Por: Rodrigo Arce Rojas
La contemplación de la belleza de los bosques tiene dos situaciones posibles:
i) O lo hago desde una ontología disyuntiva en la que considero que el bosque y los seres humanos somos entidades totalmente separadas,
ii) O lo hago desde una ontología de la continuidad en la que nos reconocemos como parte de una única realidad. Por supuesto que cada situación tiene implicancias profundas en perspectiva estética.
Si lo hago desde una perspectiva de la ontología disyuntiva entonces tenemos dos casos: i) O reconozco la estética de los bosques desde perspectivas estrictamente utilitarias, ii) O simplemente pienso que es una mala idea vincular la estética con los bosques.
Si es que mi perspectiva es utilitaria entonces todo lo que se refiere al bosque será visto en término de recursos, por ello hablaré de recursos forestales, bienes de capital, valorización de bienes y servicios. No importa si esté pensando en términos de producción o de conservación igual mi lógica será que esos bosques sean en madera, en productos forestales de la madera, en carbono, en servicios de regulación, entre otros, igual mi estética se reduce a realizar la equivalencia entre recursos forestales y su grado de convertibilidad en recursos económicos para el presente o para el futuro. En esta situación mi apreciación estética corre desde el bosque natural hasta diversos grados de conversión a otros usos de la tierra, instalaciones o infraestructuras. Mi perspectiva de belleza estará condicionada por mi perspectiva de progreso o de desarrollo humano. En toda esta discusión en ningún momento ha aparecido el valor intrínseco que tiene la vida más allá del interés humano.
Si es que mi perspectiva es pensar que la asociación estética-bosque es vana porque pienso que es un osado o peligroso atrevimiento que implica trabas al desarrollo forestal o pienso que está bien reconocer la belleza estética pero siempre debe ser rentable, entonces diré que no complejicen el desarrollo forestal que hay tantas necesidades humanas que atender que hablar de estética en los bosques es un despropósito. Diré, parafraseando un famoso dicho, forestales para los forestales. Pensaré también que desde que la filosofía, la antropología, la sociología, entre otras disciplinas, empezaron a entrometerse con los bosques tenemos nuevos obstáculos en el sector forestal.
Si es que mi perspectiva estética parte desde la ontología de la continuidad entonces cambia el sentido de mi estética. Primero porque me reconozco humildemente como parte de una única realidad en la cual seres humanos y seres silvestres estamos profundamente conectados desde todo punto de vista: histórico, físico-químico, biológico, ecológico, hidrológico, climatológico, entre otras disciplinas que se funden en la trama de la indisciplinariedad. Segundo porque reconozco que yo mismo como humano soy el mejor ejemplo de un ecosistema caminante producto de mis alianzas con bacterias y virus que hacen posible mi propia vida.
Entonces pensaré que he recibido el valioso encargo de la Pachamama o de la Gaia de ser su vocero y conciencia explícita. Porque reconozco que en la naturaleza todo comunica y solo hay que saber en qué código de comunicación nos encontramos para sintonizar, si es que nos proponemos. Reconoceré que la conciencia es consustancial de la vida, aunque hay grados, lo que no justifica de ninguna manera discriminar al otro silvestre por su condición.
En este marco ontológico de la continuidad mi apreciación estética cambia porque no estoy obligado a enfocarlo desde una perspectiva estrictamente económica lo que permite reconocer y apreciar el valor intrínseco de la vida de los diversos seres que existen en los bosques sean tangibles para la racionalidad occidental o sean tangibles para la realidad cultural y espiritual de los pueblos. Ellos ven lo que nosotros no podemos ver porque tienen otra forma de relacionarse con los bosques. Es ahí cuando la antropología o lo sociología no puede contener categorías socioecosistémicas porque se abren nuevas entradas bio-antropológicas, bio-sociológicas o en general perspectivas antro-socio-biológicas-ecológicas.
Si es que el reconocimiento del valor intrínseco de la vida me acompaña entonces brotará como cascada mi capacidad de asombro frente a la complejidad de los bosques tropicales en todas sus escalas desde la dimensión micro, hasta la dimensión macro. Me maravillaré de los fenómenos físicos, químicos, biológicos que se producen en una hoja en la fotosíntesis, como las intricadas relaciones simbióticas entre especies. Me deslumbraré de las estrategias de convivialidad intra e interespecífica, aunque no dejaré de reconocer que en los bosques también hay relaciones de opresión pero que en buena cuenta forman parte de las dinámicas no lineales de ecosistemas que se encuentran alejados del equilibrio. Pero que es precisamente ese juego de entropía e información regeneradora lo que permite la vida.
Es así entonces que en la ontología de la continuidad mi sentido estético se expande significativamente como fenómeno paralelo a la expansión del universo. La belleza de los bosques será captada desde la plurisensorialidad, desde el respeto, desde la admiración y el agradecimiento. Sentiré por tanto que nos hace tanta falta la estética del bosque desde el respeto a todas las manifestaciones de vida. Ello no me impide reconocer que el ser humano pueda intervenir sobre los bosques, pero deberá hacerlo con el más absoluto respeto, con permiso de mi otro natural, y con agradecimiento.
Para ser justo no necesariamente ambas perspectivas ontológicas se presentan absolutamente divorciadas y en ocasiones hay combinaciones con más o menos pesos específicos que permiten categorizarlos. Lo importante es ampliar la conciencia para el reencuentro, tantas veces negadas, con nuestro origen. En el sentido de la gran historia todas las expresiones vivientes tenemos un ancestro común. Eso no es poca cosa como para reducir al bosque en discusiones economicistas, que siendo la economía algo importante, no es la única ni la más importante dimensión existente.
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