El caballista y el chalán

Por: Francisco Manrique.

Cuando se leen los múltiples artículos, en donde se analiza el convulsionado panorama político colombiano, hay cosas que literalmente no se tratan y son muy difíciles de aceptar. Son temas que son invisibles, y por lo tanto, no son parte de la conversación nacional, en el análisis del pasado, y de las proyecciones hacia el futuro de nuestro país. Aterra la amnesia y la indiferencia que hoy muestran millones de colombianos, que han sucumbido a la invitación para aceptar el odio y las mentiras, como parámetros legítimos  en el panorama político nacional.

Para hacerlo evidente, voy a utilizar una metáfora que evidencia las contradicciones en las que hoy nos movemos como sociedad, en el camino de enfrentar el reto de domar la bestia de la violencia, en cabeza de los grupos guerrilleros y paramilitares, que han desangrado a la sociedad por décadas. Este tema ha sido muy grave y costoso, especialmente en los últimos dos gobiernos en Colombia.

La llegada de Uribe a la Presidencia de nuestro pais, en el 2002, hay que verlo bajo esta óptica. Como buen caballista que ha sido, buscó mantener literalmente en su manos “las riendas del poder”. Y como buen finquero que se respete, se enamoró del reto de domar al potro cerrero que le había dejado su antecesor. A este lo había criticado hasta más no poder, por su mal desempeño. Pero como la política es fluida, hoy este viejo antagonista, es su “nuevo mejor amigo y aliado”, para las elecciones del 2018.


Archivo. El presidente Juan Manuel Santos a su llegada al desfile militar, julio 20, 2015. Bogota. AFP PHOTO/ Guillermo LEGARIA


A estos dos personajes los une hoy  el odio por quien los precedió. La bestia que trataron de domar, por más de cinco décadas había resistido los intentos anteriores de sus antecesores. El astuto animal sabia que el tiempo era su mejor aliado.  Todos los  jinetes , que habían tratado de domarlo en el pasado, siempre se habían quedado cortos de tiempo y recursos para lograrlo.

Pero no contaba la bestia con la astucia de finquero caballista. Este calculó que se necesitaba estar atornillado a la silla, y con las riendas bien cogidas, por más de una faena.  Cuatro años era muy poco, ocho era mejor, y de lograr alucinar a las galerías, preferiblemente más. Para conseguir este cambio tan profundo en las reglas, como buen finquero marrullero, nuestro caballista hizo uso de  todos los trucos aprendidos en su vida de gamonal,  para lograr su cometido. Y a fe que casi lo logró.

Para conseguir amansar a tan peligrosa bestia, nuestro caballista necesitaba de una buena cuadrilla que tuviera la marca U de su finca y su identidad personal.  Para esta tarea,  recurrió a Santos, un ambicioso chalan rolo y conectado, que hacía muchos años había servido bien y con astucia, a algunos de los antecesores de su nuevo jefe.

Para el caballista, el  domar la bestia se le convirtió en la causa que le daba sentido a su vida. No podía olvidar que esta había sido la responsable de la muerte de su padre, hecho que no podía tener perdón de Dios. El perdonar es un verbo que nunca supo conjugar, porque no forma parte de su visión cerrada y muy particular del mundo.

Pero como buen caudillo y gamonal, resolvió volver su causa personal, en la causa de una buena parte de la galería que lo aplaudía a rabiar. Como en el Circo Romano, para esta multitud, mientras más sangre corriera, mejor el espectáculo, siempre y cuando no fuera su sangre la que se derramara sobre la arena.  Esta actitud, sirve para explicar la amnesia y la manera excesivamente indulgente, con que trataron al caballista durante los ocho años en que estuvo haciendo su faena atornillado sobre la silla del poder.

Finalmente, en un país que había perdido su norte ético, para esta gente estaba bien que hubiera un jinete que justificara el fin sin importar los medios. Al final, parecía que nuestro mañoso animal había recibido duros golpes, lo tenían arrinconando, pero no estaba derrotando. Mientras los resultados fueran esos, mucha gente ciega,  resolvió voltear la cabeza para no ver lo sucio de la faena del caballista. Le agradecieron su tarea, y por esta labor, lo comenzaron a ver cómo un caudillo irreemplazable.

