Poca gente sabe que en 2008 Jørgen Vig Knudstorp, CEO de Lego, decidió lanzar en la compañía toda una línea de investigación que duró cuatro años para entender por qué no lograban que las niñas jugaran con sus bloques de construcción. Para todos los sectores —en especial, el educativo —, su estrategia nos deja una gran lección.
La situación fue la siguiente. Los datos indicaban que las niñas no estaban interesadas en los productos Lego. El 85% de los usuarios eran chicos y la conclusión más obvia era que no había nada que hacer: ellos eran claramente su audiencia más fuerte. Sin embargo, Knudstorp no se conformó con esta interpretación. Pensó, más bien, que el problema no era que las niñas no querían construir, sino que Lego no había encontrado la forma de interesarlas. A través de los estudios etnográficos, descubrieron que las niñas están más interesadas en juegos colaborativos, por lo que un juego de construcción y colaboración al mismo tiempo sería mucho más atractivo para ellas. En 2012, Lego lanzó su colección Friends que fue un gran éxito de mercado.
Los prejuicios y estereotipos afectan todos los aspectos de la vida: el trabajo, el deporte, las leyes, el hogar, la escuela. Esos prejuicios, de los que muchas veces no somos conscientes, tienen fuertes implicaciones en aspectos clave del desarrollo del individuo, incluyendo la salud mental, el desempeño académico y el futuro laboral de los niños, niñas y jóvenes. Sabemos que las madres y los padres cumplen un rol clave en esos procesos, y los maestros también.
¿Hasta qué punto puede hacer daño un prejuicio?
Imagina un juego de fútbol y piensa, ¿Qué pasaría si ciertos jugadores no tuvieran la oportunidad de entrenar adecuadamente antes del partido, tuvieran que usar zapatos más pesados, no pudieran pisar ciertas áreas de la cancha, tuvieran que abandonar el juego todas las veces en que su ayuda se requiera fuera del campo, el entrenador estableciera una estrategia diferente con ellos y el árbitro aplicara reglas adicionales para restringir o penalizar sus movimientos? Nunca los querrías en tu equipo, ¿cierto? Sería extremadamente perturbador manejar a los jugadores con diferentes reglas y, sin duda, cuantas más personas con estas condiciones tengas en tu equipo, mayores son las posibilidades de perder.
Ahora, aplica esto a la sociedad y piensa en lo que sucede cuando, dependiendo de si perteneces a un grupo u otro, es decir si eres hombre o mujer, te dan diferentes reglas de acceso, equipamiento, oportunidades y obligaciones.
La desigualdad no sólo se genera cuando privilegias la inversión en el desarrollo de un individuo a expensas de otro, sino también cuando, aunque inviertas lo mismo, restringes la libertad para elegir entre diferentes opciones posibles. Cuando fuerzas a un niño o un joven a entrar en un molde para el que no ha sido diseñado estás, implícitamente, limitando su potencial, porque su desempeño será inevitablemente menor que el del individuo que calza perfectamente en ese molde.
Los sistemas educativos no están sacando el mejor partido de los estudiantes. Una buena parte de lo que está detrás de ese desempeño subóptimo —tanto de chicas como de chicos— tiene que ver con sesgos implícitos y prejuicios con los que operan.
Entonces, ¿qué hacemos para cambiar un prejuicio? Y más importante aún, ¿cómo hacemos para corregir hábitos de los que no somos conscientes?
La política pública dispone de diferentes herramientas para tratar de cambiar el comportamiento del individuo, como la provisión gratuita de servicios, sistemas de incentivos o la introducción de regulaciones para lograr, por ejemplo, que se paguen impuestos, que las familias lleven a los niños al colegio y que los vacunen, o que se reduzca la violencia y el delito.
Pero una forma de inducir cambios a un costo bajo y particularmente interesante para actuar sobre los mindsets que los individuos tienen es a través de los “nudges”. Un nudge se refiere a cualquier aspecto de la arquitectura de elección que altera el comportamiento de las personas de una manera predecible sin prohibir ninguna opción o cambiar significativamente sus consecuencias económicas.
La economía del comportamiento se ha utilizado mucho en el área fiscal y en el campo de salud. Estos nudges también están empezando a utilizarse para generar cambios tanto en familias como en docentes, motivándolos a cambiar aquellos comportamientos que juegan en contra del desarrollo del talento de niñas o niños.
Cuando pensamos en programas específicos para potenciar el talento de los países no podemos perder de vista el objetivo último de la política pública educativa: sacar lo mejor de cada individuo para que pueda desarrollarse y contribuir a crear sociedades prósperas. Para ello es fundamental cerrar las brechas de aprendizaje que se generan entre diferentes grupos, independientemente de si estas favorecen a unos o a otros, porque todos perdemos como sociedad cuando al otro le va mal. Aquí es cuando me uno a Sendhil Mullainathan cuando dice: “Los viejos hábitos son duros de matar, pero, sin duda, vale la pena hacerlo”.
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