Latinoamérica es un continente muy desigual. Ocho de los diez países más desiguales del mundo son latinoamericanos. El Continente también lidera el planeta en deterioro ambiental. Latinoamérica tiene cerca del 70% de la biodiversidad mundial, sin embargo, en ella ocurre un tercio de la deforestación equivalente a más de 860 millones de hectáreas.
América Latina también es la región con mayor tasa de homicidios en el mundo. En 2017 alcanzó la media de 21,5 homicidios por cada cien mil habitantes. Esta tasa es tres veces superior a la media global. Ocho de los países más violentos del mundo están en Centroamérica y el Caribe, y 43 de las 50 ciudades con mayor tasa de homicidios son Latinoamericanas.
No ha sido fácil avanzar en la solución a estos problemas. Con pocas excepciones como la de Chile, las mejoras han sido marginales. En muchas partes del continente familias o clanes políticos se perpetúan en el poder. Paradójicamente, estas élites que concentran el poder y el dinero y se lucran del sistema, son los encargados del cambio. Los programas de asistencia de muchos gobiernos generan votos, pero poco aportan a la movilidad social.
Por su parte, la empresa privada no genera la riqueza y los puestos de trabajo que se requieren. Los empresarios de Latinoamérica enfrentan muchos riesgos. Las reglas económicas suelen cambiar de acuerdo a los gobiernos de turno causando nerviosismo e incertidumbre entre los inversionistas. Por su parte, la economía informal – en la Región hay 140 millones de trabajadores informales – socava la seguridad social, crea competencia desleal y destruye los sueños de un mejor futuro.
En Latinoamérica los inversionistas privados se quejan de: a) riesgos por derechos de propiedad, b) altos costos de energía, c) falta de mano de obra calificada, d) infraestructura adecuada, y e) engorrosos trámites. Las organizaciones del sector social o tercer sector, llamadas a cubrir los vacíos que dejan los gobiernos y el sector privado, realmente no logran gran escala ni impacto. En la Región, el movimiento filantrópico es débil y son pocas las empresas sociales grandes. Existe la ayuda humanitaria que, si bien alivia el sufrimiento, no resuelve los problemas de fondo.
Por fortuna, hay una nueva esperanza. Se trata de las inversiones de impacto las cuales se realizan con objetivos sociales y medioambientales. No se trata de donaciones, sino de inversiones que tienen baja rentabilidad económica pero gran impacto social/medioambiental. Si no existieran estos fondos de impacto muchas inversiones con alto retorno social/medioambiental se dejarían de hacer.
En los últimos diez años las inversiones de impacto han crecido significativamente y hoy en día más de 28 inversionistas de impacto latinoamericanos administran US $1.2 mil millones en activos. Esta cifra no incluye a inversionistas de impacto con sede fuera de Latinoamérica que manejan US $7.2 mil millones en activos, entre el 15% y el 20% de este valor en la Región. (1)
190 millones de latinoamericanos viven en condiciones de pobreza. El cambio social llegará cuando los gobiernos sean limpios y transparentes, la ciudadanía participe activamente, los mercados estén bien regulados, mejore la distribución de ingresos, exista un sistema tributario progresivo, una justicia que funcione, y mucha menos corrupción pública y privada. En medio de todos estos retos, la inversión de impacto que proviene de la idea una filantropía más transformadora y un capitalismo más consciente, es y será una gran herramienta y un potente estímulo para el cambio.
(1) El Panorama de Inversión de Impacto en Latinoamérica, Tendencias, 2016. Aspen, LAVCA, LGT
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