Sin embargo, los jueces del certamen, le sacaron tarjeta roja a nuestro caballista caudillo. La había ganado por quererse mantener atornillado al poder para acabar con la bestia. Pero repito, esta estaba maltrecha pero no derrotada, y se resistía a dejarse domar. Cuando nuestro caballista finalmente no pudo conseguir su tercer periodo, a pesar de querer desprestigiar a los jueces que lo habían desmontado de la silla, buscó otro atajo para lograr el mismo fin. O al menos, así lo creyó en su momento.

Nombró al chalan de Santos como su sucesor. Pensaba que lo podía controlar con la ayuda de los demás  muchachos de la cuadrilla que  le habían sido leales hasta ese momento. Pero ni el chalán, ni la bestia, ni buena parte de la cuadrilla, le respondieron como esperaba nuestro caballista. Le salió el tiro por la culata.

El nuevo chalán, se dio cuenta muy rápidamente, que la bestia mañosa había aprendido a sacarle el quite a los trucos del anterior jinete. Las condiciones había que ajustarlas para lograr amansar al mañoso animal,  poniéndole en frente una zanahoria bien atractiva. Pero negociar el cambio no fue nada fácil, se iba a encontrar con mucha resistencia.

Su antecesor, y la mitad de la galería, que los había aplaudido hasta rabiar, se sintieron traicionados. El giro del nuevo chalan, lo consideraron como un peligro para todos. No era aceptable traer a la bestia amanzada para juntarla con la manada de la finca, era mejor acabarla por la fuerza. No fueron capaces de reconocer que ese ya no era el camino, tras ocho años de tratar.  Lo que si veían claramente: este cambio no era un buen negocio para ellos,  porque les quitaba sentido y razón de ser a su existencia.

Mientras tanto, la otra  mitad de la galería, había comenzado a despertar de su letargo y decidieron no seguirse dejando seducir por el caballista finquero. Le reconocían que había logrado bajarle los bríos a la bestia en su primera faena. Pero rechazaron cada vez más el estilo del “todo vale y las reglas son para los de ruana”, que mostró en su segunda salida.

Los costos que se comenzaban a ver como evidentes, en términos de muertos y desplazados, habían sido astronómicos, gracias a  las mangualas entre políticos, empresarios, militares y finqueros, y la indiferencia de la gente. Millones de desplazados, cientos de miles de muertos, y el derrumbe institucional que era evidente, le estaba haciendo un gran daño a la sociedad colombiana.

El nuevo chalán puso tercamente todo su empeño en cambiar esta dinámica. Tenía que sentarse a negociar con la bestia. Posiblemente, también lo motivaba el ser el primer jinete que la había logrado sentar a la mesa y culminar con éxito la domada del mañoso animal.  Y un Nobel tampoco le caí mal para su vanidad personal. Hasta ahí, contaba con la fuerza de la historia y de un grupo mayoritario de ciudadanos que votaron por una aproximación diferente al problema.

“So far so good”, como decía un amigo gringo con quien comentaba este tema. Nuestro chalán había tomado una decisión muy  riesgosa, como buen jugador de póker que había sido toda su vida. Los mismos militares de alto rango, con quien yo conversé en esa época (2010) le daban la razón. Acabar a bala a la bestia a esa altura del partido, era un juego muy costoso de rendimientos exponencialmente decrecientes.

Pero nuestro avezado jugador de póker no midió bien el riesgo mayor. No era el sentar a la bestia en la mesa, lo que le iba a dar los peores dolores de cabeza. No, la bestia más peligrosa fue el odio de su antiguo jefe y aliado: el caballista. Este no le perdonó la tradición a su causa. No le perdonó que se hubiera rodeado de personas de una cuadrilla diferente. En resumen, no le perdonó que no pudiera haber seguido manejando las riendas por interpuesta persona. Claro, no es sorprendente que esto sea así, porque el perdón nunca formó parte de su personalidad.

Siendo el caballista, un gamonal acostumbrado a mandar y a que le hicieran caso en todo, la falta del chalán era inadmisible. Con astucia y mucha paciencia, fue haciéndole oposición al chalán, quien subestimó estúpidamente a su adversario y “ex mejor amigo”. Cometió la torpeza de jugar al juego de los insultos, las mentiras y las descalificaciones, en el que su ex jefe era un maestro consumado.

