Por: Francisco Manrique.
Para seguir la serie relacionada con el impacto de la tecnología, en la competitividad y la productividad, el Dr. Leonardo Pineda, Director de Investigación, Creatividad e Innovación de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, me hizo llegar una información muy pertinente. Tiene que ver con el papel que debe de jugar la Universidad, en el contexto de un mundo cada vez más cambiante, en cuanto a la formación que le brinda al estudiante para enfrentar esta realidad. (El impacto de la tecnología en las universidades, Impacto de la productividad – Parte I, Impacto de la Productividad – Parte II, El inmenso impacto de la tecnología en el mundo – Parte I, El inmenso impacto de la tecnología en el mundo – Parte II)
El tema es de una inmensa relevancia, porque las universidades tienen la responsabilidad de preparar a sus alumnos, para ser unas personas valiosas en la sociedad. Pero ya no es suficiente que salgan con el conocimiento de su especialidad, sino que es fundamental que puedan enfrentar los cambios cada vez más rápidos que se están produciendo, una vez salgan al mundo laboral.
En razón a estas exigencias, la Universidad tiene la responsabilidad de ser un centro de pensamiento y de experimentación activa alineado con estas nuevas realidades. Desde esta óptica, debería de ser un laboratorio vivencial para sus alumnos, que los prepara para aprovechar las oportunidades que surgen de los cambios del entorno. Pero también, porque sirve de faro que ilumina las posibilidades que ofrecen estos cambios generados, a su interior como consecuencia de las investigaciones que hacen, o por los que provienen del exterior.
Me pregunto si, en el entorno universitario tradicional, se están dando las condiciones necesarias, que preparan al alumno para enfrentar estas nuevas realidades. O si por el contrario, la teoría va por un lado, pero la experiencia individual no está alineada con esta necesidad.
La reflexión anterior implica revisar la coherencia que tienen las instituciones de educación superior, cuando forman a sus alumnos. Es decir, lo que se enseña al interior del claustro universitario es lo que se vive en el, y está en sintonía con las necesidades y demandas del entorno. Yo tengo la sospecha de que esto no es así, porque el cambio no es la característica que define las organizaciones universitarias.
Y esto me lleva a hacer la siguiente afirmación: se está desperdiciando el componente vivencial, que es cada vez más importante en la educación y formación de un individuo. Sé que esta afirmación no me va a hacer muy popular entre muchos académicos, pero es la realidad que manifiestan los mismos estudiantes y quienes los contratan posteriormente al ingresar al mundo del trabajo.
Cuando se menciona la necesidad de hacer cambios para alinear el discurso con la acción, en función de las nuevas realidades, no me deja de sorprender la respuesta que he le escuchado de personas que vienen del mundo académico: las universidades son distintas a otras organizaciones, por aquello del “ethos universitario”, lo cual las hace muy difíciles de cambiar. Traducción: para estas personas, las universidades son las únicas organizaciones inmunes a los cambios del exterior. Lo inverosímil es que, ni la Iglesia Católica, ni las Fuerzas Armadas, representantes de las organizaciones más conservadoras del mundo, hoy pueden hacer esta afirmación. Y si no, que le pregunten al Papa Francisco, cabeza de la Iglesia, o al General Alberto Mejía, cabeza de las FA en Colombia.
Sin embargo, el sector de la educación superior tiene su modelo de negocio muy expuesto a los cambios, gracias al papel de la tecnología, y al ataque de nuevos emprendedores que no se han amedrentado para aprovechar las tendencias mundiales y la inmovilidad que caracteriza a las universidades.
Las señales están por todas partes. Y mucho me temo, que a ellas les va a pasar lo mismo que a otros sectores como el de la música, la fotografía, los automóviles, la industria petrolera, los periódicos, la TV, para solo citar algunas. Todos ellos están sufriendo cambios profundos en sus modelos de negocio. Y como siempre, estos sorprenden porque han venido de la periferia, o provienen de otras industrias, y no los vieron venir. El convencimiento de que su paradigma no podía cambiar los cegó e inmovilizó.
Las universidades venden un servicio a la sociedad. Y si no responden a los cambios, siempre habrá alguien que tendrá un modelo diferente con una mejor propuesta de valor. El Director de Singularity University, lo decía de manera descarnada. El problema para muchas organizaciones que se resisten a transformarse, es que los cambios que tomaban décadas, hoy se producen mucho más rápidamente. Esto significa que hay muy poco margen de error y un tiempo muy corto para reaccionar.
El comentario anterior tiene profundas implicaciones. La primera de ellas, es que la Universidad que quiera mantenerse relevante hacia adelante, debería de ser un laboratorio vivencial para quienes pasan por sus claustros. Es cada vez más claro, que el aprendizaje verdadero se da cuando la teoría y la práctica se encuentran, se confrontan, y se interiorizan las lecciones aprendidas. Este tema es fundamental cuando nos preguntamos sobre el rol de la Universidad en la formación de emprendedores y el cultivo de una cultura de innovación en sus alumnos.
Con el contexto anterior, adquieren una gran importancia las notas de la octava conferencia internacional de la Red de Tecnología de Sur África este año, donde el Profesor Deresh Ramjugernath, Vice Canciller de la Universidad de KwaZulu-Natal en Sur Africa, desafío a la audiencia con sus comentarios en el contexto del tema central de la reunión: “Entrepreneurship Education for Economic Renewal“.
Para este académico, las universidades deben ayudar al desarrollo y a la construcción de la Nación, focalizando sus esfuerzos en el emprendimiento y la innovación. Sin embargo, según sus palabras: ” las universidades están tan motivadas por fórmulas de subsidio, su posición en los rankings mundiales, el ser las primeras o segundas en términos de investigación, que han perdido la perspectiva de lo que significa ser una universidad y su rol en la construcción de una nación”. Puedo escuchar el rechinar de los dientes de muchos académicos ante semejante afirmación.
La velocidad de cambio pasmosa que hoy vemos, fue el telón de fondo de la charla del profesor sur africano. Hoy, un celular inteligente, tiene más capacidad de computación que la disponible por quienes pusieron el primer hombre en la Luna en 1969. Y su comentario de fondo es muy disiente: “tan pronto nos demos cuenta que, como universidades tenemos que cambiar, también nos daremos cuenta de que no es una opción seguir parados, como lo hemos hecho hasta ahora”.
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