In memoriam
Por: Gustavo Bell Lemus
El pasado 16 de julio de este annus horribilis falleció en Ocaña, Norte de Santander, de donde era oriundo, Félix Alberto Jaime Zurek, capitán de altura de la Armada de Colombia, genio y figura hasta la sepultura. Llevaba 86 años de existencia plena. Por las restricciones propias de los tiempos que vivimos su sepelio fue muy discreto, sus familiares no pudieron acompañarlo en persona como hubieran querido, como tampoco los incontables amigos que lo querían por su calidez, su jovialidad, su picardía y su contagioso entusiasmo por la vida.
Lo vi por última vez justo en Ocaña, en octubre de 2019, con ocasión de los 95 años de mi madrina Ilva Jaime Quintero, su tía paterna y también tía de mi mamá, eran primos hermanos. A pesar de la diferencia de edad, y de que pocas veces lo veía, lo tenía muy presente, más que por acuariano, por una razón vital: como marino frustrado, siempre envidié y admiré su vida como auténtico lobo de mar. Retirado de la navegación desde 2005, su figura me evocaba los legendarios capitanes de barco de las novelas de Joseph Conrad, enfrentando toda clase vicisitudes por los mares de China. Por eso tenía en mente hacerle una extensa entrevista, a manera de tributo a la travesía de su vida.
Cuando se lo propuse aceptó entusiasmado, me comentó que en la Armada también tenían pensado enviar a alguien de Bogotá para entrevistarlo para una revista institucional. Igual no redundarían porque la que tenía en mente iría más allá de su carrera formal. Desde entonces me hice la ilusión de las largas jornadas que pasaría escuchando sus aventuras y peripecias al timón de su derrotero por los mares del mundo.
Hicimos planes para este diciembre porque pensaba viajar a la conmemoración de los 450 años de fundación de Ocaña, conocida en sus inicios como Nueva Madrid. Cada tanto conversábamos y lo hicimos con más frecuencia una vez comenzó la despiadada tiranía del bicho este que llamamos coronavirus. Esos planes, como tantos en estos agobiantes meses de confinamiento, se frustraron, pero no quiero que mi sueño de rendirle un tributo a su vida se quede en eso, en un sueño. No quiero guardar silencio ante su partida, quiero preservar su parábola vital en estas palabras. Nadie merece despedirse en silencio.
La sangre que busca el mar
El capitán Félix nació en Ocaña el 15 de febrero de 1934, en el seno del hogar de Julio Eliécer Jaime Quintero e Inés María Zurek Flórez. Bautizado en la iglesia de Santa Ana, fue el segundo de cinco hermanos y el mayor de los Jaime Zurek. Los apellidos de su familia paterna, Jaime y Quintero, son unos de los de más larga tradición en la comarca. Sobre el origen del primero de ellos no hay mucha certeza, algunos dicen que vino de Francia por la vía de Maracaibo. Sobre el apellido materno, por el contrario, sí hay claridad: es originario de Siria y llegó a Colombia como Zurayk. Como pocos conocían que Jaime era su apellido paterno, muchos lo llamaron el ‘Turco’ Zurek.
A Ocaña se le identifica en la historia nacional como sede de la convención convocada en 1828 con el objetivo frustrado de reformar la constitución de la Gran Colombia, que solo dejó como resultado dos bandos políticamente irreconciliables y el posterior atentado contra Bolívar. Su escogencia para tal evento se debió a su privilegiada ubicación geográfica, equidistante de Bogotá y Caracas, a donde se podían dirigir con cierta facilidad sus delegados. Y es que la fundación de Ocaña en 1570 por el andaluz Francisco Fernández de Contreras obedeció a la necesidad de conectar la pujante región conformada por Pamplona, San Cristóbal y Mérida con el río grande de la Magdalena.
Las crónicas cuentan que luego de intentar levantar las primeras casas en varios sitios de la zona, el diligente encomendero español se decidió por una pequeña ladera un tanto agreste situada en el denominado valle de los Hacaritamas. Sin mayor dilación obtuvo los debidos permisos del gobernador de Santa Marta, don Pedro Fernández de Busto, y procedió a clavar la consabida cruz y trazar el perímetro de la plaza mayor con sus correspondientes calles. Y seguro que para ganarse sus favores — para no decir que de lambón — Fernández de Contreras la llamó ‘Ocaña’, en honor a la villa del mismo nombre en Castilla-La Mancha, de donde era oriundo el don Pedro. Quizás por esa razón hasta bien entrada la república, Ocaña perteneció políticamente a la jurisdicción de Santa Marta, como también en asuntos eclesiásticos a su obispado.
El paso del tiempo demostró que la decisión de abrir una salida de la región nororiental al río Magdalena fue acertada, pues muy pronto afluyeron comerciantes, ganaderos, campesinos, y burócratas. Posteriormente se fundó en la margen derecha del río, Puerto Real, que más tarde, y ya en la república, se conocería como Puerto Nacional, y hoy como Gamarra. No obstante, y a pesar de su conexión con el Magdalena, llegar a Ocaña nunca fue fácil, se subía y se bajaba por trochas y tortuosos caminos de herradura que en invierno requería de varias jornadas a lomo de mula. Hasta que en 1929 se inauguró un cable aéreo de casi 47 kilómetros de extensión entre ambas poblaciones, por el que se deslizaban los ocañeros entre las nubes y en jaulas de acero. Aun así, en muchos aspectos la población seguía viviendo un tanto aislada del mundo. Y así fue hasta los tiempos del avión.
