La multifacética discusión sobre género en la película Barbie

Por: Giovana Suárez Ortiz

Hace algunos días hablé sobre la clara dimensión económica, pero, especialmente, la tesis feminista subyacente en la película Barbie, que presenta los roles de género como cargas superfluas en las que no siempre logramos encajar. Atendiendo la invitación de la revista Pesquisa Javeriana, me gustaría ahora retomar la película y resaltar otros temas.

El universo de la película se cimenta sobre dos mundos diferentes, Barbieland y nuestra realidad. Aquí, las mujeres han vivido formas de opresión diversas: son objetivadas con estándares de belleza muy estrechos y discriminadas laboralmente.

En Barbieland, ellas lo gobiernan todo y los hombres están a su servicio, la vida de estos es superficial y solo buscan el reconocimiento de las Barbies. La película contrasta el funcionamiento de dos estructuras de género definidas por los roles cis de hombre y mujer: en Barbieland las mujeres tiene la posición de privilegio y en el mundo real la tienen los hombres.


Barbie Pesquisa Javeriana

La reciente película Barbie nos permite hablar sobre estereotipos de género y roles predefinidos por la sociedad. Papin Lab / Shutterstock.com


Esta oposición, sin embargo, no puede simplificarse sin conducirnos a malentendidos. No son dos versiones del mundo real donde se experimentan órdenes de género inversos. Barbieland, y su transformación en Kenland (una vez Ken aprende el patriarcado en nuestra realidad), es una simplificación superficial de nuestro mundo, un estado de cosas sin justificación, uno que no cambia, tampoco requiere de procesos de construcción de sí mismo o del lugar social que se desempeña, un mundo sin fisuras para la maternidad, el trabajo, la belleza, la ausencia de vejez o de desequilibrios en la salud mental… Todo es efecto de una inmediatez simplona.

Por supuesto que el mundo de los juguetes es una versión del mundo real que verifica la desigualdad infame de las relaciones entre géneros, del peso que unos cargan para hacer “normal” la vida de otros.

Los roles presentes en Kenland (donde los hombres están al cargo y las mujeres a su servicio) no se limitan simplemente a descripciones. Del mismo modo en que la representación de la feminidad en Barbieland resulta sumamente absurda, en Kenland se trata de arquetipos básicos de masculinidad, de quimeras. Esto se debe a que elementos fundamentales del mundo, como el esfuerzo, las incertidumbres y el cambio ineludible, nos enfrentan con la necesidad de “seguir con el problema”[1] en lugar de sumergirnos en un paraíso utópico.

Por eso, ya en el mundo real, la actitud naif con que Barbie espera ser amada por las niñas se convierte en una crítica a su feminidad, estándares de belleza y promoción al consumo sin más. Por eso también, el aprecio de Ken por los privilegios masculinos de nuestro mundo lo hacen ver como un tonto, él no entiende que no basta verse como un hombre para convertirse en abogado, empresario o cirujano.

Es el drama existencial de Barbie, lo que le permite a ella, enfrentar su necesidad de cambio; Ken, en cambio, tras su regreso al mundo de los juegos solo llegó con más estereotipos para hipersimplificar. Si no vemos estas diferencias entre ambos mundos, no entenderemos que no es una película antihombres, sino una película contra la insustancialidad de los roles de género y el peso que significa cargarlos cuando se asumen sin reflexión, sin el esfuerzo, a la vez individual (de construcción de sí) y colectivo (de articulación con otras formas de género –y también, agregaría yo, entre humanos y no humanos–).

La película tampoco es antimaternidad, el viaje de Barbie está complementado con la maduración de una relación madre-hija en el viaje inverso del mundo real al de los juegos, además de que se recupera Midge, la descontinuada versión embarazada de la Barbie y justo antes del cierre de la película Barbie tiene la oportunidad de reiniciar su vida frente a la figura materna de Rut Handler, su creadora.

Tampoco es una defensa a ultranza del modelo corporal de Barbie, no solo hay trans (la Barbie doctora es interpretada por la actriz trans Hari Nef), sino cuerpos no hegemónicos (como el de la Barbie abogada) e incluso se exaltan las Barbies azotadas por los experimentos estéticos infantiles (Weird Barbie o “la rarita” en su versión en español), esta última habita fuera de la norma y lidera el proceso de recuperación de Barbieland.

La vejez también tiene un lugar dentro de la película, no solo por la sapiencia y admiración que se reconoce en Rut, sino por la capacidad de la misma Barbie de encontrar belleza en la vejez, justo en uno de los momentos emocionalmente más difíciles de su aventura.

Respecto a binarización de la vida dentro de la lógica hombres-mujeres, la escena final, una consulta ginecológica de la Barbie, que ahora vive en la vida real, nos invita a reflexionar no en su vulva y vagina, esto es más de la misma lógica binaria, sino sobre qué pasará con ese bulto de plástico que su versión de juguete tiene entre las piernas.

Al final, todos estos personajes, sortean los estereotipos con que suele pensarse la muñeca y, sin duda también como parte del negocio, logran mostrar el valor de la alianza contra el dominio, no del otro género, sino de un modelo de vida que privilegia los formatos de existencia predefinidos a las imprecisiones y variables de nuestra realidad.


[1] Expresión traída a propósito del libro “Seguir con el problema” de Donna Haraway, profesora del Departamento de Historia de la Conciencia y el Departamento de Estudios Feministas de la Universidad de California en Santa Cruz, Estados Unidos.


Nota publicada en Pesquisa Javeriana, reproducida en PCNPost con autorización


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