Por: Pascual Gaviria Uribe
Perú marcó el paso aunque con algo más de empeño y furia. Sin darse cuenta se ha convertido en una guía para América Latina cuando se habla de decisiones electorales, del rumbo de la ruleta presidencial. En los últimos siete años ha tenido cinco presidentes que han gobernado desde ideologías diversas, opuestas muchas veces. No se trata del péndulo de la democracia sino de un sismógrafo enloquecido por la frustración ciudadana. Los presidentes se queman más rápido que los técnicos del Alianza Lima. Pero no solo deben salir del poder sino que deben pasar del palacio al cadalso. Así ha sucedido con Fujimori, Toledo, García, Humala y Kuczynski. Todos han terminado acusados y detenidos por cargos varios. En Perú se trata de alternancia democrática, y de un poco de justicia penal y otro de venganza política.
Luego del triunfo de Lula el domingo pasado, comenzó a circular un dato inquietante. En las últimas dieciséis elecciones presidenciales, en América Latina, el partido en el poder ha sido derrotado en su intención de seguir gobernando, bien fuera por medio del presidente en ejercicio o de su heredero. Elecciones que van desde la que dejó a Duque como presidente de Colombia en 2018, hasta la que acaba de poner a Lula en su tercer periodo presidencial. Cuatro años seguidos de derrotas del oficialismo en países tan variados como El Salvador y Costa Rica, México y Chile, Argentina y Guatemala, Ecuador y Uruguay.
El ejercicio del poder, con su gracia de regalos burocráticos y presupuestales, con su capacidad de señalar y remover, se ha convertido en un lastre inevitable. Ahora todos los favores estatales son insuficientes y todos los programas son descalificados muy pronto, los candidatos generan grandes expectativas y en apenas meses se convierten en ineptos en el mejor de los casos y traidores en el peor. Boric lo ha sentido como ninguno, en tres meses de gobierno pasó del joven renovador al principiante desconcertado. En la última encuesta su aprobación llegó al 26% luego de comenzar con una imagen positiva por encima del 60%. También para Petro sonaron las alarmas hace quince días. Con dos meses en la Casa de Nariño, entiéndase en las tarimas como presidente, su desaprobación creció 20%. Una cosa es lucir la espada del Libertador y otra manejar el presupuesto y la carreta de los anuncios.
La alternancia democrática ha sido vista desde hace años como una virtud. Más en América Latina donde las dictaduras de facto o disfrazadas fueron plaga y siguen siendo amenaza. Una muestra de garantías para la oposición donde hemos salido relativamente bien librados. De las 150 elecciones celebradas desde 1978 en América Latina, elecciones donde el gobierno saliente tenía juego para revalidarse en el poder, la oposición ha ganado 87, un 58% que muestra que desde se puede llegar a ser partido de gobierno “jugando como visitante”.
Pero ahora estamos en otro punto, en el momento donde los recién posicionados empiezan perdiendo y juegan con temor ante su afición, dónde las mayorías son una amenaza y el tiempo siempre un enemigo. Y si se quiere ir un poco más al norte, hay que decir que Trump lo sabe, y que las guerras de odio y mentiras que se viven en casi todas las democracias de hoy, sirven a esa especie de retractación ciudadana.
El diagnóstico lo hizo H. L. Mencken, periodista gringo de sátiras y verdades, hace más de ochenta años. “La democracia prueba una sucesión interminable de recursos misteriosos tal como una actriz de cina prueba una serie interminable de maridos, esperando contra toda esperanza encontrar uno que sea sobrio, acomodado, fiel y no demasiado vigilante”.
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