“el momento más obscuro de la noche, es antes de que salga el sol”
Por: Francisco Manrique.
Un amigo me decía que en Colombia no se podía dormir siesta, porque al despertarse, el país ya había cambiado. Parafraseando a otro amigo catalán, lo que ha sucedido en los últimos cinco días es “alucinante” y se asemeja mucho a la sensación que se tiene cuando uno se monta en una montaña rusa, donde la gama de emociones van desde la hilaridad hasta el pánico total. Lo que los colombianos gastaron en adrenalina en esta semana de infarto, es imposible de cuantificar.
Primero: la abstención fue del 63% de las personas que estaban habilitadas para votar. Son más de 20 millones que decidieron no hacerlo cuando tenían la oportunidad de influir en la decisión histórica más importante para Colombia desde 1957. En esa época, el país se enfrentó a otra decisión trascendental, que dio origen al Frente Nacional, para acabar otro periodo de violencia que dejó 300.000 muertos durante más de una década.
Algunos dirán que este nivel de abstención es justificable porque es la tradición en Colombia. Y lo explicarán porque los políticos tradicionales no tuvieron suficientes incentivos para movilizar a los votantes. Lo que si es cierto, es que el mensaje es dramático: para una mayoría de colombianos, terminar con más de 50 años de violencia de las FARC, no fue lo suficientemente importante como para acercarse a las urnas y ejercer su derecho al voto. Que vergüenza !!!
Segundo: el NO ganó por 53.000 votos sobre un total de 12.7 millones que asistieron a la urnas. Este extrechísimo margen podría ser visto como un empate técnico, pero no lo fue. Cuatro años de intensas y muy difíciles negociaciones, quedaron anuladas porque un 18.8% de los votantes potenciales, lograron ganar por un pelo la votación.
Tercero: ni los del SI pensaron nuca que iban a perder, ni los del NO que iban a ganar. Los primeros, porque estaban seguros de vencer gracias el inmenso respaldo recibido a nivel internacional y los recursos invertidos por Santos durante dos meses de campaña. Los segundos, porque pensaban que la maquinaria política a favor del SI era muy difícil de derrotar. Y los dos bandos sustentaban sus creencias, en las encuestas que mostraban una tendencia creciente a favor del SI, apenas cuatro días antes de las elecciones.
Cuarto. Las dos partes utilizaron exageraciones indiscutibles, pero los uribistas fueron mucho más allá para tergiversar los mensajes. Acudieron de manera descarada a métodos inadmisibles, como cuando usaron los hackers en las elecciones del 2014. En la entrevista del diario La Republica del 5 de octubre, el gerente de la campaña, seguramente eufórico por el triunfo del NO, confesó orgulloso que habían hecho una estrategia basada en despertar la indignación de la gente, buscando que está “saliera a votar verraca” el día del referéndum.
En lugar de tratar de explicar pedagógicamente los acuerdos, los uribistas y Ordoñez, ex Procurador de la Nación destituido recientemente, recurrieron al facilísimo y al poder perverso de las redes sociales, para enviar mensajes mentirosos focalizados en cada región. Por ejemplo, en la Costa individualizaron el mensaje, afirmando que nos íbamos a convertir en Venezuela. Le apostaron a despertar las más bajas emociones para polarizar aún más a los colombianos, sacrificando el uso de la razón .
Para justificar esta conducta inadmisible, el acólito de Uribe que gerenció la campaña, se justificó así: “fue lo mismo que hicieron los del SI”. De nuevo un mensaje perverso: el fin justifica los medios. En Colombia, como en la Gran Bretaña y los Estados Unidos, los políticos entronizaron la mentira descarada como su arma preferida para atizar los odios, la polarización y la desconfianza, para así poder ganar.
Pero lo impensable pasó: ni los dos bandos, ni la encuestas, acertaron en sus pronósticos. El descache fue monumental. Y el que finalmente perdió fue la sociedad colombiana que consolidó una división sin antecedentes entre las minorías que votaron por el SI y por el NO. Ninguna de las partes logró inspirar a la inmensa mayoría que no votó.
Quinto: el invento de Santos del plebiscito, se le devolvió como un bumerán. Y lo que es peor, lo cogíó con los pantalones abajo. Su soberbia lo llevó a tomar la decisión de no tener un plan B en caso de perder. Pero a Uribe, promotor del NO, también le sucedió exactamente lo mismo. Y en Colombia como en Gran Bretaña, la tragedia griega se repitió. La imprevisión y las mentiras, fueron las ganadoras de la jornada electoral. Y en ambos casos, el perdedor fue el país.
