Por: Rodrigo Arce Rojas.
Un paisaje forestal sostenible no se ajusta necesariamente a las divisiones políticas-administrativas porque las circunscripciones territoriales no siempre han partido desde una perspectiva de las cuencas. Ello se manifiesta en fracturas en la gestión de paisajes forestales por cuanto no se toma en cuenta las dinámicas ecológicas, culturales y económicas que se dan en la realidad.
Esta situación tiene serias implicancias en los ciclos biogeoquímicos, en la gestión de los recursos hídricos, en los flujos genéticos, entre otros impactos que repercuten directamente en la calidad de vida no solo a los pobladores del paisaje forestal sino también – debido a los procesos atmosféricos globales – a lugares que geográficamente están muy distantes.
Esta situación nos debe llevar a reconocer a los paisajes forestales como sistemas complejos integrados por materia, energía e información en los que se verifican interacciones e interrelaciones de gran dinamismo. Como consecuencia de ello se producen una serie de tensiones producto de quiebres, disrupciones, discontinuidades, emergencias, aleatoriedad, caoticidad entre otros fenómenos que dan cuenta la relación estrecha entre orden e inestabilidades en busca de los equilibrios siempre dinámicos.
No solamente estamos hablando de la complejidad ecológica sino que debemos considerar la complejidad de los sistemas en una perspectiva totalizadora donde la energía cultural forma parte intrínseca de un paisaje forestal. En tal sentido, los paradigmas, creencias, valores, ideologías, imaginarios, representaciones sociales, los significados y sentidos de los actores también son dignos a tomarse en cuenta. No son casuales los diversos intentos de los sectores de avanzar hacia una cultura ambiental, cultura forestal, cultura del agua, entre otras perspectivas que buscan maneras de creer, pensar, sentir, comunicarse y proceder de manera amigable y sostenible con aquello que llamamos naturaleza y sus elementos.
Entendido el paisaje forestal como el espacio en el que se verifican diversas actividades productivas forestales, agrarias, pecuarias, comerciales y otras desarrolladas por diversos actores con distintos intereses, discursos, narrativas, actitudes y comportamientos no estamos exentos de conflictos de resistencia (negación o rechazo) y conflictos de convivencia (distribución de beneficios), conflictos funcionales (estructurantes) y conflictos disfuncionales (desestructurantes) que en la práctica se constituyen en campos de fuerza que dan dinamismo al sistema. Estos conflictos nos están invitando permanentemente a revisar nuestras formas de pensar, sentir, decir y actuar por lo que llevan siempre el germen de la transformación. Ello requiere mucha apertura mental para dar pie a los procesos creativos e innovadores que dejen fluir nuevos discursos, nuevas narrativas y nuevas imágenes para la convivencia en el marco de la sostenibilidad.
La gobernanza del paisaje forestal alude a las decisiones que se toman, los que participan en las decisiones, la forma y los atributos de las decisiones. Estamos hablando si son decisiones producto de procesos participativos y democráticos o de decisiones tecnocráticas e impuestas, estamos hablando si las decisiones se toman basados en información y evidencias, estamos hablando si hay mecanismos de transparencia.
Una buena gobernanza alude a la capacidad de diálogo entre las autoridades y la sociedad civil incluyendo a los pueblos indígenas para tomar buenas decisiones. Téngase presente que muchos de los paisajes forestales escapan a las jurisdicciones político-territoriales y se requiere el uso de otros mecanismos como los comités de gestión de cuencas o mancomunidades. Lo importante es no perder de vista la gestión del paisaje forestal concebido como sistema. Ello implica altas capacidades de coordinación y de concertación.
Todo lo expresado nos lleva a reconocer la importancia del diálogo intercultural en la gobernanza de los paisajes forestales que deben ser gestionadas bajo el sello de la sostenibilidad, la paz, la equidad y la justicia. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible constituyen un excelente marco para esta gestión integradora. En esta misma dirección, los planes de vida de los pueblos indígenas pueden ser valiosas herramientas que favorezcan el diálogo con propuestas.
Diálogo no es únicamente un proceso de intercambio de información, alude más bien a un proceso en el que los actores se predisponen sinceramente a encontrarse en espacios seguros y de confianza, la predisposición de interaprendizaje en el reconocimiento que no hay una única verdad y la predisposición a transformarse a la luz de los procesos deliberativos.
El diálogo tiene que ver con la empatía, el amor y el reconocimiento genuino de sentirnos como un “nosotros” antes que “los unos contra los otros”. La filosofía del diálogo alude a la capacidad de saber dialogar con nosotros mismos, con las personas, con la naturaleza y el cosmos para que sean procesos comunicacionales significativos, con sentido y con capacidad de transcendencia. Esto cobra mayor sentido en sociedades altamente diversas donde no siempre los atributos de calidad de vida son los mismos para los diferentes actores presentes.
Seguramente en el sistema podrá haber dolor, frustración, furia contenida, regionalismos, dogmatismos y sectarismos pero habrá que tener la capacidad de saber procesarlos y convertirlos en catalizadores de procesos positivos de transformación. Son frecuentes los regionalismos producto de procesos históricos pero estas actitudes no se condicen por ejemplo cuando se trata de la gestión integrada de los recursos hídricos o cuando se trata de las grandes migraciones de aves o procesos reproductivos de peces que escapan largamente un paisaje forestal incluso.
No es que la desglaciación afecte únicamente a los pueblos aledaños sino que afecta incluso a los pueblos costeros, no es que la deforestación sea un proceso lejano y ajeno sino que sus efectos nos alcanzan con los embates del cambio climático.
Todos estos elementos nos llevan entonces a recuperar conceptos como la ciudadanía ambiental o la ciudadanía planetaria. No es posible seguir manteniendo un individualismo pragmático, materialista y consumista porque al final la factura la pagamos todos. De ahí la importancia la gestión de paisajes forestales se base en diálogo generativo, diálogo transformador, diálogo de afectos, diálogo de unidad en la diversidad.
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