En una conversación reciente, escuché una narración que me trajo a la memoria una historia mía sobre el verdadero significado de la palabra vulnerabilidad. Quien me la compartió, lo hizo con mucho coraje, es decir, fue una historia hablada desde el corazón.
Me comentaba mi interlocutora, que desde pequeña, le habían enseñado sus padres a sentir una gran vergüenza porque ella no era como sus hermanas. A los pocos meses de nacida, le identificaron una lesión cerebral, que con los años le impidió poder aprender con facilidad, concentrarse y relacionarse con otras personas. Por sus limitaciones, tuvo que acostumbrarse a ser excluida en las reuniones familiares y en el colegio.
Durante muchos años, el sentimiento de vergüenza no la abandonó. Es un sentimiento muy fuerte porque, dadas sus limitaciones de nacimiento, nunca sentía que había sido suficiente para sus padres, ni para sus hermanos, lo que la impulsaba a esconderse de los demás. Esto le generaba mucho miedo por sentirse desconectada y muy poco valorada por sus limitaciones físicas.
Un buen días, conversando con una amiga, le comentó que había una investigadora que estaba buscando documentar historias como la suya. Y le sugirió que la llamara porque podría encontrar una ayuda y una luz para salir del mundo en el que vivía, que la tenía anulada. A los pocos días de esta conversación, estaba sentada tomándose un café con esta persona. Lo que nunca imaginó, fue que esta conversación le cambiaría la vida y la forma como había venido viendo su realidad.
La investigadora le contó que había entrevistado a muchas personas en el curso de su trabajo con discapacidades similares a la suya. En un grupo había podido identificar a personas con limitaciones físicas como ella, pero con una diferencia muy grande: tenían un sentido de dignidad y alto nivel de valoración de si mismas. Mientras había otro grupo , en circunstancias físicas similares, como era su caso, donde había una angustia muy grande y una falta de estima muy profunda.
La investigadora le mencionó que había una gran diferencia entre estos dos grupos a pesar de sus circunstancias similares: la creencia profunda, en las personas del primer grupo, de que ellas eran verdaderamente valiosas. Su sentido de auto estima no había sido afectado por sus limitaciones físicas. No sentían miedo de conectarse con la gente, porque estaban orgullosas de si mismas, y habían tenido el coraje para superar su situación personal.
Eran personas que habían tenido el valor de aceptarse como eran, pero con la compasión de ser amables consigo mismas y con los demás. Esto les permitía ser auténticas, y dejar atrás lo que hubieran querido ser, para aceptarse como realmente eran, y así conectarse con otras personas sin discapacidad, como iguales y al mismo nivel.
En esta conversación, mi interlocutora me comentaba que había aprendido una lección muy importante: no se puede tener compasión por otros si no se tiene también por uno mismo. Esto le permitió dejar de lamentarse por su situación, y comenzar a entender, que había una forma muy diferente de verse así misma y al mundo a su alrededor. Fue algo mágico y liberador que la impulsó a salirse del hueco donde había estado por tantos años y comenzar a disfrutar su vída
Pero las personas del primer grupo identificado por la investigadora, tenían otra característica fundamental: abrazaban la vulnerabilidad, porque las mostraba bellas ante sí mismas y los demás. Les daba la capacidad de apostarle a construir una relación, y aceptar con tranquilidad noticias negativas.
Eran personas que habían aprendido que, se podía tener una vida plena, a pesar de sus limitaciones físicas. Y que no valía tener una actitud negativa, lo que les permitía aceptar su imperfección. Entendieron que está no les condicionaba para llevar una vida feliz, tener un sentido de pertenencia, construir unas relaciones sanas, ser amadas y ser aceptadas como eran.
Aprendieron a no sentir vergüenza, dejándose ver con sus limitaciones, y a darle mucha luz a su belleza interior, que al final, lograba el milagro que los demás se olvidaran de su situación. Su autenticidad y alegria, que nace de reconocer su vulnerabilidad, hacia la gran diferencia. Esto las llevaba a mostrase ante los demás con una profunda gratitud por estar con vida y no pretender demostrarse como hubieran querido ser.
También, aprendieron la importancia del significado de la gratitud y la alegría que esto significa, a pesar de que hayan momentos difíciles de incertidumbre y duda. Y en lugar de exagerar lo malo, el agradecer lo bueno que se tiene para construir su camino hacia adelante.
Mi interlocutora aprendió otra lección muy valiosa. La vulnerabilidad es una invitación a dejar de controlar y predecir. Este tema no es nada fácil para quienes son controladores y buscan la certeza en sus vidas.
Y aquí quiero traer la historia que me llego a mi memoria, y que también se la compartí desde el corazón, a mi interlocutora.
Dos meses antes de morir de un cancer muy agresivo, Rosita mi señora, me pidió que quería reunirse con personas de las organizaciones en las que yo participo. Quería compartirles algunas reflexiones, que eran el resultado de su vivencia, durante los largos meses de su enfermedad.
