Por: Satu Santala
Últimamente, entre la guerra en Ucrania, la COVID-19, el cambio climático y el auge en el precio de los alimentos, parece que la vulnerabilidad de los sistemas alimentarios mundiales ha quedado totalmente en evidencia. Aunque cada una de esas situaciones ya supone un desafío considerable por sí misma, juntas están exacerbando los problemas preexistentes en el ámbito de los sistemas alimentarios, potenciando las perturbaciones en las cadenas de valor y en el equilibrio entre la oferta y la demanda y poniendo en riesgo los medios de vida de los productores en pequeña escala de todo el mundo. Hasta podrían echar a perder los avances logrados en lo que respecta a todos los Objetivos de Desarrollo Sostenible, en especial el Objetivo 2 (Hambre cero).
Mientras observo cómo evoluciona la situación, el multilateralismo (es decir, la colaboración entre tres o más interesados, en especial los Gobiernos nacionales) está demostrando ser la única forma de superar esta emergencia a nivel mundial. De hecho, en este contexto, cada vez más apremiante, la comunidad internacional de donantes —que incluye a organismos bilaterales, instituciones financieras, bancos de desarrollo, fundaciones filantrópicas y asociados para el desarrollo— tiene la responsabilidad y el mandato inequívoco de proteger a las personas más marginadas del mundo, gran parte de las cuales son productores en pequeña escala. Para ello, no bastará con responder a las situaciones a corto plazo: la plena protección de esos grupos pasa por aumentar la resiliencia mundial a mediano y largo plazo frente a las perturbaciones actuales y futuras.
Sin embargo, para abordar la crisis imperante, también debemos fijarnos en otras situaciones similares ocurridas en el pasado, y aprender de ellas. En la crisis alimentaria de 2008/2009, la financiación aportada por los donantes en apoyo de la seguridad alimentaria a corto plazo aumentó drásticamente. Por su parte, el FIDA destinó más de USD 200 millones a impulsar la producción agrícola. Sin embargo, cuando se pone demasiado énfasis en la ayuda de emergencia en lugar de favorecer las inversiones a mediano y largo plazo, y la coordinación entre los donantes es insuficiente, los resultados de muchas de esas iniciativas no son tan favorables como los esperados o previstos. Finalmente, hasta 155 millones de personas cayeron en la pobreza.
Ya he visto cómo funcionan estas dinámicas en el pasado, mientras trabajaba para un Gobierno donante y cuando representé a múltiples países en el Directorio Ejecutivo del Banco Mundial. A pesar de trabajar por alcanzar objetivos similares, a veces los países actúan movidos por sus propios programas políticos. Aunque creemos en la resiliencia a largo plazo de nuestros sistemas alimentarios, con demasiada frecuencia las soluciones a corto plazo dominan la agenda mundial y los países —así como los donantes en general— terminan moviéndose en diferentes direcciones. ¡Podemos —y debemos— hacerlo mejor!
Estoy convencida de que la coordinación de los donantes es un factor esencial para resolver con éxito la actual crisis alimentaria. También es importante para la misión del FIDA, como demuestra nuestra labor como anfitriones de la Secretaría de la Plataforma Mundial de Donantes para el Desarrollo Rural, una red que aúna a donantes para promover el diálogo estratégico y la colaboración en materia de desarrollo rural y sistemas alimentarios. Recientemente, la Plataforma publicó un libro blanco sobre la adopción de medidas por parte de los donantes, titulado “Transformación de los sistemas alimentarios: orientaciones para reforzar la función catalizadora de los donantes”. En ese libro se ofrece a los donantes de todo el mundo un abanico de opciones para respaldar la transformación de los sistemas alimentarios, y todas ellas se centran en la necesidad de mejorar la coordinación.
Los donantes deben coordinarse entre sí y asociarse con las organizaciones de la sociedad civil, los gobiernos nacionales y el sector privado. A través de esa colaboración, pueden aumentar las inversiones colectivas para desarrollar la infraestructura y las cadenas de valor, aprender e intercambiar las enseñanzas extraídas de los proyectos sobre el terreno y diseñar conjuntamente mecanismos de políticas para abordar los desafíos en el ámbito nacional. Asimismo, pueden catalizar la financiación del sector privado, una importante vía que es preciso explorar, habida cuenta de que las empresas privadas disponen de más recursos financieros que los que pueden movilizar los donantes a través de sus programas. Si bien se precisa financiación a corto plazo para resolver la situación humanitaria imperante, en el libro blanco se hace hincapié en la necesidad de respaldar las inversiones a largo plazo para abordar las causas fundamentales de las crisis de los sistemas alimentarios, actuales y futuras.
Sabemos que los sistemas alimentarios resilientes son fundamentales para evitar nuevas crisis, y contamos con recursos, como este libro blanco, que brindan a los donantes medidas concretas para lograr esa transformación. Gracias a la coordinación, pueden potenciarse y ampliarse las metas y objetivos en materia de inversiones de los donantes a fin de aumentar la resiliencia de los sistemas alimentarios en el mediano y largo plazo, y proteger los medios de vida de las personas vulnerables del medio rural.
No hay tiempo que perder —necesitamos que todos los interesados cooperen y se coordinen entre sí para garantizar la sostenibilidad y la inclusividad de nuestros sistemas alimentarios. Las medidas a corto plazo que se adopten para responder a las crisis repentinas no deben actuar en detrimento de los objetivos a largo plazo de construir sistemas alimentarios sostenibles, inclusivos y resilientes.
Nota publicada en FIDA, reproducida en PCNPost con autorización.
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SOURCE: FIDA
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