Entre los valores de la tradición y los valores de la modernidad

Por: Rodrigo Arce Rojas.

El verdadero valor no se encuentra en cosas como el oro, la plata o los diamantes. El verdadero valor se mide en intangibles, en significados, en sentidos, en lo inconmensurable. Además no puedo valorar el oro, la plata y los diamantes que han implicado agredir a la tierra y provocar el dolor y el llanto de mis hermanos y hermanas de la tierra.

Por eso valoro tu sonrisa que provoca tempestades cósmicas en lo micro y en lo macro en una suerte de continuidad ontológica.

Por eso valoro tu voz cantarina que hace vibrar mi realidad cuántica y provoca enternecedora ilusión más allá del tiempo y del espacio.

Por eso valoro tu fluida naturalidad que encierra tu divina humanidad.

Entonces entiendo que tu verdadero valor es que eres invaluable.


modernidad

dasschwammbo / Pixabay


Las comunidades locales de la Amazonía se encuentra en un gran dilema: mantener los valores de la tradición o ingresar con el mayor sentido de urgencia posible al mundo de la modernidad que aparece muy atractiva y seductora. Un tercer camino posible es cómo hacer para ingresar al mundo de la modernidad sin perder la esencia de los valores tradicionales.

El camino no es fácil. De hecho ya hay muchas comunidades que se han negado a sí mismas y hacen intentos desesperados para modernizarse, para globalizarse.

El problema es que la actitud de los modernos frente a los pueblos tradicionales es ambigua, de un lado valoran a los pueblos por su riqueza cultural que les ofrece a los urbanos una forma de romper con su monotonía de razón, orden, disciplina y cemento en el marco de una visión de recursos naturales y culturales, pero de otro lado mantienen relaciones distanciadas y asimétricas. Al final hasta la valoración de las comunidades tradicionales forman parte de las relaciones económicas y de poder.

Por otro lado la modernidad tiene exigencias de homogeneidad,  racionalidad, objetividad, predictibilidad, de individualismo. Pese a los procesos de exclusión de las comunidades locales, ellas han podido subsistir al margen o a pesar de los Estados y de los mercados. No obstante, la situación cada vez se hace más insostenible por cuanto las relaciones de aculturación, la generación de nuevas necesidades, el propio proceso de crecimiento demográfico, la presencia de industrias extractivas con sus promesas (verdaderas o falsas) de desarrollo personal y colectivo están provocando quiebres en las comunidades. Estas fracturas se dan a nivel personal, familiar, comunal y étnico y varían también en función al tiempo y el espacio.

Es así como valores tradicionales de la comunidad tales como colaboración, solidaridad, reciprocidad se van perdiendo. La mirada holística de personas, de la realidad se ve seriamente afectada por los valores de la modernidad que todo lo separa y lo fragmenta.

La modernidad basa su éxito precisamente en la relación de dominio del ser humano sobre la naturaleza, trata al bosque como fuente ilimitada de recursos que han de servir exclusivamente para la satisfacción de las necesidades humanas, aunque valgan verdades con una clara diferenciación por grado de poder. Para los unos el mayor beneficio para los otros lo que alcance, si es que alcanza. Entonces los beneficios van en la dirección del poder y los procesos de alteración, contaminación y degradación de ecosistemas para los otros.

La modernidad para poder sustentarse requiere de un marco paradigmático en el que la naturaleza sea tratada como un recurso, al cosificarla ya no hay necesidad de ningún tipo de filosofía, ontología o ética porque distrae el principal objetivo de la eficacia y eficiencia económica.  Para esta forma de relacionarse con la realidad las palabras amor, compasión, ternura, cuidado simplemente están fuera de lugar pues la naturaleza se ha hecho para explotarla (aun cuando se use la palabra manejo con diferentes grados e intensidades de auténtico compromiso con la sustentabilidad).

Consecuentemente las deidades, los demonios, espíritus, los genios, los dueños de las plantas y animales, los dueños de los bosques y lagunas constituyen un rico repertorio de folklore pero que estorban frente a la racionalidad económica.

La medida del éxito en la modernidad entonces se da a través del valor de individualismo, frente al valor de la cooperación de las comunidades, se mide la capacidad de acumulación frente a la capacidad de redistribución, capacidad de razonamiento lógico frente a las múltiples formas de acceder al conocimiento a través del involucramiento de la totalidad del ser humano en su relación con el ambiente, del cual forman parte en una relación continua.

Las tensiones que se generan se resuelven de diferentes formas o a través de aisladas resistencias, de relativización de los valores tradicionales o simplemente su abandono. Son especialmente relevantes las brechas generacionales y espaciales. Aparece también las distancias entre los discursos políticos de las organizaciones locales más proclives a fortalecer los valores de las culturas tradicionales y las prácticas de las propias comunidades que optan por actividades productivas que eventualmente podrían dañar a los ecosistemas o ponerse incluso al margen de la ley.

A mayor articulación a ciudades y mercados mayor pérdida cultural. Por su lado el propio Estado y la escuela (incluyendo universidades) fomentan y legitiman los procesos de modernización como la fórmula para salir de la pobreza atribuida a las comunidades locales. Curiosa situación en la que los pueblos tradicionales ven la forma de modernizarse lo más aceleradamente posible y los modernos críticos encuentran en la cosmovisión y la sabiduría indígena nuevas perspectivas para modelar formas más auténticas de sustentabilidad.

Aunque seriamente afectada, las cosmovisiones locales aún se mantienen en personas, colectivos y lugares. Es importante evitar su pérdida total que sería equivalente a la quema de una gran biblioteca y perderíamos parte de nuestra esencia como humanidad. Se destacan múltiples perspectivas tales como el pensamiento complejo, ecología de saberes, ontologías relacionales, ciencia abierta, ciencia ciudadana, entre otras, a través de los cuales se propugna la importancia de la interculturalidad crítica.

Si el mundo es un gran socioecosistema que puede ser interpretado a partir de enfoques socioecológicos entonces podemos tener más opciones para entender la riqueza de la complejidad del mundo, la riqueza de otras epistemologías y ontologías que favorecen (re)descubrir nuestra relación con la naturaleza. Es cuando la ontología de la continuidad nos hace a ver a todos, personas humanas y personas no humanas, como parte de una gran comunidad moral.

El modelo de desarrollo hegemónico no está yendo en esa dirección. Está en nuestras manos, mente, cuerpo y todo nuestro ser hacer la diferencia. Reconocernos como un gran entramado religante.


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