Por: Francisco Manrique.
En un Post anterior escribía algunas reflexiones sobre el debilitamiento de la democracia liberal, que se convirtió en la narrativa victoriosa después de la caída de la Cortina de Hierro y el paradigma imperante de nuestra época. En este Post voy a continuar con este tema, porque lo considero de vital importancia para entender la situación que hoy estamos viendo en el mundo, y de la cual Colombia no se puede escapar.
Durante la década de los ochenta y los noventa, el neoliberalismo fue el nombre del paradigma que se impuso con el Consenso de Washington en 1989. Las fórmulas propuestas abarcaban políticas que propugnaban la estabilización macroeconómica, la liberalización económica del comercio y a la inversión, la reducción del Estado, y la expansión de las fuerzas del mercado dentro de la economía interna.
El crecimiento económico era la solución para resolver todos los conflictos sociales y políticos y esto generó grandes expectativas. En todas partes del mundo se esperaba un mejoramiento permanente de las condiciones de vida y que este proceso siguiera beneficiando a las generaciones siguientes.
Estas propuestas se convirtieron en el mantra al cual había que aspirar. Sin embargo, dos décadas después, en el 2008 algo sucedió que cambió la trayectoria ascendente que traía esta dinámica que se veía inevitable: la crisis financiera que reventó en los Estados Unidos y que se extendió rápidamente a otros países, particularmente en Europa cómo fue el caso de España, Irlanda, Portugal y Grecia.
Pero la crisis de ese año no hizo sino desnudar una realidad. El modelo neoliberal vigente no estaba respondiendo a las expectativas de la gente. Muchas personas se estaban sintiendo excluidos de los beneficios que se percibían concentrados en unos pocos en las economías avanzadas, y en países emergentes como la China. Pero también, el modelo no tenia la respuesta para los crecientes problemas ambientales y la disrrupción tecnológica que enfrentamos.
Desde ese año ha venido creciendo como un tsunami, el rechazo a los emigrantes, y las nuevas barreras al comercio internacional. El regreso al nacionalismo y a la religión, se han convertido en los escudos para defenderse de la globalización, a pesar de que vivimos en un mundo cada vez más interconectado, unido por la tecnología y las cadenas globales de suministro que se han fortalecido durante más de cuatro décadas.
Pero esta dinámica destructiva aumentó considerablemente, con la desafortunada llegada de Trump al poder en los Estados Unidos, y el Brexit en la GB. Con el primero, llega un personaje amoral e impredecible, que bajo el lema de “Hacer a America grande de nuevo”, ha iniciado unas guerras comerciales sin ningún tapujo ni consideración de los impactos colaterales que se pueden producir. Ejemplo patético la tradición a los Kurdos para permitir que los turcos los ataquen en la frontera norte de Siria cuando habían sido sus aliados incondicionales.
Las acciones de Trump en el frente externo, sumado a la decisión del Brexit en el 2016, han iniciado el desmantelamiento de la institucionalidad internacional construida con tanto trabajo desde finales de la II Guerra.
El libre comercio y la cooperación internacional, habían sido los temas sobre los cuales se habían construido las bases de una prosperidad global sin precedentes, después del desastre de la II Guerra Mundial, que desbastó a Europa a otros países en el Asía..
Estos fenómenos de los últimos años, coinciden con el surgimiento y fortalecimiento de regímenes autoritarios y populistas, en el seno de democracias que supuestamente estaban consolidadas. Este es el caso de Rusia, Polonia, Italia, Brasil, Turquía, India y Filipinas. En estos países se ha atacado impunemente la libertad de prensa y del sistema judicial. En algunos de estos países, el oponerse al sistema imperante, es considerado como una traición.
Y mientras tanto en los Estados Unidos, que durante siete décadas actuó como “el guardián de la bahía” de la democracia liberal en el mundo, los políticos y los ciudadanos se encuentran muy ocupados destruyendo su propio sistema democrático. Lo que sucede en esta gran país, además de muy preocupante por las consecuencias, hoy es motivo de alarma, repudio y de mofa, cuando había sido por años el modelo más admirado y un ejemplo a seguir.
Y cuando se analizan y se comparan los resultados de los países ya desarrollados con China hay un gran contraste. Los primeros se habían acostumbrados a un crecimiento razonable y a unos estándares de vida altos, pero que hoy demuestran un estancamiento persistente especialmente grave para los jóvenes. Mientras tanto, China ha tenido un crecimiento impresionante durante el mismo periodo, lo que suscita una gran interrogación.
Como resultado de este análisis, es explicable que haya cada vez menos gente que cuestione el modelo dictatorial chino, y cada vez hay más gente frustrada con el modelo democrático liberal que hasta hace poco había impulsado el proceso de desarrollo global más importante en la historia de la humanidad.
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