Por: Rodrigo Arce Rojas con la colaboración de Marina Irigoyen.
Aludir a las industrias extractivas rápidamente genera pasiones que generalmente se van a los extremos, o se la ensalza por su contribución al crecimiento económico o se la cuestiona ácidamente por los impactos sociales y ambientales que genera.
Poblaciones que se ven afectadas y ambientes contaminados ponen en evidencia que aún falta mucho para poder afirmar que en verdad estamos frente a un movimiento generalizado de industrias extractivas responsables. Si bien son muchas las empresas que asumen códigos de conducta altamente innovadores y socialmente responsables e incluso líderes de connotadas empresas mineras han avanzado en generar una Visión Compartida de la Minería, ésta no llega a calar en las instancias gremiales representativas, valga decir la Sociedad Nacional de Minería y Petróleo (SNMPE). De otro lado, destacan los esfuerzos concertadores de líderes sociales, empresariales y del Estado al constituir el Grupo de Diálogo Minería y Desarrollo Sostenible como colectivo multiactor.
De esa forma, constatamos una evidente resistencia a construir una visión compartida de la minería responsable. Las relaciones que se han desarrollado entre los diversos actores involucrados en las industrias extractivas no han logrado estructurar un marco de confianza y visión compartida y cada uno de estos actores piensa que está haciendo bien las cosas siendo el resultado final que se mantienen las distancias, los temores y los recelos mutuos. Ello nos invita a repensar las relaciones que se verifican en las actividades extractivas superando los enfoques lineales, sectoriales y deterministas.
La heterogeneidad dentro de un aparente actor homogéneo
Ante esta diversidad de actores habría que preguntarse bajo qué paradigmas, creencias, modelos mentales se acercan a la relación cada uno de los grupos y subgrupos. También habría que preguntarse con qué tipo de pensamiento desarrollan la relación cada uno de los actores con sus especificidades. Asimismo, qué emociones y sentimientos se despliegan y que en conjunto con los otros factores se convierten en narrativas, discursos, actitudes, comportamientos y prácticas. Qué duda cabe entonces que estamos frente a sistemas complejos y habría que abordarlo como tal.
Los actores, sus objetivos planteados y su naturaleza
La definición clara de objetivos tiene que ver la claridad de las posiciones, los intereses y la consistencia de sus propuestas. Se aprecia que en muchos casos priman objetivos transaccionales de intercambio y se pierden de vista objetivos más estratégicos como aquellos que buscan el bienestar individual y colectivo en el marco del desarrollo territorial sostenible y por tanto con perspectiva de sostenibilidad.
Habría que preguntarse en qué medida todos los actores toman como referencia los Objetivos de Desarrollo Sostenible al 2030 que como humanidad nos hemos autoimpuesto cuando líderes mundiales adoptaron un conjunto de objetivos globales para erradicar la pobreza, proteger el planeta y asegurar la prosperidad para todos en la Organización de Naciones Unidas, ONU, hace unos años. Al no considerar necesariamente una mirada más estratégica los actores se pierden en visiones más sesgadas y pragmáticas a sus objetivos e intereses inmediatos lo que afecta la calidad de las relaciones. Bajo esa perspectiva la relación es considerada buena en la que medida que todos logren satisfacer sus legítimas necesidades inmediatas aunque no necesariamente sea buena para las propias comunidades y para el ambiente.
Las necesidades son legítimas, el problema es cuando la relación solo o principalmente se concentra en ellas. Si cada uno de los actores solo piensa en satisfacer sus necesidades entonces prima el interés particular y no genera una relación de interdependencia colaborativa, sinérgica y constructiva. Depender del otro, en una relación asimétrica, también anula o afecta la capacidad de liberar tus propias capacidades, facultades y potencialidades. Todo ello nos lleva a pensar cómo se están manejando las relaciones de poder entre todos los actores involucrados (y al interior de sus organizaciones o instituciones) para ver si se está construyendo sostenibilidad o solo se está actuando coyunturalmente.
La calidad de las relaciones entre actores por tanto no puede reducirse únicamente a la medición económica de la contribución de las industrias extractivas, sea en el nivel nacional o local. En la ecuación final necesita incorporarse derechos humanos, dignidad, salud, alegría y no considerar los atentados a los derechos humanos de las poblaciones locales en ámbitos de las industrias extractivas como efectos colaterales del progreso.
Por último, si las poblaciones locales perciben que el Estado está más interesado en sacar adelante las industrias extractivas que en garantizar sus derechos entonces podemos reconocer que la tarea no está completa. Lo que nos lleva a preguntarnos, ¿está el Estado en capacidad de administrar la minería, tenemos las capacidades institucionales para gestionar un sector de esta importancia o qué más tenemos que hacer para contar con industrias extractivas responsables? Y de otro lado, ¿En qué aspectos deben las organizaciones sociales, de nivel intermedio y local, fortalecerse para llevar a cabo diálogos y negociaciones de calidad?
Se constituye un reto para el diálogo promover acercamientos entre las partes, cuidando de no afectar la exigibilidad de derechos humanos fundamentales, apuntando a ser un diálogo genuino y transformador.
[1] Consideremos nomás que en el 2016, según cifras del Banco Central de Reserva del Perú, las exportaciones mineras representaron el 65% del total del valor de las exportaciones del país y generaron empleo directo e indirecto para dos millones de personas.
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