Yo tuve la oportunidad de grabarle su charla, que posteriormente pude compartir con las personas que nos acompañaron en una ceremonia que le hiciéramos en homenaje de esta gran mujer. En un punto de esta grabación, Rosita, comentó que lo más difícil de su experiencia, había sido dejar el control, y poner su bienestar en primer plano, cuando había sido una persona dedicada a servir a los demás. Esto le generó un impacto muy grande y un aprendizaje fundamental: el poder liberador del soltar, y en su propias palabras: “que es permitido sentirse vulnerable”. Y al haberlo conseguido, el tremendo alivio, la gran tranquilidad y el sentirse en paz.
A pesar del gran deterioro que la había producido la enfermedad, la paz y sabiduría que Rosita nos transmitió ese día, la hizo ver como la mujer más bella de la reunión. Y desde ese momento, a mi me cambió completamente el concepto que tenía de la vulnerabilidad. Mi señora me enseñó que era algo que puede ser permitido y es como un despertar espiritual.
Quienes aceptan su vulnerabilidad y se exponen ante los demás, se les facilita pedir ayuda a otros cuando se enfrentan con problemas graves. Quien ejerce el liderazgo, y acepta que es vulnerable, lo que muchas veces significa reconocer que no tiene las respuestas que la gente quiere oír, se gana la admiración y el respeto de los demás.
En el caso de mi señora, al aceptar su vulnerabilidad, le dio la posibilidad de sentir una alegria interior, un sentido muy profundo de amor por la vida y de pertenencia, que quiso compartir ese día, y que nunca me podré olvidar. Aprendí que, al aceptar y declarar su vulnerabilidad, no le daba espacio al miedo o a la vergüenza, que son las emociones más comunes asociadas equivocadamente a esta.
Aprendí, que la vulnerabilidad y la ternura, son fundamentales para vivir una vida plena, pero que hay otros que se resisten y se defienden de estos conceptos. Pero después de luchar en su contra, y sufrir las consecuencias de esta negación, finalmente se rinden y logran recuperar el rumbo de sus vidas. Y cuando esto se logra, como en el caso de mi señora, nos enseñó cómo morir con una sonrisa en los labios y en paz.
Aprendí que ser vulnerable, implica saber pedir cuando uno se siente solo o está enfermo, y a vivir en un mundo donde pasan cosas que nos sorprenden negativamente. Pero reflexionado sobre el tema, también aprendí que se paga un alto costo al ignorar, o rechazar la vulnerabilidad.
Leyendo sobre el tema, también comprendí que hay un círculo vicioso que hay que romper: en cuanto más asustados estemos ente una situación que no entendemos, más vulnerables nos sentimos, y podemos quedar presos de la emoción del miedo que nos puede paralizar. Y como lo explica Brene Brown experta en el tema, es un círculo perverso que ha secuestrado el ejercicio de la política, acabando con las conversaciones inteligentes entre personas con puntos de vista diferentes, y generando una dinámica de culpar a otros, descargando en ellos el dolor y la incomodidad que implica la no aceptación de la realidad.
Pero, como le mostraba la investigadora a mi interlocutora de la historia, que uno no puede adormecer, o insensibilizar de manera selectiva, una emoción. Hay muchas gente que rechazan sentir miedo, vergüenza o ser vulnerables. El mundo emocional es una gran incógnita para estas personas.
Sin embargo, Brown es contundente en su exposición sobre el tema: “el no enfrentar estas emociones, ignorarlas o tratar de adormecerlas, también se adormece la alegria, la gratitud, la felicidad y la paz . El resultado es que nos sentimos miserables , incapaces de encontrar un propósito y un significado en la vida. Cuando esto sucede, la gente se esconde detrás del alcohol o de la comida y se genera un ciclo negativo que se refuerza. El reto es descubrir el por que tratamos de adormecer la vulnerabilidad” .
En la historia de mi interlocutora , y su conversación con la investigadora, y en mi propia historia, nos dimos cuenta que habíamos aprendido otras lecciones muy importantes y que eran comunes para los dos.
Por ejemplo, no vale la pena hacer de lo incierto algo cierto. Tampoco buscar la predecibilidad y certeza en el futuro, en un mundo volátil e incierto, olvidándose de vivir a plenitud el aquí y el ahora, porque no sabemos si estaremos vivos más adelante. Esto permite entre otras cosas, no descalificar al otro cuando no piensa igual. Y en el caso de mi interlocutora, aprendió el poder liberador del perdón, al aplicarlo a su familia por la exclusión a la que la sometieron durante tantos años.
Otras lecciones muy importantes serían las siguientes:
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- Hay que creer “que somos suficientes” lo que son permite dejar de gritar y de quejarnos por lo que nos pasa, para pasar a escuchar y a ser más amables con otras personas y con nosotros mismos.
- El tiempo no cura lo que cura es lo que hacemos con el tiempo.
- El tema no es vivir sino saber vivir
- El arte de la vida es encontrar en la obscuridad la luz interior que ilumine la salida.
- No se puede curar lo que no se puede sentir.
- La liberación comienza por la aceptación
- Curar no consiste en borrar la cicatriz sino apreciar la herida
- La mejor decisión en la vida es aceptarse uno como es y hacerse responsable por la propia felicidad.
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