación repetida del engaño, del robo, de los pacientes falsos, de los cobros fantasma.
En las últimas semanas he comenzado a recibir a diario denuncias bien sea porque supuestamente un familiar fue registrado como positivo por Covid-19 estando sano, o bien porque le han comunicado una prueba negativa a pesar de tener la enfermedad. Es curioso que se desconfía tanto del resultado que condena a la enfermedad como del que salva. Algunas más relacionan a médicos con dueños de funerarias y otras alertan de contagios inducidos para enriquecer clínicas.
Lo paradójico es que los médicos y todo el personal de salud reciben un reconocimiento unánime por su trabajo. Pero sus decisiones se ponen en cuestión de manera permanente. Mucha gente parece creer que los casos de coronavirus los certifica un burócrata en un cubículo. Se olvida que intervienen primero microbiólogos en laboratorios, luego, varios médicos, entre generales y especialistas, siguen pautas estrictas de aislamiento y cuidado clínico. Al mismo tiempo que se informa a secretarías de salud, ministerio e INS.
Se necesitaría entonces poner de acuerdo a profesionales con distintas especialidades e instituciones para esconder o inflar los casos de Covid-19. Además, ese encubrimiento solo ayudaría a poner en riesgo a sus compañeros en clínicas y hospitales. Nadie pone en peligro a sus colegas más cercanos por mejorar la imagen de políticos. Y es imposible esconder los muertos, al final saldrían a la luz no solo las muertes sino las mentiras. Crecer casos para cobrar es otra ficción bien inútil. No hay ningún pago extra, los intensivistas y sus equipos no abren las puertas de las UCI para facturar como si fueran los recepcionistas en un hotel. A la gente le gusta ver la muerte de frente para creer, vale que piensen entonces en los más de 2.000 contagios y los 20 muertos por Covid en el sector salud.
A los suspicaces por hábito, por una malicia enfermiza, valdría la pena ponerles una frase en el tapabocas: “Piensa más y acertarás”.
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One Response to "Malicia crónica"
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