Por: Pascual Gaviria Uribe
El conocimiento ancestral, las figuras y las reivindicaciones afro e indígenas, las luchas sociales en tierras de resguardos y consejos comunitarios terminaron siendo una inspiración clave para el triunfo del Pacto Histórico. Miles de jóvenes en las ciudades salieron a votar por Francia Márquez antes que por Gustavo Petro, y el nombramiento de Leonor Zalabata, reconocida lideresa arhuaca, ha sido uno de los más celebrados del nuevo gobierno. En treinta años las figuras de Lorenzo Muelas y Francisco Rojas Birry, constituyentes en 1991, pasaron del color local al poder electoral. La fuga citadina hacia las selvas sigue siendo un sueño, un llamado… al menos a las urnas.
Ese llamado, esa especie de invocación profunda, tiene una historia larga en América Latina. Hace un poco más de cien años los poetas y los presidentes, los pensadores y los políticos, muchas veces combinando sus roles, estaban hablando de esa raza despreciada que ahora debía hacer orgulloso al continente. Lo que hoy parece un despertar, una novedad cantada por Café Tacuba y Los Aterciopelados hace más de una década, es en realidad la musa de los cantos y los murales de hace un siglo. La política electoral más nueva puede ser solo un fragmento de los poemas más olvidados.
Rubén Darío, quien fue definido muchas veces con una negación: “No es el poeta de América”, empezó a buscar esos orígenes de manera tímida, acoplando las fuerzas indígenas a la sangre española. Y aunque él mismo escribió en alguna carta que pensaba en francés, Unamuno intentó insultarlo diciéndole que las plumas del indio se le veían bajo el sombrero. Pero las plumas americanas estaban por llegar en poemas y manifiestos variados. A comienzos del siglo XX Santos Chocano en Perú y Leopoldo Lugones en Argentina cantaron esas épicas de la fuerte “raza de cobre”. Ambos buscaban el alma de américa en los Incas o en la tradición de los gauchos.
En su libro Delirio Americano, Carlos Granés hace un extenso recorrido por esos tiempos de hazañas sobre el papel. Granés entrega una ruta que bien podría seguirse hasta hoy y que muy pronto pasa de los poetas a los muralistas y a los revolucionarios en México. Todo estaba marcado por el antiimperialismo y la necesidad de una receta propia para manejar la política, o para imponerla mejor dicho. Porque los creadores indigenistas y nacionalistas apoyaron a dictadores con la convicción de que la democracia era una receta extranjera. Los desatinos no fueron pocos. Para José Vasconcelos América tenía el destino de “moldear el alma de la futura gran raza”. En su Raza cósmica, América Latina el lugar preciso para una nueva civilización.
Fue Vasconcelos como secretario de educación pública quien entregó los muros de los edificios públicos a los artistas para su misión entrañable: “La simpatía unirá las conciencias, y la pasión amorosa romperá las barreras políticas”. Hace cien años, en septiembre de 1922, llegaron David Siqueiros y Amado de la Cueva a terminar La Creación en los muros de la Escuela Nacional Preparatoria. Unos años antes Haya de la Torre había corregido eso de América Latina para comenzar a hablar de Indoamérica. El indio y el mestizo se contraponían a la élite blanca y ya no se hablaba de un asunto racial sino de una larga exclusión social: “Nuestra lucha por el indígena peruano y americano, es pues, lucha contra el latifundio…”
Han pasado cien años y las causas, los colores, los atuendos y las figuras indígenas siguen marcando la política. Qué viejos parecen esos cantos y que actuales son en la política y en la violencia de nuestros días.
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