No es de extrañar pues que para un joven inquieto, indisciplinado, y brioso como Félix la ciudad le resultara estrecha y buscara desde muy temprana edad bajar al río para buscar el mar: simplemente por sus venas bullía la sangre fenicia, la que habían traído de las costas sirias a estas tierras los Zurayk, descendientes directos de los más grandes navegantes de la antigüedad, los que hicieron de los cielos estrellados las infalibles brújulas con las que recorrieron a sus anchas el Mediterráneo. A la edad de trece años y ante la pérdida inminente del tercero de bachillerato, el futuro capitán se fugó de su casa con algunos amigos y fue a dar a El Banco, puerto fluvial sobre el Magdalena, en busca de nuevos horizontes. La aventura duró muy poco, ante la alarma de sus padres, un pariente lo ubicó y lo envió de regreso a Ocaña.
De nada sirvieron las reprimendas y los castigos de rigor, la educación formal que impartían en el colegio nacional José Eusebio Caro — ocañero y padre de Miguel Antonio Caro — no era para él. Ni aun apelando a las triquiñuelas usuales para pasar los exámenes aprobaba los años. La razón era poderosa: sus ojos, para envidia del vate León de Greiff, ya habían conocido el mar.
Dicen que las aves se orientan en sus migraciones por los campos electromagnéticos de la Tierra, y de noche por las estrellas. Sus picos contienen pequeñas partículas de hierro que responden a la atracción que ejercen esos campos permitiéndoles volar con rumbos fijos. Félix había estado de vacaciones en Barranquilla en casa de un tío materno, quien, ante su impaciencia, y tan pronto pudo, lo llevó a Puerto Colombia. Allí contempló absorto el ancho mar, aspiró la brisa salitrosa del Caribe que lo envolvió todo, y era como si desde siempre lo hubiera estado esperando; entonces sintió que en las venas los glóbulos fenicios de su sangre bulleron como nunca lo habían hecho. Solo se calmarían cuando él volviera a estar al nivel de las olas.
Así fue. En 1949, a la edad de quince años, Félix Alberto Jaime Zurek, decidido a ser marino por encima de cualquier consideración, aun contra la voluntad de sus resignados padres, se embarcó en uno de los últimos viajes de las jaulas colgantes y se fue para Barranquilla. Allí fue aceptado en la Escuela de Maquinistas y Grumetes, que desde 1944 funcionaba en la vía 40 en las antiguas instalaciones de la Scadta, en lo que se llamaría la Base Naval de Entrenamiento ARC Barranquilla.
El curso lo iniciaron alrededor de 120 grumetes, en su mayoría santandereanos, entre ellos 15 paisanos de Félix atraídos por la publicidad que la Armada había hecho por las calles de Ocaña. Al principio, el entrenamiento resultó más duro y exigente de lo que habían pensado, de ahí que a las pocas semanas comenzaron las deserciones. Con el paso de los días casi todos los amigos de Félix se habían fugado de las instalaciones de la Base; él también lo pensó, y así se lo hizo saber a su mamá, con la esperanza de que ella lo alentara volver a casa. Se equivocó, su madre le recordó que él se había ido contra su voluntad y la de su padre, que estaba en una escuela de formación de hombres y no en un convento de monjitas de la caridad, y fue tajante: “Si usted quiere volarse es cuestión suya, pero las puertas de la casa están cerradas“. Ni modo…
Superados los traumas de los primeros meses, pronto se sintió a gusto en las aulas y más con la vida en la Escuela. Definitivamente era lo suyo. Lleno de la vitalidad propia de la juventud, no pasó mucho tiempo antes de empezar a destacarse como un gran atleta y maratonista, varias veces campeón de regatas en los festejos que organizaba la Armada en Barranquilla, y hasta sparring de boxeadores profesionales que pasaban por la ciudad, como el venezolano “Chicharrita” Medina, de quien Muhammad Alí aprendió el arte de la fanfarronería. En 1954 se ganó la maratón que se realizaba en Cartagena, una de las más promocionadas en el país. Su desempeño académico como suboficial tampoco pasó desapercibido para sus superiores, quienes le encargaron varios cursos de instrucción básica a los grumetes que recién entraban a la Escuela.
Tras diez años de aplicados estudios y diligentes servicios en la Armada, y gracias a una legislación especial de estado de sitio que le permitió contabilizar doblemente los años de servicio en las fuerzas militares, Félix se pensionó en 1959 ¡a la temprana edad de 25 años! Así, con toda la vida por delante y sin mayores compromisos, el joven marino salió a la calle a buscar oficio. Fue administrador del casino de Avianca en el viejo aeropuerto de Soledad; vendedor de una de las empresas otrora insignes de Barranquilla, Café Almendra Tropical; y hasta de zapatos de la célebre marca Grulla. Sin embargo, antes que pensar en dedicarse por completo a otros oficios en tierra, su verdadera vocación la mantenía intacta: sacándole tiempo al tiempo, tomó varios cursos de complementación de marina mercante en la Escuela Naval de Cadetes “Almirante Padilla” de Cartagena, obteniendo la licencia que lo facultaba ser ayudante de navegación del capitán de un barco. Fue entonces cuando aprendió a orientarse por las estrellas, para poder elaborar el mapa que le permite a cualquier capitán saber ubicar con precisión dónde está su nave y qué derrotero seguir.
Barranquilla, 11 de diciembre de 2020
El ‘Turco’ Zurek: Capitán de Mar y de Altura – Parte II: Domingo diciembre 12, 2020.
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