Por: Samuel Azout.
La pandemia del virus COVID-19 ha tenido y tendrá un gran impacto en nuestras vidas. Las consecuencias serán trágicas en términos de pérdida de vidas, y devastadoras en implicaciones económicas y sociales. Nadie duda esto.
A lo que buscamos la salida a la crisis se ha querido plantear una tensión entre salud y economía. ¿Qué tanto nos aislamos en sacrificio de la actividad económica y el empleo? ¿Qué tanto continuamos la actividad económica y el empleo en perjuicio de la salud y la pérdida de vidas?
Las personas en contra del aislamiento general señalan que un cierre total significaría un freno desmedido a la producción, el comercio y el empleo. La desocupación sería altísima y los gobiernos latinoamericanos no tienen espacio fiscal para subsidiar los salarios como los países desarrollados. Muchas empresas se acabarían, bajarían enormemente los ingresos del estado, y entraríamos en un círculo vicioso regresivo muy peligroso. Hay mucha preocupación por el rápido deterioro en las condiciones de vida, los problemas socio emocionales y los riesgos de orden público ante una depresión económica.
Las personas a favor del aislamiento total aseguran que si no se toman medidas extremas COVID-19 se contagiaría exponencialmente, desbordando la capacidad de los servicios de salud. Morirían muchos miles de personas tal como ha sucedido en Italia y otros países donde tardaron en aislar a la población. El aislamiento indefinido, sugieren, es absolutamente necesario para salvar vidas.
¿Hay un dilema moral? ¿Es peor la cura que la enfermedad?
En realidad, no tenemos que escoger entre muertes por el virus y un tsunami económico. Podemos ser pragmáticos. Si tomamos las medidas adecuadas en los momentos oportunos y contamos con el apoyo de la ciudadanía, podemos lograr el mínimo de fallecimientos posibles, sin afectar la actividad económica más allá de lo necesario.
El aislamiento general (con las conocidas excepciones) es absolutamente necesario para aplanar la terrorífica curva exponencial de contagio. Pero manteniendo un adecuado distanciamiento social, este aislamiento se puede relajar gradualmente para que la economía no se detenga. Se puede implementar la movilidad selectiva por sectores económicos, zonas geográficas y municipios. Se pueden aislar los adultos mayores lo máximo posible para reducir los riesgos de contagio.
Se requiere un gran esfuerzo pedagógico para alcanzar la solidaridad social, fundamental para el éxito de cualquier estrategia. Las transferencias económicas del gobierno, los bonos de alimentación para la población más pobre y vulnerable, y la ayuda humanitaria vía redes de protección social son determinantes para atender las necesidades de la gente. A su vez, los empresarios deben asumir su parte del costo de combatir la pandemia activando el trabajo remoto y manteniendo el empleo.
No es conveniente plantear la solución a esta crisis como un dilema moral entre salud y economía, simplemente porque no lo es.
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9 Responses to "La Estrategia Contra COVID-19 y el Falso Dilema Moral"
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