Por: Sandra Esquén
Los niños venezolanos se han separado de su familia y de sus sueños, pero con ayuda, pueden volver a conectar con ellos
UNICEF/UN0267800/Mendívil
Christopher, de 16 años, siempre ha querido viajar por el mundo y aprender cosas sobre otros países, especialmente sobre su comida. Le gustaría ser cocinero algún día. Sin embargo, y como les ocurre a otros miles de niños venezolanos, sus sueños están aún en el aire, mientras viaja hasta Perú para comenzar una nueva vida.
“Ni siquiera pude despedirme de muchos de mis amigos”, dice Christopher mientras espera con su madre en la frontera ecuatoriana con Perú a que le pongan las vacunas que necesitan para entrar al país.
Su plan es encontrarse con su padre y su hermana, que se fueron a Perú hace meses. Sin embargo, la ilusión que siente Christopher por reunirse con su familia se mezcla con aprensión al pensar cómo lo tratarán en su nuevo hogar, sobre todo después de las historias que ha escuchado del trato que se da a los migrantes.
Espero que me traten bien, con el respeto que siempre trato a todas las personas.
Sus temores no son infundados. En una encuesta llevada a cabo por la Organización Internacional para las Migraciones y UNICEF, el 46% de los migrantes venezolanos que entraron a Perú por la ciudad fronteriza de Tumbes y que habían permanecido un mínimo de 30 días en ciudades de Colombia y Ecuador, declararon haber sufrido discriminación.
“Espero que me traten bien, con el respeto que siempre trato a todas las personas. Alguna vez mi país recibió a gente de todo el mundo y los acogió bien, espero que ahora que nos tocó ser migrantes, también nos reciban bien”, dice.
Una distracción de bienvenida
Christopher es uno de los cientos de niños venezolanos que también han pasado por la tienda de campaña del “Plan de la Felicidad”, un espacio adaptado para los niños establecido por UNICEF y su socio Plan International, que está repleto de juegos de mesa, ceras y libros, y donde hay profesionales especializados en prestar apoyo psicosocial.
Otra que ha disfrutado del plan mientras espera para entrar a Perú ha sido Ariana, una niña de 12 años que va acompañada de su hermano pequeño. Ariana dice que algún día le gustaría ser cantante y bailarina, tal vez tan famosa como Ariana Grande.
“Yo había ingresado a hacer danzas en una academia famosa, que siempre sale en la televisión”, asegura. “Soñaba con el día en que yo también pudiera bailar con ellos en uno de esos programas, pero me he tenido que venir y ya no podré hacerlo”.
Ariana dice que la llegada a Perú le produce sentimientos contradictorios. Confiesa que está triste por estar tan lejos de su padre, pero sabe que su hermano pequeño y su madre estarán muy felices por reunirse con su padrastro en Perú. Se dirigen a Cañete, una provincia situada cerca de Lima, junto al océano Pacífico.
Ariana asegura que está nerviosa por empezar en una escuela nueva. “Siempre soy la más grande de mi clase”, dice. “Por mi talla todos dicen que parezco universitaria, y si me bajan de grado, me va a dar pena estar con niños más chicos que yo”.
Según el Ministerio de Educación de Perú, desde el 23 de octubre de 2018, se han matriculado más de 31.000 estudiantes venezolanos en las escuelas del país, sobre todo en Lima. Con la ayuda de UNICEF, las autoridades de educación de Lima se están preparando para un esperado ascenso en las tasas de matriculación de estudiantes venezolanos cuando comience el nuevo año académico en marzo de 2019.
Mientras tanto, dice que le sigue encantando bailar y cantar, pero todavía tiene dudas sobre la música de su nuevo hogar.
Sentimientos encontrados
Jesús, que ha caminado por senderos de barro y atravesó un río a hombros de un extraño en su travesía a Perú, también tiene sentimientos encontrados sobre su viaje.
“Me siento feliz porque voy a ver a mi mamá y a mi hermana mayor”, dice, “pero siento un poco de tristeza porque en Venezuela se quedan mi abuelo, mi tío, mis primos y mis amigos del colegio”. Pero aunque el viaje de ocho días de Jesús fue tortuoso, no había nadie más feliz de que lo consiguiera que su madre, Angie, que lo esperaba en Perú.
“Dejarlo fue muy duro, pero no tuve otra opción. Había días en que no lo despertaba para ir al colegio y lo dejaba que se despertara a la hora del almuerzo, porque no había para darle desayuno”, reconoce Angie.
“Pensaba: estoy con él, pero pasando necesidades, mejor me voy a buscar oportunidades para asegurarme de que a el no le falte nada. Así lo hice y ahora finalmente lo tengo conmigo”.
Se trata de una historia común para muchos venezolanos. Según una encuesta llevada a cabo por la Organización Internacional para las Migraciones y UNICEF en Tumbes, de todas las personas que afirmaron haber dejado atrás a un niño de su familia en Venezuela, el 73% declaró haber dejado al menos a uno de sus hijos.
Jesús dice que, aunque muchos de sus amigos están saliendo de Venezuela para ir a Perú, no está seguro de dónde acabarán. Si tiene suerte, a lo mejor un día se encuentra con alguno de ellos por las calles de Lima, donde piensan establecerse un 65% de los venezolanos.
Pero la realidad para Jesús y muchos otros niños en su situación es que los días de jugar juntos al fútbol o sentarse frente al televisor y vitorear los goles de Venezuela han terminado. Esas tardes que compartían con sus amigos son solo recuerdos de una infancia que ahora mismo es un caos.
Nota publicada en UNICEF para América Latina y el Caribe, reproducida en PCNPost con autorización.
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