Sexto: a Santos, le pasó lo que le sucede al boxeador que está acorralado contra las cuerdas, y lo salva la campana para darle un respiro para un ultimo round. En este caso, el jurado del Nobel de Paz fue esta campana, que le da otro aire a Santos al concederle este importante premio en reconocimiento de sus esfuerzos durante cuatro años en la búsqueda de un acuerdo con las FARC.
No hay duda de que, tiros y troyanos, tienen que reconocer la tozudez de Santos en mantener el proceso hasta llegar a un acuerdo final, independientemente de que este fuera rechazado por una mayoría muy exigua en la votación del plebiscito, y una abstención monumental dado lo que estaba en juego. Este resultado negativo no le quita mérito al Presidente por el esfuerzo hecho durante cuatro años. De nuevo, la comunidad internacional, le da un espaldarazo cuando más lo necesita. Y aquí se aplica el dicho que le oía a mi abuela desde pequeño: “mijo luz de por fuera, obscuridad en la casa”.
La dinámica política, producida al día siguiente de los resultados de la victoria del NO, puso a Uribe en el asiento delantero como presidente en la sombra de Santos. Pero este se ganó la lotería con Nobel que le fue otorgado este viernes en Oslo. No hay duda de que este hecho le ayuda al Presidente a equilibrar en algo las cargas por ahora. Pero ninguno de los dos se libra de una realidad: llevaron al país al borde del abismo, y finalmente, Uribe tuvo que aceptar lo que no quiso hacer durante seis años y diez invitaciones: reunirse con su Némesis a quién detesta y no perdona por su traición.
El show mediático que montó Uribe, gravando la llamada al Palacio de Nariño, para pedir una cita con el Presidente, estuvo a la misma altura que el lamentable espectáculo montado por este en Cartagena para la firma del acuerdo convencido de su triunfo. Ambos se han acostumbrado a manipular la opinión pública de una manera lamentable.
Y lo más triste de este episodio de la historia política de Colombia, es que los obligó a lo que han debido hacer hace mucho tiempo: buscar un acuerdo viéndose la cara. Y no lo hicieron, dando un lamentable ejemplo a la sociedad, porque sus odios personales estuvieron por encima de los intereses nacionales. Ambos resolvieron jugar con fuego, y ahora les toca ver, si son capaces de apagar el incendio que los dos iniciaron.
Pero resulta que en esta pelea hay un tercero en disputa: las FARC. Estos fueron otros de lo
grandes perdedores del pasado domingo. Pero a diferencia de Santos, no tienen el Nobel de Paz que les ayude, aunque pueden aprovecharse de esta circunstancia , para reforzar su lógica respecto al acuerdo. Para ellos, lo acordado no tiene marcha atrás, como así lo afirmaba ayer por la radio, el abogado español que asesoró al grupo guerrillero en La Habana.
Dadas estas circunstancias, las tres partes en conflicto, van a tener que flexibilizar sus posiciones si no se quiere volver al pasado y continuar con la estúpida violencia que tanto daño ha producido por décadas. Nunca antes se había estado tan cerca y sin embargo tan lejos, debido a la victoria del NO, para lograr desmontar el aparato armado de las FARC. Quien sabe cómo termine esta película.
Algo positivo ha surgido de todo este despelote. Se ha hecho evidente que, para un grupo minoritario de colombianos, el tema de la paz ha ocupado su atención y reconocen su importancia, independientemente de estar o no de acuerdo con lo negociado con las FARC. Pero también es evidente, y tremendamente preocupante, que el tema no fue lo suficientemente poderoso para cambiar el comportamiento abstencionista de una mayoría del 63% de los ciudadanos de este país. Si este tema no es importante para ellos, ¿entonces que lo es?
Hay muchas lecciones para Santos, Uribe y los colombianos, que se desprenden de la debacle de los resultados del pasado domingo. Veamos algunas de ellas en su orden de importancia.
Un proceso como el que se buscó lograr en La Habana, necesitaba de un liderazgo muy especial, que Santos no tuvo la capacidad de ejercer. Los resultados hablan por sí solos. Un presidente impopular que no se conectó con su gente. El 81% de los colombianos, por acción o por omisión, le dijeron NO al proceso. Santos fue incapaz de inspirar a la mayoría de los colombianos para que compraran la idea de que era mejor un acuerdo imperfecto a una guerra sin fin y salieran a votar.
