Los trastornos psicológicos no son un comportamiento anormal, sino un aspecto normal de la experiencia humana
Por: Lea Labaki
La primera noche que pasé en un hospital a los 13 años supe que me había convertido en una niña diferente a las demás.
Me ingresaron en el ala general de pediatría porque la de psiquiatría infantil estaba llena. Mi padre estaba conmigo, pero dos horas antes de que acabara el turno de visitas una enfermera le ordenó que se marchara: las normas eran distintas para los niños ingresados por trastornos psiquiátricos y las visitas estaban restringidas. Él se fue, pero el resto de madres y padres se quedaron. Así fue como lo supe.
Acababa de adentrarme en un mundo distinto. Un mundo en el que los adultos que están a cargo de tus cuidados tienen un poder sobre ti que nadie controla; en el que expresar angustia se considera un mal comportamiento y el mal comportamiento se castiga con sedación. La medicación era una forma habitual de controlarnos. Pronto me di cuenta de que nos daban el mismo sedante a todos: a los más pequeños se lo mezclaban con un jarabe para que no se quejaran por el mal sabor.
Sin embargo, por muy raro que pareciera al principio, pronto me acostumbré a ese mundo. Me adapté, como hacen los niños. Unas semanas más tarde, el hospital era mi nueva normalidad. Ya no extrañaba a mis padres. Dejé de preguntarme cómo irían las cosas en la escuela. Me tomaba las pastillas tal y como me indicaban y asumí que, si me alteraba demasiado, me inyectarían un medicamento eficaz y me dejarían un rato atada a la cama.
Las restricciones químicas y físicas plantean un grave problema de derechos humanos y, sin embargo, nadie se las tomaba muy en serio. A diferencia de los adultos, los niños están acostumbrados a obedecer a la autoridad. Además, coaccionar a los niños se considera normal. Como resultado, diferenciar una disciplina aceptable de un abuso era imposible para mí, y probablemente también lo fuera para el personal. La mayoría de ellos no eran malas personas: hacían lo que les habían enseñado y creían que era la única forma de ayudarnos.
Nunca volví a ser una niña. Me adapté tan bien que, cuando salí del hospital, se me había olvidado cómo era vivir en sociedad. Ya no estaba cómoda ni en casa ni en la escuela. Mis compañeros eran completamente extraños para mí. Cuando se les cambia de entorno, los niños no tardan mucho en perder el contacto con su vida anterior. Las instituciones de salud mental no solo son un terreno fértil para las violaciones de los derechos humanos, sino que además eliminan todos los vínculos sociales. Para los jóvenes, este alejamiento precoz de la sociedad puede ser el inicio de toda una vida de aislamiento y exclusión.
Si bien la percepción de la salud mental está evolucionando positivamente, las instituciones psiquiátricas de los países de todo el mundo siguen creando niños (y posteriormente, adultos) condicionados a pensar que los trastornos psicológicos justifican la coacción y la segregación. Ya es hora de actuar con el propósito de sustituir la atención institucional por sistemas integrales de apoyo a la salud mental a nivel comunitario. Estos sistemas deberían favorecer la inclusión en lugar del aislamiento, así como trabajar con los niños y no contra ellos. Deberían reconocer que los niños también tienen derechos, como el derecho a no ser víctimas de la violencia y tener un papel protagonista en su propio tratamiento y su recuperación.
La mejor forma de proteger la salud mental es concienciar a la siguiente generación de que los trastornos psicológicos no son un comportamiento anormal que deba reprimirse y ocultarse, sino un aspecto normal de la experiencia humana. Acabar con la institucionalización y apostar por la atención comunitaria serán pasos imprescindibles para conseguirlo.
Lea Labaki es defensora de los derechos de las personas con discapacidad psicosocial y ha sido usuaria de los servicios de salud mental. Cuenta con un máster en derechos humanos y acción humanitaria. Mientras cursaba sus estudios, descubrió las implicaciones en materia de derechos humanos de sus experiencias en psiquiatría, lo que la llevó a especializarse en los derechos de las personas con discapacidad. En la actualidad vive en Bélgica.
Nota publicada en UNICEF para América Latina y el Caribe, reproducida en PCNPost con autorización.
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