Por: Germán Barragán.
Gerente de Proyectos – Fundación Corona.
Hace unos meses decía que cualquiera de los nuevos ministros iba enfrentarse a los retos que en Colombia significan los insuficientes recursos disponibles, la corrupción, la debilidad técnica de gran parte de nuestra administración pública, y de manera creciente las presiones de una opinión pública altamente manipulable.
En esa reflexión, advertía que la cartera de educación no solo no es la excepción, sino que es un caso bastante ilustrativo. La nueva ministra ya se enfrenta al desafío de un sistema general de participaciones (SGP) que no asigna los recursos suficientes para atender temas clave como la educación rural o la cobertura en primera infancia y en educación media. Este panorama se agudiza por la corrupción que sigue robando los recursos que deberían invertirse en responsabilidades tan costosas como la alimentación escolar.
Por otra parte, la debilidad técnica tiene un impacto muy fuerte en un sistema educativo volcado hacia la descentralización en los temas técnicos. Las debilidades en algunas secretarías de educación, instituciones educativas y maestros están relacionadas directamente con temas como la baja calidad de la educación básica o la falta de calidad y pertinencia de buena parte de la formación postmedia. Esta es una realidad difícil de digerir pues recorriendo este país, se encuentran muchísimos maestros y maestras comprometidos profundamente con sus alumnos.
El objetivo de formar de manera pertinente a los estudiantes frente a su contexto, que a todas luces es deseable, no debería supeditar el derecho de los estudiantes de adquirir los conocimientos y potenciar las competencias requeridas para perseguir sus proyectos de vida y vivir en ciudadanía. Para garantizar el derecho de los estudiantes a aprender los que ya alcanzan sus pares en otros países, es clave contar con derroteros aún más específicos de aprendizaje, por lo que deberá profundizarse el camino iniciado con la definición de los Derechos Básicos de Aprendizaje (DBA) así no se llegue a un currículo unificado.
En cuanto a la calidad y pertinencia de la formación postmedia esta está relacionada, en muchos casos, con la debilidad de los procesos de aprobación y vigilancia de las secretarías de educación. Esta situación es un ejemplo de la consecuencia de asignar labores que muchas administraciones locales no pueden atender, ya que no cuentan con la capacidad suficiente.
Por último está el desafío de compaginar una agenda liviana y cortoplacista de los “titulares de prensa” y las “conversaciones en redes”, frente a las complejidades técnicas de la agenda educativa y los tiempos reales que requieren los cambios realmente estructurales. La tarea de comunicar es fundamental y ha sido una gran falencia del Ministerio en el pasado, lo cual contrasta con los esfuerzos y avances en materia de generación y administración de información del sistema educativo alcanzados en los últimos años. Esto debería facilitar en el futuro las tareas de rendición de cuentas; de trabajo en red en los territorios entre actores públicos nacional y locales, entidades de cooperación y actores privados; la de aumentar el involucramiento ciudadano, llegando a un involucramiento más informado y que potencie los ejercicios de construcción participativa como los planes decenales y el seguimiento por parte de la ciudadanía; y el debate político, mitigando las propuestas engañosas, usualmente generales y repetidas de una elección a otra.
Los debates acerca de la educación deberían nutrirse de manera urgente con información real acerca de la situación actual, los logros pendientes y los avances alcanzados en los temas cruciales de la agenda educativa; así como de las metas y avances proyectados a mediano plazo junto con los avances parciales estimados para llegar allá, de manera que faciliten el seguimiento de corto plazo. Posicionar aspectos clave de los grandes temas que se mueven en los debates públicos, así como información de los mecanismos para que los interesados puedan profundizar en ellos con información confiable para todos.
Todo esto desemboca en situaciones como que estamos viviendo actualmente. Lo cierto es que ayudaría mucho, en la actual coyuntura, que se tuviera un panorama más claro acerca del gasto de las Universidades públicas, la estimación de los recursos faltantes, de la asignación de los recursos transferidos al sistema en los últimos años, la comparación de costos (no matrícula) entre universidades públicas y privadas de alta calidad, las estimaciones de pérdida de recursos por corrupción, etc.
Las transformaciones del sistema educativo implican un costo político que ningún gobierno ha querido asumir a fondo. Por desgracia, las transformaciones en beneficio de la mayoría suelen mitigar el poder y los intereses de minorías organizadas. Una ciudadanía más informada y una puesta en común de la situación actual, más realista y apoyada en datos, haría más propositivo el debate y permitiría que este estuviera orientado a resultados y poniendo a los estudiantes en el centro de la discusión, protegiendo el interés general sobre el particular. Las propuestas en materia educativa coinciden en lugares comunes, casi todos llegan al mismo punto de partida al promulgar la educación como motor del desarrollo, aumentar la inversión, mejorar la calidad, cerrar brechas de cobertura, reivindicar a los maestros, incentivar la ciencia, incorporar tecnología, mejorar el nivel de bilingüismo, hacer de la educación un proceso integral, aumentar la jornada escolar, y reconocer las particularidades territoriales y poblacionales.
El debate y la reflexión ciudadana se ha quedado estancada en la primera capa. Es apremiante llegar a un debate que vaya más allá de los qué generales y que ahonde en los cómo; y en especial de cómo se sortearían las dificultades a las cuales se han enfrentado quienes nos antecedieron, tratando justamente de implementar lo que se está proponiendo de nuevo y desconociendo lo alcanzado.
Martin Amis decía “creo que las cosas se pueden cambiar o mejorar pero no a través de medios radicales […] el recuerdo de esa realidad revolucionaria es bastante desalentador. La revolución es una forma de acelerar la historia, es excitante e intoxicante, pero siempre se corrige demasiado y se va muy lejos […] ¿Qué han hecho los extremistas por el mundo? Nada”.
Nota publicada originalmente en La Silla Vacía, y reproducida en PCNPost con autorización.
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