Por: Francisco Manrique.
Recientemente, un grupo de ultra derecha Neo-Nazi, organizó una marcha para protestar la remoción de una estatua del General Lee, quien tuvo un papel protagónica durante la Guerra de Secesión en 1861-64 y era un símbolo de la supremacía blanca.
Pero más allá de la tragedia por la pérdida de la vida de tres personas, el mayor escándalo lo produjo la reacción de Trump. En lugar de condenar de frente estos movimientos extremistas, este resolvió darles el mismo peso que a quienes se opusieron a las manifestaciones racistas. El evento violento, y la reacción del individuo que hoy deshonra la más alta posición del estado en ese país, han sido motivo de gran controversia en los medios y las redes sociales americanas.
El pésimo ejemplo de Trump está dando legitimidad a las manifestaciones violentas como las sucedidas hace unas semanas en Virginia. Pero lo que es peor de su mensaje: los prejuicios raciales de los blancos contra otras razas y los judíos son aceptables en las más altas esferas del Estado.
Dados los grandes cambios demográficos que se darán hacia el 2050 en los Estados Unidos, los blancos serán una minoría. Por esta razón, muchos de ellos se sienten hoy amenazados y están dispuestos a evitar que esto suceda. Pero también, se ven interpretados por Trump, cuando no condena hechos violentos como los ya mencionados.
Un trabajo reciente hecho por la Oficina Nacional de Investigación Económica, demostró que la elección de Trump, con su xenofobia contra mexicanos y musulmanes, hizo socialmente más aceptable el sentimiento anti emigrante. Le dio voz a algo que estaba latente entre un grupo de blancos, principalmente poco educados y localizados en pequeños pueblos del centro y sur de los atestados Unidos. Estas personas, se sintieron liberadas y con patente de corso, para expresar violentamente su rechazo a quienes no sean de su misma raza.
Que semejante comportamiento hubiera tenido como resultado ganar la elección como Presidente, envió una pésima señal a la sociedad norteamericana: “el crimen si paga”. Le quitó las riendas a la bestia, al remover el estigma de los prejuicios raciales. Y lo que es aún peor, abrió de nuevo la caja de Pandora del racismo histórico norteamericano, que no murió con la derrota de los Estados Confederados en la batalla de Gettysburg.
En el año 2004, un estudio realizado por dos sociólogos americanos, Thomas Ford y Mark Ferguson, demostró que cuando se vuelven aceptables los chistes racistas y sexuales, se aumenta la tolerancia a la discriminación por parte de las personas que alimentan prejuicios raciales o de género. Tampoco es de extrañar que, los hijos de padres violentos, también tiendan a replicar estos comportamientos más adelante.
El uso constante de un lenguaje que deshumaniza e incita a la violencia, como lo hace Trump, genera miedo y gran incertidumbre en la gente. Pero más grave aún, da una señal muy clara de lo que es aceptable, y sin incurrir en un costo mayor. Por esta razón, personajes como la cabeza del KKK, interpretan el mensaje de Trump : “Hacer America grande de nuevo”, como “ vamos a retomar a nuestro país de los negros y otros intrusos que nos están convirtiendo en una minoría”.
Quise hacer este Post sobre la situación racista y el comportamiento nefasto de Trump en los Estados Unidos, porque contiene unas lecciones muy relevantes para Colombia de cara a las elecciones del 2018, y para entender el legado, que nos ha dejado la confrontación entre Santos y Uribe, en estos últimos siete años. Si analizamos con cuidado los comportamientos de estos dos dirigentes políticos, podemos ver varias cosas muy preocupantes.
Como Trump, la campaña del NO de Uribe, legitimó la mentira para cambiar el resultado del Plebiscito. A su vez, Santos legitimó el uso indebido de su poder, al utilizar el Fast Track para aprobar medidas que sobrepasaban los temas acordados en La Habana con las FARC. Pero lo peor, es el ejemplo que le han dado los dos a la sociedad. So pretexto de impulsar la paz en Colombia, han demostrado que todo vale. Y lo único que no han tenido es la grandeza para sentarse a dirimir sus diferencias sin promover más la descalificación y el odio.
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