El derecho a no sentirse bendecido

Por: Eduardo Lleras Losada.

Son las 4 am de este atípico 25 de abril del año 2020. Mi hijo continúa en su también atípica celebración de cumpleaños, jugando play station en línea con sus amigos. Quisiera poder achacarles mi insomnio a sus gritos y al rugido insoportable del aparato, pero sé que no es verdad. La verdad es que en estos días de cuarentena esta es mi nueva realidad. Falta de sueño e insoportables sensaciones.

Al igual que en otras noches tomo mi celular para darle una tregua a la ansiedad y me dispongo a darle un repaso a mis redes sociales y los medios de comunicación que acostumbro a consultar. Rápidamente mi neura se exacerba y me ataca la conversación que llevo días teniendo con mi esposa. Tengo horas tratando de darle forma a mis sensaciones y encontrar el tono del escrito y el mensaje, sin percatarme de que tal vez sea precisamente mi tono quien le dé forma al mensaje y que el mensaje en si mismo es el tono. Y por ello este es mi tono y este es mi mensaje sin más ni más.

no bendecido

Pixabay

Me tienen las huevas hinchadas los mensajes de esos “seres de luz” (que con ojos de compasión y brillos de yo ya me pillé algo que tu no) que me invitan a reinventarme, conectarme con mi propósito superior, buscar mi luz interior, acceder a mi águila interna que vuela libre sobre las montañas nevadas del mundo, a elegir mis emociones y a sentirme profundamente agradecido por lo que tengo (los clichés del momento). Me molestan porque lejos de ser compasivas sus palabras terminan siendo mezquinas. Aplaudo la intención, pero recrimino la desconexión.

En estos momentos me atrevo a aseverar que cada uno de nosotros lleva una procesión interior que le roba el sueño y la tranquilidad como a mí. Angustias de trabajo, dinero, salud, relacionales y de encierro, entre otras, son nuestro día a día. Y es aquí que los gurús chamanes y lideres espirituales de ocasión y en ocasión se desconectan. No nos reciben y aceptan donde estamos, en la angustia, la ansiedad, la depresión y el profundo desespero y nos hacen sentir inadecuados, no dignos de nuestros propios sentimientos que son la única realidad en cada particular historia. Sin recibirnos, sin escucharnos, nos niegan nuestra condición humana y nos tratan de imponer su condición divina.

Tal vez muchas de nuestras nuevas deidades olvidan algo que ya conocen y es que las emociones humanas son variopintas, matizadas y ni buenas ni malas, solo sensaciones que acompañan nuestros momentos y por lo tanto pasajeras. Todas las sentimos y todos las experimentamos y la grandeza del camino del crecimiento es poder aceptarlas y sobre ellas construir nuestra condición humana. La única manera de transformar una emoción es aceptarla, empaparse de ella y hacernos completos con ella, sin recriminación, sin duda, con o sin miedo. Recíbanos en ellas, les digo, y desde ahí tal vez podremos construir el camino que ustedes ya conocen y el cual nos quieren hacer ver. De lo contrario estarán muy lejos de la compasión y muy cerca de la limosna espiritual. Recíbanos a todos los otros que como yo, estamos mamados, angustiados, desesperados, ansiosos, deprimidos y no agradecidos, porque solo estamos recorriendo nuestra condición humana.

Si tuviéramos que trasladar esta conversación a diferentes ámbitos de la vida encontraríamos que es tal vez esta temática la de mayor relevancia en el futuro cercano. En mi ocupación pasada y desocupación actual estoy en permanente contacto con organizaciones y sus líderes. Después de cientos de conversaciones me atrevo a afirmar que el reto actual del liderazgo está en ser contenedores de emociones (de todas ellas), abrir espacios de escucha, de compasión. Es imperativo cambiar el discurso de guerra, de guerreros con cuchillos en sus bocas, de palabras de cuartel setentero, de sargento de película gringa. El cuidado mental emocional y físico de los demás nos traerá seres reprogramados en su mejor versión, guerreros sin sangre ajena y propia en sus manos y en sus bocas, guerreros que lideraran el camino del futuro. No deleguen ni abdiquen esta oportunidad, les digo.

Y así no mas, con mi derecho divino a estar emputado y sintiéndome un chaman, un gurú, un líder espiritual, una naciente deidad, me despido.


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