Por: Francisco Manrique
En Colombia estamos viviendo en la actualidad una situación muy difícil que le ha puesto todas las luces a una palabra: el diálogo. En ella se está viendo la llave para encontrar una solución mágica al desastre que ocasionaron un presidente y un ministró autistas, que se desconectaron de la realidad. Y que precisamente por no “dialogar”, antes de lanzar la granada de una reforma tributaria totalmente inoportuna, han incendiado al país.
¿Pero que significa dialogar? Según el diccionario de Oxford: “discutir sobre un asunto o sobre un problema con la intención de llegar a un acuerdo o de encontrar una solución”. Esto presupone primero, que haya la capacidad de reconocer que existe un problema que afecta a las partes interesadas, y segundo, la voluntad y la intención de alcanzar un acuerdo para solucionarlo o manejarlo.
Para que un diálogo sea exitoso, además de entender lo anterior, se necesita comprender, como ya lo explicaba en otro blog reciente, que el uso del lenguaje es el medio para lograrlo, porque la palabra es acción. Esto presupone que, como resultado del diálogo, pasen cosas que movilizan a las partes comprometidas a encontrar puntos de acuerdo, a pesar de las diferencias en sus posiciones e interpretaciones relacionadas con la situación.
Para dialogar, se necesita conversar. Y para que sea una conversación constructiva se requiere que estemos dispuestos a ver por las gafas del otro, para ver la realidad desde otra perspectiva, dejando los juicios de valor que nos acompañan, con la curiosidad para descubrir lo que antes no se podía ver. Y esto requiere, no solo la disponibilidad de observar, pero también de escuchar.
Además, se necesita que haya un mínimo de confianza sobre la capacidad y confiabilidad para cumplir y sostener lo acordado, así como del nivel de transparencia con el que se adelante el proceso de exponer sobre la mesa los intereses de las partes. Pero adicionalmente, se necesita que haya un acuerdo sobre el significado de las palabras, para evitar malas interpretaciones que minen lo anterior.
Este último punto, es un problema particularmente agudo al sentarse con los jóvenes que están en la protestas. Esto explica el porque hay una brecha de comunicación tan grande entre padres e hijos. Hoy, esta es una realidad que mina la posibilidad de acercar a las nuevas generaciones, para construir una visión y una propuesta común.
Lo que me lleva a otra condición fundamental para conducir un dialogo exitoso: el saber escuchar al otros de manera empática, para que emerjan una o varias soluciones, aceptadas y sostenibles por todos. Si no se hace así, el resultado queda “pegado con babas”. Y el problema se agrava aún más cuando hay una brecha de comunicación generacional.
Pero habría que añadir otra condición para haya un diálogo exitoso: el sentido de la oportunidad. A título de ejemplo, esta condición claramente no se cumplió al lanzar al país al vacío con la reforma tributaria. Y por no dialogar primero, Duque abrió la caja de Pandora, minado aún más el bajísimo nivel de confianza de la población sobre su gestión y la institucionalidad en general.
El haber abierto el diálogo en las circunstancias tan extremas en que ha estado el país, era una obligación del Jefe del Estado, además de una necesidad, para acercar a las diferentes fuerzas cuyo apoyo era esencial para conseguir más recursos. El escenario de una reacción violenta estaba en letargo desde noviembre del 2019. Las brazas estaban vivas y solo se necesitaba un pretexto para hacerlas arder de nuevo.
Por insensibilidad e imprudencia, se creó una situación gravísima que obligó a Duque a retirar la reforma, y descabezar a su ministro de Hacienda. La explosión social que generó, lo dejó acorralado y solo, con un nivele bajísimo de confianza y aceptación ciudadana, obligado a “dialogar” en muchos frentes a la vez, pero sin poder controlar las dinámicas que despertó.
Hoy, las condiciones hacen que sus propuestas, sin importar que tan buenas sean, sean filtradas a través de los lentes de la desconfianza, hasta que se acabe el periodo de su mandato. Sembró vientos y cosechó tempestades.
La situación actual es un ejemplo de lo qué pasa cuando no se abren espacios para dialogar con oportunidad, y cuando a un gobernante le falta la empatía para sintonizarse con el sufrimiento y la desesperanza de la población, que en nuestro caso ha sido tan afectada por la pandemia..