Nuestro chalán, logró aprovechar el cambio de reglas que su antecesor había dejado. Después de una campaña vergonzosa de las dos partes, por el uso bochornoso del miedo, el odio y la mentira,  este último logró llegar a la segunda faena de cuatro años. Lo hizo gracias al apoyo de última hora de los movimientos de izquierda, y del uso de la mermelada, producto que adquirió un nuevo significado en la compra de conciencias de los políticos colombianos.

El subestimar al caballista tuvo un costo interno enorme para el chalán. A pesar de que se logró culminar con éxito la negociación para llegar a un acuerdo con la bestia, con el nombre de la Paz como un fin supremo y necesario, este resultado se hizo a consta de la division profunda de la sociedad colombiana. El establecimiento político, que había estado unido en 1998 para lograr este resultado sin éxito en esa época, en esta ocasión quedó totalmente fracturado.

Y detrás de cada bando, millones de colombianos perdieron el norte. No hubo el liderazgo necesario de parte del chalán, para explicar y aglutinar a toda la nación alrededor de un propósito tan importante. No fue capaz de explicar bien los beneficios de concretar un acuerdo y los costos futuros de no hacerlo. No fue capaz de construir un puente entre la Colombia rural, donde la bestia hizo de las suyas con impunidad, por falta absoluta de la presencia del Estado, y la Colombia urbana que veía el espectáculo indiferente desde las barreras.

Hoy la bestia está entrando al corral. Ha acordado comportarse de acuerdo a las normas civilizadas de la mayoría. Hace unos días, tres de sus más reconocidos representantes, se dieron la mano con otros tres ex jefes paramilitares que fueran por años sus más aserremos enemigos. En La Habana Cuba, las victimas de este atroz proceso histórico de desangre perdonaron a sus victimarios. Hoy, está en marcha de  manera silenciosa, esta construcción de puentes entre diferentes actores de una sociedad fragmentada, como lo muestra un reciente articulo de la revista Semana.

Y sin embargo, hoy nuestro caballista insigne, se niega a aceptar la realidad y está dispuesto de nuevo, a llegar hasta las últimas consecuencias, para”hacer trizas el cuerdo” hecho con la bestia. No importa que la comunidad internacional haya respaldado plenamente este inmenso esfuerzo, que no es perfecto, ni tampoco que estemos viviendo un momento histórico que debería de aprovecharse al máximo. No, lo que importa es que el odio y la sin razón, sean los que definan el norte para el futuro de Colombia.

El lema de campaña del caballista insigne, y de quienes lo siguen debería de ser: “ bienvenidos al pasado”. El lema de nuestro chalán , cuya reputación se encuentra por el suelo, debería ser: “ la paz sacrificando nuestro futuro”.

Con razón que los extranjeros, que siguen el proceso en Colombia, no lo pueden entender. La verdad es que yo tampoco. Por esta razón es que escribí mi blog : “¿Donde está el mañana?”


PD: a pesar de lo tortuoso del proceso descrito, y de la lluvia de críticas que cayeron sobre el cambio del periodo presidencial, hay que reconocer que esta decisión modificó sustancialmente la dinámica del conflicto colombiano. Las FARC y ELN le jugaron por décadas, a los tiempos cortos del periodo presidencial. Se necesitaron 16 años, !ojo casi  dos décadas!, para reversar esa tendencia, logrando firmar con el primer grupo y estar sentados en Quito con el segundo.

El partido de la U, y su alianza con los liberales y algunos conservadores, se constituyeron en un grupo mayoritario que le dio gobernabilidad a Colombia, durante uno de los periodos más importantes de su historia. Lo que nadie se ha dado cuenta, es que al eliminar la reelección, y ante la desintegración de los partidos políticos en Colombia, se nos avecina unos tiempos altamente turbulentos, para los que no estamos preparados como sociedad y en el momento en que la economía está muy débil.

El tema no es menor, porque todos los retos de cambio que tenemos son de largo plazo. Esto se puede lograr, solo si hay una visión colectiva que permita tener políticas de  estado de largo plazo, como lo logró la Coalición en Chile después de Pinochet. Con el reto de superar una institucionalidad muy débil, y con la necesidad de cumplir con lo firmado en La Habana, esta incapacidad de sostener los cambios de largo plazo, va a ser la siguiente bestia que va a enfrentar la sociedad colombiana.

El riesgo que tenemos es altísimo, y no se ve la capacidad de liderazgo, ni de visión,  entre los distinguidos precandidatos que hoy están haciendo fila para la elección presidencial del 2018.


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