Por: Samuel Azout
Covid19 ha sido el evento más impactante de nuestras vidas. Ha tocado de una forma u otra a todos los habitantes del planeta. Muy afectados por la pandemia han resultado los niños, las mujeres, los jóvenes, los trabajadores informales, y los adultos mayores. Como suele suceder en las crisis, los más pobres han padecido la peor parte.
Al analizar lo sucedido en los últimos diez y ocho meses, y al dialogar sobre la recuperación social y económica, no podemos dejar de pensar en aquellos cambios que la pandemia aceleró. Uno de ellos es el ajuste al modelo de desarrollo, producto también de las tendencias marcadas por la cuarta revolución industrial. En esta nueva versión que podemos llamar capitalismo social, los negocios tendrán un enfoque diferente, más orientado a la gente, a las comunidades y al medio ambiente. Destaco dos fuerzas que alimentan este cambio:
Primeramente, las empresas se han vuelto mucho más grandes y poderosas que los Estados. Apple, por ejemplo, tiene más de 200 billones de dólares en reservas en “cash” (y más de 1500 millones de clientes). Solamente 10 países en el mundo tienen más reservas que Apple. El valor bursátil de Amazon, Apple, Google y Facebook suma 11.2 trillones de dólares. Esta cifra es mayor que el PIB de cualquier país a excepción de Estados Unidos y China. En Colombia, los ingresos de las cinco primeras empresas suman más que los ingresos anuales del gobierno nacional.
En segundo lugar, es necesario reconocer que el Estado no tiene la capacidad de garantizarle todos los derechos a todos sus ciudadanos. El reciente informe del PNUD (1) ha puesto al descubierto el débil poder redistributivo de nuestro sistema fiscal. El presupuesto de inversión de Colombia de 60 billones por año resulta insuficiente para atender la gigantesca deuda social. Para enfrentar los problemas sociales se requieren capitales y conocimientos privados.
Por ejemplo, la erradicación del polio en el mundo es liderada por la Fundación Gates, que ha invertido más de 5 mil millones de dólares en este propósito. Los viajes al espacio hoy en día lo están haciendo operadores privados como Space X del empresario audaz Elon Musk. En Estados Unidos se invirtieron 715 billones de dólares en fondos de impacto dedicados a proyectos sociales y ambientales con ánimo de lucro. Las más grandes transformaciones las están liderando organizaciones del sector privado.
En Colombia hay proyectos interesantes con privados como la transformación del ecosistema de primera infancia en Caquetá financiado por la Fundación Lego. También han llegado fondos como Acumen (2), que ha invertido ya en nueve empresas en Colombia. Una adecuada política pública puede ayudar a atraer más inversionistas sociales y ambientales privados en busca de oportunidades. La llamada inversión de impacto (3) es mucho más que la tradicional cooperación internacional porque logra cambio sistémico.
Las empresas tendrán que incorporar objetivos de impacto social y ambiental. Los gobiernos tendrán que ser los mejores aliados de las empresas, simplificar los trámites y crear vasos comunicantes con el sector empresarial. Debemos atraer recursos significativos de todo el espectro del capital filantrópico para la inversión social.
De lo contrario, seguiremos arrastrando pobreza y desigualdad, dejando a millones de personas excluidas, y poniendo en riesgo nuestros valores democráticos y liberales.
(1) Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo
(2) www.acumen.org
(3) Las inversiones de impacto son inversiones realizadas en compañías, organizaciones y fondos con la intención de generar impacto social, medioambiental y retorno financiero.
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