Por: Enrique Patino.
Los programas de regreso a la escuela de UNICEF en Venezuela mejoran las condiciones de vida de los estudiantes, pero esto no sería posible sin el apoyo de los docentes. Dos historias conectadas por el amor al oficio.
Lilibeth Aular y Laura Albarrán se despiertan a la misma hora, con los primeros rayos del alba, poco antes de las seis de la mañana. Lilibeth vive en el municipio de Baruta, cerca de Caracas, y la segunda a 700 kilómetros de allí en Maracaibo.
A esa hora van a la cocina para saber si los cortes del suministro de agua en el país han sido suspendidos o si deben acudir a los garrafones en los que guardan las reservas para beber y asearse. En el último año casi siempre les ha sucedido lo segundo.
Las dos tienen una rutina bien establecida: deben alistarse para dictar clases, primero en la jornada de la mañana a jóvenes de cursos medios; y en la tarde, a niños de primaria.
Ninguna se conoce, pero sus sus historias paralelas, más llenas de dificultades cotidianas que de acontecimientos dramáticos, les parecen corrientes. Sin embargo, ellas y en general todos los docentes son cruciales para seguir impartiendo educación en Venezuela y para que los niños del país continúen formándose. Les digo que son heroínas. Les da vergüenza por un instante, pero luego sonríen y asienten. Saben que así es.
El día a día de enseñar
Lilibeth Aular me cuenta su travesía matutina con tono decidido y sin queja alguna. Hay escasez de transporte y por eso le cuesta llegar a tiempo a su primer trabajo, ubicado en una escuela en El Hatillo. Sin embargo, se le hace más difícil tomar tres transportes distintos para llegar a tiempo a su segundo trabajo, en la institución Jermán Ubaldo Lira, en el municipio de Baruta, antes de la 1 p.m. “Solo son dificultades. Las limitaciones son mentales”, afirma.
Sin otra opción debido a la falta de combustible, Laura Albarrán se ve obligada a caminar desde su casa con sus dos hijos dormidos, Valeria, de 10 y Manuel, de 8 años, justo después del desayuno. Debido a los cortes de electricidad, los niños duermen poco con el calor y se sienten cansados, por lo que se los lleva con ella en lugar de dejarlos en casa, especialmente porque las temperaturas en su casa superan los 40°C.
Los deja en casa de la abuela, va a su trabajo y sale a la misma hora de Lilibeth, a las 11:45 a.m. En su caso, recoge a sus hijos, los lleva a casa, les hace el almuerzo y los lleva a la escuela de Fe y Alegría Manzanillo, tras una caminata de 25 minutos bajo el sol. Ambos niños permanecen apenas tres horas en la escuela por la escasez de servicios públicos.
El decidido apoyo de UNICEF
Lilibeth o Laura no resaltan estos detalles diarios. Su única queja es que el dinero sumado de sus dos trabajos no les alcanza y ambas deben depender del apoyo de sus parejas. Sus verdaderas preocupaciones giran en torno a los niños con los que trabajan. “Quiero lo mejor para los niños”, dice Lilibeth. “Trabajo para verlos felices”, asegura Laura. Esas frases son su mantra, su norte personal.
Pero hay más razones. Más que nunca, quieren que los salones de clase dejen de vaciarse para contrarrestar el abandono escolar en Venezuela. Según Aular, “calculo que en un 30 por ciento, al menos, se han reducido los niños en mis salones de clase”. Isis Roo, otra docente de Maracaibo, me cuenta que en la clase de su hijo Santiago en 2018 comenzaron 33 estudiantes y sólo 27 terminaron.
UNICEF apoya el trabajo de estas maestras, y de muchos otros, a través de la entrega de kits recreativos, kits de desarrollo de la primera infancia para fomentar la interacción con los más pequeños y kits de regreso a la escuela que se entregan a los estudiantes con materiales escolares básicos.
“Sigo apostando por mi país. El trabajo docente es un pilar de la sociedad. No tenemos la importancia que nos merecemos, pero lo damos todo porque queremos que nuestra infancia tenga futuro”, insiste Lilibeth Aular, quien lleva 13 años trabajando en instituciones educativas y 22 años con niños. Su actitud me llena de energía.
Su trabajo es heroico, según Laura Albarrán, porque “tenemos que dar clases en colegios donde se han robado los computadores y no llega ni la luz ni el agua. Hemos tenido que reducir la jornada escolar para que los niños no salgan tarde de vuelta a casa, por seguridad. Mis propios hijos, cuando se va la luz, tienen que dormir en el patio de la casa por el intenso calor que hace”.
Laura estudió veinte años atrás en la misma escuela de sus dos hijos y recuerda que vivió el esplendor de la institución. Ahora prefiere dejarlos descansar un día cada semana para que recuperen el sueño perdido por las noches sin dormir.
Lilibeth comparte otros dos problemas que considera fundamentales. La crisis económica que vive Venezuela ha llevado a migrar a muchos docentes mientras que otros han renunciado a sus cargos. “Pero también muchos niños se han quedado sin sus padres y crecen con sus abuelos”, anota.
Hace una reflexión personal que da cuenta de su heroicidad: “Fui a Cartagena, Colombia, en mis vacaciones pasadas, y me hizo mucha falta mi gente y mi entorno. Me canso de que menosprecien la docencia, a veces quisiera dejarlo todo, pero sigo apostando por enseñar en mi país”.
“Hay muchos que dejan de dictar clase para no gastar pasaje, y los entendemos. Pero los que vienen a dar clases y sacan el tiempo porque quieren educar son unos héroes”, asegura la psicopedagoga Yaini Ulasio.
De hecho, durante las entregas de kits de regreso a la escuela de UNICEF, las docentes están en primera fila para entregar los materiales escolares a los niños. Su cara refleja emoción. “Los niños están felices”, me comenta Yaini. “Entre más facilidades tengan, más les emociona la posibilidad de estudiar”.
Nereida Goberira, coordinadora pedagógica en Fe y Alegría de Manzanillo, y quien lleva 26 años ejerciendo la docencia, me explica finalmente que “para nadie es un secreto la situación de emergencia que vivimos; la escasez de dinero para el traslado del personal y de los estudiantes, la escasez de alimentos y el alto costo de vida han influido en la decisión de ir a la escuela. Pero gracias a UNICEF y al apoyo de la oficina zonal, seguimos saliendo adelante”.
Enrique Patiño es consultor de Comunicación en la Oficina Regional de UNICEF para América Latina y el Caribe.
Nota publicada en UNICEF, reproducida en PCNPost con autorización.
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