Pero también es un buen ejemplo de lo que sucede, cuando hay que buscar forzadamente el diálogo en unas condiciones tan negativas. Hoy Duque está “descubriendo” la necesidad de dialogar. Pero lo está haciendo obligado a aceptar un diálogo muy extraño “sobre lo divino y lo humano”, y con unas personas que han asumido la representación sin que nadie se las hubiera dado, y que no todos los reconocen y aceptan como sus líderes.
Un problema que se veía como tema netamente técnico, manejado por un tecnócrata reconocido, para enderezar las finanzas públicas tan golpeadas por la crisis de la pandemia, se le sumo un problema social sin antecedentes que se venía cocinando desde hacía mucho tiempo. No se entendió que se necesitaba muchísima capacidad de liderazgo, para enfrentar la explosión que se generó, tema que claramente ha brillado por su ausencia.
Pero hay otro gran problema que enfrenta Duque y en general quienes buscamos caminos no violentos para darle trámite a los reclamos de la sociedad. Son muchas las voces que buscan ser oídas, distorsionadas por los grupos que tienen otras agendas e intereses, y que aprovechan el desorden actual para desestabilizar al país.
Luego no es un diálogo el que va a resolver una situación tan compleja como la actual, se van a necesitar muchos más diálogos que se van a tener que realizar a múltiples niveles, con la expectativa a que converjan en algunos puntos en común.
Pero no solo fue Duque, su equipo y el partido que lo llevó al poder, los que resultaron sorprendidos por la magnitud del desastre que se ha producido. El caso de Cali, la tercera ciudad más importante del país, ha sido particularmente doloroso, pero a la vez sintomático, de otros problemas muy profundos, que no han sido abordados adecuadamente.
La dirigencia política, los gremios y empresarios, los medios de comunicación, entre otros considerados como “la clase dirigente” del país, se han visto también forzados a confrontar una realidad que no habían querido ver ni atender. Ahora algunos, buscan propiciar “diálogos constructivos” cuando antes no lo pudieron o quisieron hacer. Otros, mucho más pesimistas sobre los resultados de un diálogo nacional en las circunstancias actuales , ya están alistando maletas para abandonar el barco antes de que se hunda. Increíble!!!
En el caso actual, si no hay voluntad, transparencia de agendas e intereses, y una compresión compartida del problema que enfrentamos como sociedad en la realidad presente , el desgaste va a ser muy grande para volver de nuevo al mismo punto de partida y no hay tiempo que perder. Seguramente se intentará reanudar los diálogos, pero sobre unas bases cada vez más débiles de confianza y credibilidad.
Sin estas condición que son fundamentales, es muy difícil esperar resultados positivos y duraderos, dada la urgencia del momento actual. La verdad es que no hemos desarrollado la capacidad incluyente de conversar para dialogar, sin recurrir a la violencia y a la descalificación de quienes opinan diferente. Esto explica la profunda polarización en la que estamos, que nos impide enfrentar, de manera inteligente, los múltiples problemas de una sociedad convulsionada, que requiere construir unos mínimos acuerdos para los cuales se necesita esa capacidad de conversar.
La sociedad colombiana está pagando hoy un altísimo precio por no haber desarrollado unas mínimas capacidades de diálogo y de confianza. Ahora, cuando más se necesitan no están allí. Por esta razón, la gran preocupación que yo tengo, es que la fórmula del diálogo mágico que nos saque de este grandísimo atolladero en el que nos encontremos, no va a contar con unos interlocutores válidos y preparados.
Lo que vamos a escuchar en las próximas semanas, y ojalá me equivoque, es una multiplicidad de demandas hechas desde la desconfianza, la rabia y la desesperación. Y estás no son precisamente las mejores compañeras para unos diálogos constructivos.
Y si seguimos por este camino, dejamos que la emoción del miedo, que se traduce en rabia, odio, y desconfianza, nuble el buen juicio y siembre más desesperanza. Y cuando no hay esperanza de que podemos encontrar colectivamente un propósito común y un camino para lograrlo, las consecuencias para los jóvenes, que hoy protestan apresados por estas emociones, serán mucho más graves que las que hoy los han lanzado a las calles. Y si no creen , que le pregunten a sus pares en Venezuela.
¿Que hacer? En mi próximo blog voy a seguir explorando el lado emocional que hoy nos envuelve a los colombianos y que debemos gestionar. También voy a comentar sobre varias iniciativas que buscan contribuir con propuestas para mejorar nuestra capacidad de conversar para poder dialogar. Porque lo único que no podemos hacer, es abandonar el barco, ni tampoco dejarnos paralizar por el miedo.
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