Por: Soledad Herrero
Querido Leo,
Hace seis meses que llegaste a nuestras vidas como un torbellino, convirtiendo la vida de tu padre y la mía en un huracán de felicidad y confusión. Aunque nos advirtieron muchas veces de lo que significaría tu llegada, fue solo al sentir tu olor indescriptible y apretar tus dedos diminutos, que pudimos entender que tu nacimiento sería el evento más rotundo y transcendental de nuestras vidas.
Hay innumerables cosas que quisiera cambiar para que tu generación herede un mundo mejor. Ese deseo fue el que me impulsó años atrás a trabajar en UNICEF, no solo en países con problemas sino a veces en zonas sacudidas por desastres y en muy difíciles condiciones. Muchos de los cambios que quisiera hacer están, desafortunadamente, fuera de mi alcance. Sin embargo, hay uno al que no renuncio a intentar cambiar, más aún desde que soy madre. Confío, Leo, que crezcas con la ambición de querer cambiarlo tú también.
El cambio al que me refiero es un riachuelo subterráneo que ha contaminado la sociedad sin pausa, pero sin prisa, a través de siglos y de generaciones. Un arroyo que continúa infiltrando las caras vistas y no vistas de las injusticias y desigualdades sociales. Un acuífero que se ha extendido de tal manera que, a pesar de numerosos esfuerzos para erradicarlo, sigue siendo invisible y omnipresente a la vez.
¿Adivinas de lo que hablo Leo?
A lo que me estoy refiriendo es a las barreras y desigualdades que todavía hoy existen por razón de género.
Establecer las bases de una co-paternindad basada en la igualdad requiere un ejercicio continuo de reflexión, diálogo, y corrección de rumbo
Los estereotipos basados en género comienzan a modelarse en el hogar, y por eso es desde nuestro hogar que te escribo esta carta hoy. Desde el momento que supimos de tu llegada, hice la promesa de trabajar con tu padre para asegurar que crecerías en una familia donde tus padres estarían igualmente involucrados en tu crianza y educación, y donde la paternidad se entendiera como un ejercicio de dos: un ejercicio basado en compartir, cooperar, y colaborar en partes iguales.
Pero debo confesarte Leo, que esto ha resultado más complicado de lo que inicialmente pensé. A pesar de lo rápido que la sociedad ha cambiado, el cuidado de los bebés parece seguir considerándose un ámbito primordialmente femenino. Parte quizás sea ineludible debido a la realidad biológica del embarazo y el parto. Otra parte parece estar ligada a cierta inercia intergeneracional; madres, abuelas y otras mujeres del entorno son las que han acumulado mayor conocimiento del cuidado de bebés, y por tanto son ellas las que de una forma u otra se posicionan al frente del apoyo y asesoramiento a los padres primerizos.
La corriente parece seguir penetrando las nuevas generaciones. Aunque niños y niñas de nuestro entorno han manifestado igual entusiasmo ante tu llegada, son las niñas las que han mostrado mayor interés por involucrarse en áreas de tu cuidado más allá del juego. Y no parece suscribirse a determinadas fronteras: con un papá indio y una mamá española, viniste a este mundo con la fortuna de poder vivir en un entorno multicultural, un entorno que, con alguna excepción, sigue tendiendo a acudir a la figura materna en lo que a ti se refiere.
Y así es como en este corto tiempo juntos, Leo, he sentido cómo el acuífero de la desigualdad puede también penetrar los cimientos de nuestra incipiente familia, cimientos que pensé eran impermeables. Probablemente las cosas cambiarán una vez deje de dar el pecho y ser tu fuente de energía y alimentación. Pero soy consciente de que los momentos iniciales de la paternidad son cruciales, y que, si no asentamos los cimientos adecuados, podemos desviarnos del compromiso que adquirimos de traerte a una familia donde los modelos de igualdad sean tu referente.
Espero que no me malinterpretes, Leo. Tu padre ha estado constantemente a mi (ahora nuestro) lado, derrochando atención y cariño, desde el día que supimos de tu llegada cuando la pandemia de COVID-19 apenas empezaba, hasta el día de hoy. Ha buscado la manera de arrimar el hombro dónde y cómo podía, responsabilizándose de tus cambios de pañales y baños. Tus tíos también son modelos ejemplares que han estado con las botas en el fango en el cuidado y educación de sus hijos, tus primos, así que contamos con la fortuna de tener otros referentes positivos a nuestro alrededor.
Pero he aprendido Leo que establecer las bases de una co-paternidad basada en la igualdad requiere un ejercicio continuo de reflexión, diálogo, y corrección de rumbo. Y que, aunque todos somos conscientes de que debemos combatir la preasignación de roles a padres y madres solo por razón de género, pareciera que sigue habiendo fuerzas invisibles que dificultan distinguir lo que tiene base en la biología de lo que responde a razones sociales y culturales.
Los golpes de timón necesarios para corregir el rumbo tienen que hacerse también por parte de las madres. El tempo de las madres lactantes por ejemplo se ajusta rápidamente a la de los bebés (¡cuestión de supervivencia!). Como resultado, ellas tienden a establecer las rutinas del bebé, limitando a veces el espacio de los padres en la gestión y toma de decisiones. Las decisiones al principio pueden parecer básicas (dormir o no dormir, qué pañales usar), pero crecerán en tamaño y complejidad de forma rápida -tan rápida, que pronto será demasiado tarde- para traer al padre al puente de mandos.
Quizá algún día te conviertas en padre, Leo. Si así es, confío en que te hayamos enseñado un modelo de paternidad igualitario. A lo mejor nunca querrás ser padre, en cuyo caso te querremos por igual. En cualquier caso, espero que crezcas viendo a tus primas, compañeras de colegio y de trabajo como iguales, que aprendas a identificar reductos de prejuicios basados en género, y que nunca, nunca, permanezcas callado cuando seas testigo de discriminación.
Nuestro camino junto a ti no ha hecho más que empezar, y tu padre y yo solo hemos visto atisbos de las luces y sombras de la crianza. Espero que esta aventura sea una oportunidad para que los tres pongamos nuestro granito de arena para que las familias no asuman roles y preferencias basada en nuestro género, para que den las mismas oportunidades a todos sus miembros, y, en definitiva, para que consideren a sus niñas y niños, hombres y mujeres, como seres humanos con el mismo valor, potencial, y derechos.
Con amor,
Mamá
Soledad Herrero es la Jefa de Protección Infantil de UNICEF India. Su pasión por la protección infantil tiene ahora una dimensión personal que hace que su trabajo sea ahora (si cabe) más gratificante que antes.
Nota publicada en UNICEF para América Latina y el Caribe, reproducida en PCNPost con autorización.
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SOURCE: Unicef
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