Los peligros del recreo

Por: Pascual Gaviria Uribe

Los colegios y las universidades hacen parte de los pocos sectores en Colombia que siguen con restricciones totales a causa de la pandemia. Mientras bares, restaurantes, iglesias, talleres, juzgados, transporte público, aviones, construcciones, campamentos en la cosecha cafetera y una larga lista han comenzado a funcionar, con restricciones o sin ellas, los salones siguen siendo espacios prohibidos. La decisión tiene muy poco que ver con la evidencia científica y se basa casi exclusivamente en algunos temores frente a la reacción de la opinión pública y en estrategias ligadas a las viejas (y justificadas) luchas laborales y políticas de los maestros. En este pulso los alumnos son al mismo tiempo el escudo para alegar necesidades de protección frente al virus y las víctimas de un encierro forzoso que desconoce otros peligros asociados a más de siete meses sin colegio.

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Pixabay

En Estados Unidos pasa algo muy similar. La política es la materia más importante frente a la decisión sobre el regreso a clase. Cuando miles de colegios estaban listos para regresar apareció una evidencia incuestionable: el presidente Trump hizo público su apoyo, en el tono de matoneo de alumno de once, a la apertura de colegios. Entonces la decisión encontró una oposición cerrada por parte de voces demócratas en muchos estados y por los sindicatos de maestros: “las decisiones de apertura de escuelas de los distritos se correlacionaron mucho más con los niveles de apoyo a Trump en las elecciones de 2016 que con los niveles de casos de coronavirus locales”, dice el periodista Alec MacGillis, refiriéndose al caso de Baltimore, en un artículo publicado hace poco en The New Yorker.

En Colombia, como en todo el mundo, los menores de 19 años tienen un riesgo mínimo de sufrir graves consecuencias si resultan contagiados y representan un porcentaje muy bajo de los contagios totales. La población entre 0-19 años suma el 10% de los contagios y el 0.28% de los fallecimientos en el país. Se alega que los niños llevarán el virus a sus casas poniendo en riesgo a personas en sus hogares. Las cifras del DANE muestran que apenas el 8.5% de los hogares tienen convivencia de menores de 15 y mayores de 60 años. Estudiantes de esos hogares podrían tener restricciones especiales. Pero los números son herejía en todo esto. La población con menos riesgo ha “sufrido” una sobreprotección que tendrá graves consecuencias a corto y mediano plazo.

Un ejemplo de los otros riesgos que hoy se desestiman. Medellín ha reducido su tasa de deserción escolar durante los últimos 15 años hasta en el 2.8%. Son cerca de 9.690 jóvenes por fuera cada año en Medellín. La gran mayoría se dan en los grados noveno y décimo. La deserción tendrá nuevas realidades y cifras, mucho más en familias con crecientes afugias económicas ¿Aumento de reclutamiento y violencia en los barrios?

Según algunos rectores de colegios públicos los profesores buscan hoy mantener un vínculo con los alumnos más que enseñar. La educación más que virtual es imaginaria. Para primero, segundo y tercero grado solo hay comunicación vía WhatsApp, para cuarto y quinto una hora de contacto diaria por plataformas, y dos horas para alumnos de bachillerato. Pero lo normal es que apenas el 25% de los alumnos de estratos 1, 2 y 3 tienen equipo y conectividad en casa.

La Asociación Americana de Pediatría reseña otras alarmas que se desconocen en medio de las discusiones políticas: “Pasar mucho tiempo fuera de la escuela … a menudo resulta en aislamiento social, lo que dificulta que las escuelas identifiquen y afronten las deficiencias de aprendizaje, el abuso físico o sexual de niños y adolescentes, el consumo de drogas y la depresión”.

Fecode y otros críticos de la necesidad de volver a los salones solo miran un riesgo, y lo sobredimensionan, por ser el que más atención mediática y política tiene, y por la posibilidad de recoger réditos en las luchas de años. Veremos las consecuencias de preferir el pliego al tablero.


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