Con sólo 20 años, Valentina Muñoz, es programadora y activista feminista de Chile. En 2021, el Secretario General de las Naciones Unidas la nombró Promotora de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, siendo la primera mujer de América Latina en ocupar el puesto. Es cofundadora de la Asociación de Mujeres Jóvenes por las Ideas (AMUJI Chile), que tiene como objetivo empoderar a la próxima generación de mujeres en el área de la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas.
“En América Latina, las niñas están liderando los campos STEM (Ciencias, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas, por sus siglas en inglés)”, explica. “La lucha contra la brecha digital de género se está produciendo aquí, las protagonistas están aquí” y merecen su espacio en la escena mundial.
Desigualdades digitales
Cuando se consagraron los derechos humanos en un instrumento legal internacional en 1948, la tecnología informática apenas estaba dando sus primeros pasos. Hoy, tres cuartos de siglo después, la digitalización se ha extendido a prácticamente todos los aspectos de la vida, y los derechos fundamentales no son una excepción.
Para Valentina, los derechos digitales no son más que los derechos humanos aplicados al mundo digital —como, por ejemplo, el derecho a la privacidad o a la libertad de expresión. Pero este mundo está generando escenarios nuevos y sin regular en los que se multiplican las amenazas a estos derechos. “A medida que los derechos humanos se trasladan a un espacio virtual”, destaca Valentina, “también lo hacen nuestros problemas”.
Las disparidades materiales, como la creciente brecha de género de la pobreza, se reflejan cada vez más en la esfera cibernética, de la que forma parte indisoluble. “Cuando hablamos de la feminización de la pobreza”, explica, “también tenemos que tener presente la brecha digital de género”.
Las nuevas tecnologías también están reproduciendo otras jerarquías. “La brecha digital tiene rostro de mujer”, apunta Valentina, pero eso no significa que sea igual para todas las mujeres. La clase, la raza, la edad, el lugar de residencia y la discapacidad repercuten enormemente en el acceso, “por eso es esencial que cuando nos refiramos a esta brecha, lo hagamos desde una óptica interseccional”, enfatiza.
En un momento en el que el acceso a la educación, el empleo, la asistencia sanitaria y otros derechos humanos depende cada vez más de la conexión a Internet, las brechas digitales se traducen en que a las mujeres y a otros grupos marginados se les priva sistemáticamente de ellos. “Por eso los derechos digitales deben ser una prioridad: porque, de lo contrario, estaremos replicando siglos de la vieja lucha por los derechos humanos”, explica la activista.
Centrarse en los objetivos
“Los problemas no se crean en el mundo digital”, señala Valentina, y tampoco sus soluciones. Cerrar las brechas de acceso digital requerirá mucho más que asegurar una conexión wifi universal: “no se trata sólo de dar las herramientas, también hay que facilitar las habilidades”, afirma. “Es importante que introduzcamos en todo el mundo clases sobre competencias STEM, ya que son las habilidades básicas del siglo XXI”.
Aunque, en última instancia, lo que cuenta es cómo decidimos usar esas competencias. La progresiva incorporación de las mujeres al ámbito STEM puede promover un cambio crucial, pero sólo si esas mujeres están dispuestas a pelear por ello. “La presencia de mujeres en ciencia y tecnología no es sinónimo de la presencia de feministas en ciencia y tecnología. Debemos adoptar una postura política”, defiende Valentina.
La tecnología tampoco puede impulsar el progreso por sí sola: “Debe ser una herramienta para un fin”. Eso es lo que a la activista le gusta de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. “La Agenda 2030 tiene esa visión dinámica de todo”, explica. No puedes poner los problemas de género en una caja y los referidos a la educación en otra: todos se interrelacionan. Y me encanta esta visión que plantea que las soluciones también tienen que ser interactivas”.
Valentina subraya que esas soluciones requerirán que se desdibujen las fronteras entre las disciplinas STEM y las humanidades. “Considero que el hecho de que las habilidades blandas siempre hayan estado separadas de las duras, las científicas de las humanísticas, es lo que nos mantiene en esta dicotomía que hace que no seamos seres sensibles en materia tecnológica, que creemos tecnología sin sentido o pongamos a las personas al servicio de la tecnología”, sostiene Valentina. “Creo en un futuro digital más inclusivo que reconozca y entienda que somos seres humanos en ciencia y tecnología”.
Cargar las pilas
Valentina recuerda que el activismo puede ser mentalmente agotador y físicamente peligroso. “Es vital contar con redes de apoyo con las que poder hablar sobre lo que estamos viviendo. También es importante establecer límites porque, en mi opinión, ninguna forma de activismo debería minar nuestra integridad física y mental. Las redes de apoyo nos ayudan a poner límites para poder resistir de forma colectiva”, relata.
“Creo que tener una red de apoyo es el factor de supervivencia principal”, afirma. “Tan sencillo como eso”.
Nota publicada en ONU Mujeres, reproducida en PCNPost con autorización
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