Me ha sorprendido la acogida que tuvo mi Post anterior sobre el poder del lenguaje. Por esta razón, decidí seguir profundizando sobre otros aspectos en torno al lenguaje, porque veo que pueden ser del interés del lector.
También quiero continuar explorando este tema, porque es una pieza fundamental que ha estado ausente en los procesos de diálogo en Colombia.
Pero dialogar significa poder y saber utilizar el lenguaje sobre lo cual hay muy poca pedagogía. Y ahora, que estoy comprometido con el proceso de “Diálogos de Futuro”, cuyo propósito es aportar iniciativas para apoyar la transformación de la Educación Superior, creo que es esencial el mostrar los aspectos que hay que tener en cuenta del lenguaje, para lograr un diálogo más productivo.
La primera distinción asociada al poder del lenguaje, que es muy importante recordar: su relación con la acción que va mucho más allá de usarlo para hacer solo una descripción. A partir de esta comprensión, el lenguaje adquiere una posición protagónica que es fundamental reconocer. Y lo es, porque vivimos en un mundo donde el lenguaje es crítico para la construcción de relaciones.
Hay que tener en cuenta que cuando actuamos “nos estamos haciendo cargo de algo”, con lo que le damos sentido a la vida, que es de la esencia del ser humano.
Al darle al lenguaje una interpretación generativa y activa nos obliga a entender que su poder se manifiesta a través de los actos lingüísticos, como los define Rafael Echeverría en su libro “Ontología del Lenguaje”, a partir de los aportes hechos por el filósofo norteamericano Jhon R. Searle.
La ejecución de los actos lingüísticos generan un compromiso: responder por lo que decimos, y que como dice Echeverría, “el hablar no es un acto inocente”.
Dado que el hablar implica acción, hay situaciones donde la palabra se adecua al mundo que nos rodea. En este caso, el acto lingüístico asociado es el de “las afirmaciones”, basadas en cómo observamos lo que vemos, a partir de una serie de distinciones compartidas con otros en una comunidad. Tiene relación directa con el mundo de los hechos. Cuando afirmamos algo, la palabra está respaldada por las observaciones que hacemos, y son veraces porque hay alguien que los corrobora.
Aquí cabe una pequeña explicación. A un objeto que tiene cuatro patas y un respaldar le decimos que es “una silla”. Al primer día de la semana lo llamamos “lunes”. Y nos podemos comunicar y ser entendidos por otros, si compartimos las mismas distinciones. Solo así podemos afirmar :”el lunes llovió y se dañó la silla” y tengo a un amigo que observó lo mismo. Por lo tanto, hay que recordar que una afirmación se hace siempre en “un espacio de distinciones” aceptadas. Y es verdadera o falsa, en la medida que haya otra persona que la valide porque coincide con su observación. Pero también es relevante o no, en función de las decisiones que se pueden tomar.
Otro acto lingüístico es el de “las declaraciones”. Cuando las utilizamos no hablamos acerca del mundo, sino que lo generamos al crear una realidad diferente a la existente antes de la declaración. El mundo cambia como resultado del poder de la palabra. Representan “el acto lingüístico primario por excelencia” porque crean las condiciones para que emerjan las demás.
Un ejemplo citado por Echeverría, es la Declaración de Independencia de los Estados Unidos que dio nacimiento a ese país. Los ingleses no tuvieron el poder de evitarlo, y los americanos si lo tuvieron para sostenerla en el tiempo.
Otros ejemplos: cuando el sacerdote declara a una pareja marido y mujer, o cuando un juez declara a alguien inocente de un crimen. Estos actos generan nuevas realidades para los involucrados, y las cosas dejan de ser como antes, gracias al poder de la autoridad religiosa y judicial . En ambos casos, se muestra el poder generativo del lenguaje y la palabra.
Hay que recordar, que, a diferencia de las afirmaciones sustentadas en la observación, las declaraciones son válidas o inválidas, si provienen de un autoridad otorgada a alguien, o cuando se hace uso de la fuerza, para hacerlas cumplir.
Hay otras declaraciones que no requieren de “la concesión social de autoridad” pero que residen en el poder de la dignidad humana de cada persona. El no y el si, que nacen del derecho de decidir el rechazar o aceptar el estado de las cosas. El declarar ignorancia, es fundamental para abrirse al aprendizaje. La declaración de gratitud cuando alguien cumple con nosotros. La declaración del perdón cuando no se ha cumplido con lo prometido o se hace daño a otros , pero también, cuando se perdona a alguien. Con este último acto nos liberamos del resentimiento que nos pone en situación de dependencia dañina de la persona responsable. Y finalmente la declaración de amor, que construye una relación de un mundo compartido.
Hay que saber pedir de manera explícita una promesa y sus condiciones de satisfacción de tiempo, modo y lugar, así como el saberla ofrecer, pero también aceptar o poder rehusar. El no hacerlo bien, pone a los demás a adivinar, lo que genera resentimientos si las expectativas no se cumplen y costos innecesarios que minan las relaciones y la productividad. Cuando se realiza bien el proceso pero se incumple, debería haber una sanción o por lo menos el derecho a un reclamo. Cuando se cumplen las condiciones de satisfacción de la promesa y estas son aceptadas, se cierra el acuerdo.
En resumen, hay tres actos lingüísticos fundamentales: las afirmaciones, las declaraciones y las promesas. Sobre ellas los seres humanos sustentan lo que los hace únicos y demuestran la importancia del lenguaje como generador de acción y coordinación con otros. Con las primeras hay un compromiso con la veracidad de lo afirmado, con las segundas con su validez, y con las terceras con la sinceridad y competencia de cumplirlas.
Para el siguiente Post, me voy a referir a otros componentes que hacen del lenguaje un recurso poderoso: los juicios y las conversaciones.
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