La paradoja de Santos, es que “buscando la paz con las FARC”, dividió profundamente a la sociedad Colombiana. Desde la época de la Violencia, a principios de los años 50, no se veía las peleas entre amigos y familiares, como los que se han observado en esta oportunidad. Los colombianos resolvieron agrediese, usando la descalificación y la intolerancia del otro, para defender la Paz. Increíble!!!
Nos volvimos tan insensibles a la violencia, especialmente en las zonas urbanas, que nos olvidamos de la media Colombia porque el Estado nunca estuvo presente, y donde se cometieron las peores atrocidades. Santos no fue capaz de conectar a la mayoría urbana con esa realidad. Y tampoco lo fue para explicar el porque valía la pena su propuesta. Aún más, que era indispensable arriesgarse para abrir nuevas posibilidades, porque el uso de la fuerza había agotado la capacidad del Estado de acabar el problema de raíz.
Cometió el error de confundir un acuerdo para disolver las FARC, con la paz. Se concentró tanto en este punto, que descuidó algo fundamental. Las estadísticas nos muestran que solo un 6% de las muertes violentas en Colombia se pueden atribuir a la presencia de grupos armados. El resto sucede en las cantinas, los colegios, entre vecinos, en las familias, etc. Es decir, el verdadero problema somos todos los colombianos a quienes no nos gusta aceptar que no sabemos dirimir nuestra diferencias sin recurrir a la violencia. Santos falló miserablemente como líder al no confrontar a la sociedad con esta cruda realidad.
Pero si por el lado de Santos llueve, por el lado de Uribe no escampa. Este señor, que ocupó la dignidad de ser presidente de Colombia, tuvo ocho largos años para acabar a las FARC y al ELN y no lo logró. Esa es la verdad. Y de hecho, como se lo recordaban en los medios en estas semanas, a lo largo de estos años, ofreció muchos de los mismos temas que hoy le denuncia a su enemigo Santos, utilizando la mentira como su arma principal. No lo digo yo, lo dice su gerente de campaña, que por bocón, destapó la olla podrida que se cocinó al interior del Centro Democrático.
El caudillismo de Uribe, y la incapacidad de Santos, se conjugaron para manejarnos a los colombianos como unas tontas marionetas. Fuimos incapaces de reaccionar. Pasivamente aceptamos que se jugará con nuestros peores instintos, al tomar partido a favor o en contra de uno u otro bando, convirtiendo el bien supremo de la Paz, en otra confrontación de egos y odios, entre este par de dirigentes políticos.
El ejemplo que estos señores nos han dado ha sido nefasto, porque ha servido para reforzar lo más negativo de nuestra sociedad. Que pena que este sea el legado que nos han dejado unos individuos, a quienes el pueblo les concedió las más alta investidura y responsabilidad. Y a pesar de ello, uno de ellos es hoy nuestro Premio Nobel de la Paz. No hay que asombrarse, son las paradojas de la vida, y de Colombia como nación.
Ojalá se aplique la frase que dice: “el momento más obscuro de la noche, es antes de que salga el sol” y finalmente brille algo de sensatez. Como colombiano, de corazón espero que haya sensatez para lograr un acuerdo al interior de las élites políticas y así encontrarle salida a la situación absurda en las que nos encontramos hoy en este país.
Lo que si es cierto es que no hay mucho más tiempo, porque como lo mencionaba en otro blog: los tiempos políticos ya no coinciden en esta oportunidad con los tiempos de cambio. Con un presidente debilitado, y el inicio anticipado de la campaña del 2018, no hay tiempo ni margen de maniobra. Si se salva el proceso, es un milagro que recibió una bocanada de oxígeno del señor Nobel.
Termino con el último párrafo que escribiera premonitoriamente en mi Post en la semana del Brexit en Gran Bretaña:
“Y hablando de referéndum, lo sucedido en el Reino Unido debe ser una advertencia para Santos, quien ha usado el miedo como argumento para convencer. Claro que Uribe es en esto el gran maestro. Y lo que demuestran los resultados de esta semana en Europa, es que el miedo bien manejado por la oposición, acompañado de mentiras y verdades a medias, puede desbaratar un proceso de más de cuarenta años. Cameron pasará a la historia como el político que abrió esa caja de Pandora..¿Cómo pasará Santos si le falla el plebiscito en Colombia?.”
Colombia después de la elección del 2014 y después del Plebiscito del 2016: qué nos dicen estas imágenes?
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