La paradoja de esta pandemia es que ha vuelto a poner los ojos en el Estado, cuando apenas hace pocos meses como sucedió en Colombia, este tenía los más altos niveles de desconfianza registrados en las encuestas. El riesgo de esta dinámica, en países con una institucionalidad muy débil y altos niveles de corrupción. es que el gobierno de turno aproveche el momento para asumir más poder aduciendo un estado de excepción. En estas circunstancias desaparece la transparencia y la división de los poderes políticos.
Pero el riesgo es aún mayor, cuando antes de estallar la pandemia, había una tendencia en marcha: el retroceso de la democracia y el aumento de los gobiernos nacionalistas y populistas en el mundo como se ha visto en Hungría, Polonia, Brazil, Mèxico, Turquía, India y Rusia. En ese contexto, hay señales de alarma muy serias. En estos gobiernos, se ha aprovechado el coronavirus, para vulnerar aún más los derechos ciudadanos.
En medio de la crisis, se ha visto un gran afán de este tipo de mandatarios, por obtener medidas extraordinarias para detener la pandemia. Muchas suenan razonables mientras dure la crisis. El riesgo es qué hay una alta probabilidad de volverse permanentes y que se apliquen para otros propósitos que no tienen que ver con problemas de la salud. Los gobiernos autoritarios pueden salir fortalecidos de esta crisis mientras las democracias se debilitan.
Por la razón anterior, desde la perspectiva política, es preocupante que se pueda hacer un mal uso por parte de los gobiernos autoritarios de las nuevas tecnologías que están siendo desarrolladas. Por ejemplo, las que se pueden utilizar para monitorear e interpretar las señales internas del cuerpo (información biométrica). Con estos avances, se va a poder medir la emocionalidad y los sentimientos, así como también predecir la actuación de las personas, porque son fenómenos biológicos medibles, como los que se están comenzando a utilizar para detectar un virus.
Pero mirando la parte positiva de los avances tecnológicos, se avizoran cambios para mejorar las decisiones en materia de política pública. Esto se logra con el manejo de la información y el análisis de grandes cantidades de datos. Esta tendencia ya es evidente en el campo de la salud en el seguimiento de la pandemia.
Durante este periodo, se ha demostrado que hay el conocimiento y la tecnología para descifrar rápidamente el ADN del coronavirus, pero también se ha desnudado otra realidad: no ha habido el liderazgo político para enfrentar efectivamente la crisis en países como los Estados Unidos, México y Brasil. Como leía en algún artículo reciente, que se refería a este vacío, “no tenemos adultos en el cuarto dirigiendo la respuesta coordinada a nivel global”.
En el campo político, se está dando otro fenómeno de cambio muy interesante, cuya sostenibilidad está por verse. Hace apenas cuatro meses, las encuestas median un altísimo grado de desconfianza en los políticos y las instituciones. La pandemia ha generado un cambio bastante notable en nuestro país.
Hoy, las encuestan muestran un alto nivel de aceptación, por encima del 60%, en la imagen de los altos dirigentes políticos, desde el presidente, hasta los mandatarios locales en las grandes ciudades. Se les reconoce que están haciendo lo mejor, dadas las difíciles circunstancias, y porque están aprendiendo mientras hacen camino al andar.
Las medidas que se han visto, le ha permitido a la gente revaluar el rol fundamental del Estado, para coordinar una respuesta colectiva cuando se enfrenta una crisis como la actual. Sin embargo, queda en el aire una pregunta muy importante: ¿Se mantendrá este cambio o volveremos a la desconfianza y polarización recientes cuando se termine la pandemia ?.
Otro posible cambio que se puede avizorar hacia adelante, se relaciona con el tamaño del Estado y su papel en la sociedad después de esta crisis. Este tema estará en el centro del debate político, entre Republicanos y Demócratas en los Estados Unidos, en las elecciones de finales de este año.
La debilidad de los sistemas de protección social para los más desfavorecidos, se ha hecho evidente durante esta pandemia en muchos países del mundo. Esta realidad ha abierto las puertas para que se discutan políticas progresistas que eran impensables hace algunos meses. Un ejemplo es la idea del salario universal con recursos públicos, y que se vuelve una necesidad cuando se llegan niveles de desempleo superiores al 20%. De todas formas, este tipo de ideas se venían cocinando en anticipación a las disrupciones que se van a acelerar debido a la robotización en el trabajo.
