Por: Alfonso Fernandez Reca.
Arena, sol, viento… y plástico. Mucho plástico. El paisaje al llegar a la pequeña península de la Guajira, en Colombia, recuerda más a un remoto desierto de la África Subsahariana que a una región caribeña. Este lugar, denominado la capital indígena de Colombia, es la tierra de los wayuú. Una zona inhóspita donde el pastoreo y las tradiciones ancestrales se mezclan con el menudeo y el contrabando, gracias a la porosidad de la cercana frontera con Venezuela. Una línea divisoria que no ejerce de límite para los wayuú de uno y otro lado.
Con algo más de un millón de habitantes, casi la mitad de origen indígena, en este rincón olvidado de América Latina y el Caribe, el 65,2% de la población vive con necesidades básicas insatisfechas, siendo los niños y adolescentes indígenas, así como las mujeres embarazadas, los más vulnerables. Los datos son explícitos: la tasa de mortalidad materna en La Guajira se sitúa en 180,9 por cada 100.000 nacidos vivos, mientras que la media de la región es de 69 y la de Colombia, 51,27. Sin embargo, entre la población indígena, la tasa se dispara hasta los 242 por cada 100.000 nacidos vivos, más que Zambia (224) y cerca de Nepal (258).
Tampoco la cifra de mortalidad infantil es favorable para los guajiros, con 18,6 por cada 1000 nacidos vivos: 3,6 puntos por encima de la media regional (15) y 7,45 puntos más que la media nacional (11,15), en un territorio donde casi 430.000 personas son niños, y adolescentes.
No es sencillo adentrarse más allá del municipio de Uribia, tampoco seguro. El asfalto desaparece y la tierra obliga al 4×4 a dar lo mejor de sí mismo. De pronto los plásticos desperdiciados que salpican todo el paisaje desaparecen. Como un claro en el bosque, aparece la comunidad Kepischon, formada por 14 familias wayuu con 12 hijos y 12 hijas. Esta ranchería es un caso único en La Guajira. Un remanso de paz presidido por un molino de agua que permite el abastecimiento de los vecinos y su ganado y garantiza la supervivencia en un territorio tan caluroso como escaso de sombras.
En esta remota ranchería, UNICEF Colombia y sus aliados buscan revertir la historia, gracias a la estrategia ‘Seres de Cuidado’ que pretende fortalecer en las familias el cuidado y la crianza en la primera infancia a través de visitas domiciliarias y educación ‘in situ’.
“Buscamos trabajar con la familia y la comunidad a través de agentes educativos que lo que hacen es dar ejemplo a través de prácticas de cuidado y crianza e involucrar a la institucionalidad para que responda a las necesidades de la comunidad en cuestiones básicas como salud, registro civil y servicios básicos”, explica Luz Ángela Ardunduaga, Especialista en Supervivencia y Desarrollo Infantil de UNICEF Colombia.
Los objetivos son tan ambiciosos como variados: desde mejorar la salud materna e infantil, a promover que los hombres jueguen un rol activo en el cuidado, crianza y desarrollo de los más pequeños, pasando por la creación de espacios y comportamientos de afecto, estímulo, juego y comunicación, e impulsando procesos de participación y empoderamiento de la comunidad.
Los equipos del Gobierno y UNICEF realizan junto con la comunidad una evaluación inicial en diferentes indicadores sobre comportamientos. Son las mujeres wayuú quienes lideran este proceso y aseguran que las mediciones sean precisas, algo vital para que la estrategia tenga éxito. Estos indicadores se van revisando periódicamente, al tiempo que se realizan talleres con niños y familias, y un equipo móvil se encarga de la atención en salud con vacunaciones, atención prenatal, nutricional y bucal.
“He aprendido que tengo que llevar a mis hijos a sus controles de crecimiento y desarrollo, y tener sus vacunas al día. Gracias a “Seres de Cuidado”, mi esposo está más pendiente de nosotros, me está llevando a los controles y cuando mis hijos se enferman, nos lleva hasta el hospital”, explica en wayuunaiki, el idioma local, una madre de esta comunidad.
El logro más destacado, tal y como explica Marita Perceval, Directora Regional de UNICEF para América Latina y el Caribe es que “aquí, en esta comunidad, ningún niño ni ninguna niña están desnutridos. Gracias al liderazgo de la Autoridad de la comunidad y al trabajo conjunto de UNICEF y el Gobierno, esta estrategia ha cambiado la vida de todos y cada uno de los niños y niñas, y también de las mujeres y los varones que viven en la comunidad”.
El reto ahora es extender todos estos resultados al resto de La Guajira y a otros puntos de Colombia con necesidades similares, especialmente teniendo en cuenta el incremento de los flujos migratorios desde Venezuela que están sobrecargando los servicios públicos del país.
Alfonso Fernández Reca es miembro del equipo de Comunicación en la Oficina Regional de UNICEF para América Latina y el Caribe.
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