Estamos viviendo una época donde se necesitan medidas atrevidas para superar la crisis y sentar las bases para resolver problemas estructurales que se habían descuidado por mucho tiempo. Como ya lo mencioné al principio, fue lo que sucedió con el programa del New Deal del Presidente Roosevelt para superar la Gran Depresión de los años 30 en los Estados Unidos. Gracias a su visión y liderazgo, se introdujeron cambios fundamentales en el estado, que sirvieron de base para el progreso del país después de la II Guerra Mundial.
Sin embargo, mi gran preocupación en el caso colombiano, es que falte esa visión y liderazgo para empujar las medidas que hemos pospuesto por mucho tiempo, en áreas como la salud o el papel del campo en el desarrollo económico del país. Y que con las mejores intenciones, se generen expectativas muy grandes que no se cumplen más adelante, reiniciando el ciclo de frustración y de desconfianza, que ya venía creciendo antes de la crisis.
En nuestro país, la posibilidad de que el Estado pueda aprovechar este momento, para tomar e implementar las decisiones políticas difíciles que son necesarias, se va a enfrentar con una limitación severa de recursos, pero también, con una gran debilidad institucional de coordinación y ejecución. Además, de que venimos de casi diez años de polarización política aguda. Estos factores, constituyen el gran talón de Aquiles que se debería superar, si no queremos entrar nuevamente en una espiral de desconfianza y de protestas masivas, como sucedió en los meses anteriores al covid-19.
Si analizamos con cuidado la historia del siglo XX y la que llevamos en este siglo, es evidente que las grandes crisis generan cambios políticos profundos que marcan el rumbo de la sociedad.
Hay que recordar que la insatisfacción de la gente en Europa en los años 30, abrió las puertas al nazismo y el fascismo, que propiciaron la II Guerra Mundial. En un entorno así, el peligro es altísimo de que surjan movimientos extremistas que cambien radicalmente las prioridades de los estados, así como sus desiciones políticas. Y no precisamente para mejor.
Después de los ataques a las Torres Gemelas en NY, ese país que se sentía invulnerable, cambió. La prioridad que rigió las decisiones políticas en los siguientes diez años, fue la seguridad. La invasión de Irak, la guerra en Afganistán, el desastre de Siria fueron decisiones políticas equivocadas que debilitaron a los Estados Unidos, país que hoy con Trump, ha claudicado su liderazgo mundial. Durante este periodo, se tomaron medidas mucho más estrictas de restricción al individuo. Por ejemplo, se modificaron permanentemente las condiciones para entrar o salir de los aeropuertos. Y el fantasma de un ataque terrorista y la inseguridad llegó y se quedó.
Una década más tarde del atentado de NY, las debilidades que se manifestaron después de la crisis del 2009 en diferentes partes del mundo, radicalizaron las demandas de la gente y por ende, propiciaron cambios políticos cuyas consecuencias las estamos viendo hoy: el resurgimiento del populismo y nacionalismo de derecha y de izquierda
Por las razones anteriores, no veo por qué no se puedan esperar cambios significativos en el entorno político en esta ocasión donde estamos viendo un evento histórico profundo. Mi apuesta es que también van a producir cambios de prioridades en las políticas públicas, con reformas sustanciales al sistema de salud, en la reorientación de la globalización o el surgimiento de nuevos partidos políticos.
Una última consideración que no hay que descuidar. Cuando crisis como la actual, generan cambios culturales, como ya se vio en otro Post, se está pavimentando el camino para grandes cambios políticos. La crisis se debería aprovechar para armar un diálogo que conduzca a acuerdos políticos atrevidos y amplios como los que se van a necesitar.
Desafortunadamente, esta dinámica no se está dando y las consecuencias se van a ver reflejadas después. Estaremos expuestos a un comportamiento ciudadano mucho más agresivo y demandante, así como a la elección de gobiernos débiles de minorías, con partidos políticos fragmentados, y con muy baja capacidad de maniobrar.
Si lo anterior no se entiende y capitalizamos la crisis actual, no nos extrañemos si de nuevo se comienzan a ver disturbios crecientes aumentados por problemas de hambre y de gran frustración. Esto puede obligar a cambios radicales en las decisiones políticas que van afectar a otras áreas de la sociedad, como resultado de decisiones proteccionistas, xenófobas y radicalizantes y con un intervencionismo mucho mayor del Estado.
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