Por: Christopher Tidey.
Después de vivir en los EE. UU. por casi una década, Mary fue arrestada y separada de sus hijos antes de que la familia fuera deportada a Guatemala.
El sueño americano de Mary se desmoronó el 16 de agosto del año pasado. Ese fue el día en que oficiales de la policía y del departamento de aplicación de las leyes de inmigración llamaron a la puerta de la casa que compartía con su hija Sami, de 12 años, y su hijo Jason*, de 10, en Brownsville, Texas.
“Fue un día horrible, verdaderamente horrible”, recuerda Mary. “Me duele recordarlo”.
Esa mañana, a primera hora, unos oficiales de la zona fueron casa por casa buscando a un inmigrante sin documentación. Cuando Mary abrió la puerta, le pidieron que se identificara y que les diera los números de afiliación a la seguridad social de sus hijos, algo que ella no pudo hacer. Le preguntaron si estaba en el país de forma ilegal. Mary se quedó en silencio.
Hoy se acuerda perfectamente de lo que ocurrió después.
“El oficial le dijo a uno de sus hombres: ‘dale la vuelta y llévatela’. Me esposaron y me metieron en uno de los coches mientras me gritaban. Lo más triste fue cuando se llevaron a mis dos hijos. Mi hijo pequeño estaba dormido y no entendía lo que estaba pasando; me buscaba. Pusieron a mis hijos en el otro coche”.
El oficial le dijo a uno de sus hombres: ‘dale la vuelta y llévatela’. Me esposaron y me metieron en uno de los coches mientras me gritaban.
Mary, Sami y Jason llegaron a una comisaría de policía local donde su situación empeoró. Los separaron a la fuerza: Mary fue trasladada a un centro de detención de migrantes y a los niños los llevaron a un centro de acogida para menores no acompañados. Mary no sabía a dónde se habían llevado a Sami y Jason y ellos no sabían el paradero de su madre. Fue una experiencia desgarradora para los tres.
Cuando arrestaron a Mary y la separaron de su familia, ella llevaba casi 10 años viviendo en los Estados Unidos y sus hijos, casi ocho.
Las autoridades de inmigración separaron a Mary de sus dos hijos, de tan solo 10 y 12 años, en su hogar de Brownsville, Texas. Los niños llevaban viviendo allí casi ocho años.
En busca de una oportunidad
Para Mary, la decisión de dejar Guatemala para marcharse a los Estados Unidos en 2008 fue dolorosa, pero necesaria.
En Guatemala, la vida era extremadamente difícil para una joven madre soltera con dos hijos pequeños. A Mary le costaba mucho salir adelante y no podía depender de la ayuda del padre de sus hijos.
“Sufrí mucha violencia doméstica (durante esa época) y no tenía nada que darle a mis hijos”, cuenta Mary. Asegura que el “punto de inflexión” llegó cuando los desahuciaron a ella y a sus hijos de su apartamento de una habitación porque no ella no podía reunir el dinero suficiente para pagar el alquiler. “El propietario nos echó a la calle, así que ya no tenía nada más que ofrecerles (a mis hijos). Estaba en la calle con un niño de unos cuatro meses y una niña de un año y medio”.
Aunque le dolió profundamente, Mary sintió que no tenía más opciones que dejar a los niños con su madre, que vivía cerca, y marcharse a los Estados Unidos, ya que su hermana le había contado que allí podría conseguir un trabajo mejor pagado y mandar dinero a sus hijos.
El extenuante viaje a los Estados Unidos duró días, y Mary viajaba solo con la ropa que llevaba puesta y el poco dinero que a duras penas logró reunir para autobuses, agua y sobornos. Fue agotador, deshumanizante y peligroso: llegaron a amenazarla con violarla. Cuando finalmente cruzó Río Grande aprovechando la oscuridad, llegó a la ciudad de Brownsville, donde pronto encontró trabajo en la cocina de un restaurante.
Una de las hermanas de Mary hizo el mismo viaje unos dos años después y llevó consigo a los hijos de Mary. Fue difícil al principio, ya que los niños no la conocían, pero con el tiempo la familia encontró consuelo y felicidad al estar juntos. Los Estados Unidos se convirtieron en su hogar y, después de ocho años viviendo allí, eran lo único que Sami y Jason conocían de verdad: para ellos, Guatemala era más una idea o un recuerdo lejano que una realidad. Mary llegó a ser jefa de cocina, tenían una casa amplia y los niños disfrutaban de la escuela y tenían amigos.
Tristemente, la nueva vida que con tanto esfuerzo habían conseguido no duraría mucho.
Mi hijo lloraba (por teléfono)… Me preguntó: ‘¿estás en un lugar tan bonito que ya no quieres regresar conmigo?
Un reencuentro agridulce
Después de que las autoridades de inmigración los separaran, Mary y sus hijos tardarían dos largos meses en volver a tener noticias. “No tenía ni idea de dónde estaban”, dice Mary con lágrimas en los ojos. Los niños comenzaron a pensar que Mary los había abandonado.
Finalmente, en octubre del año pasado, Mary supo que Jason y Sami estaban al cuidado de una institución para niños que contaba con la ayuda de una organización benéfica católica. Le permitieron hablar con ellos por teléfono una vez a la semana. La primera conversación fue desoladora para Mary: “Mi hijo lloraba (por teléfono). Me preguntó: ‘¿estás en un lugar tan bonito que ya no quieres regresar conmigo?’”.
Al final, Mary se enteró de que ella y sus hijos iban a ser deportados, pero pasaron siete meses desde que la separaron de ellos hasta que pudieron reunirse. Fue en el avión que los llevó de vuelta a Guatemala.
Su reencuentro fue agridulce. “Tenían mal aspecto y estaban enfadados”, recuerda Mary. “Mi hija comenzó a llorar y dijo ‘por fin estás aquí y te acompañaré allá donde vayas’. Jason estaba muy deprimido y tenía una erupción cutánea. Me pidió que no volviera a abandonarlo nunca’”.
En el avión de regreso a Guatemala, los pensamientos de Mary iban a toda velocidad. “Estaba preocupada por el dinero, por dónde íbamos a vivir, porque los niños tuvieran que empezar de nuevo otra vez. Tenía planes para nuestras vidas, pero esas vidas ya no existen”.
Volver a empezar en Guatemala
Mary, Sami y Jason son tres de los más de 31.900 guatemaltecos que han regresado de los Estados Unidos y México entre enero y abril de este año. De vuelta en Guatemala desde hace ya unos meses, la transición no ha sido fácil para la familia.
Por mediación de unos amigos, encontraron una pequeña casa de bloque de cemento en alquiler en Chimaltenango. Los alojamientos son escasos. “Todo lo que hay en esta casa es prestado o donado”, dice Mary señalando los muebles de la cocina.
Los primeros dos meses no tuvo que pagar el alquiler, pero Mary sigue sin encontrar trabajo y no sabe cómo conseguirá los 250 dólares al mes que necesita para poder vivir allí con sus hijos.
Además, el vecindario es peligroso por la actividad de las bandas, de modo que Mary está preocupada por la seguridad de sus hijos. “En este distrito hay mucha violencia”, asegura Mary. “Cada tres o cuatro días muere alguien. Las bandas se llevan el dinero de la gente. No quiero que sepan que venimos de los Estados Unidos porque pensarán que tenemos dinero”.
“Tenía planes para nuestras vidas, pero esas vidas ya no existen”.
Mary y sus hijos reciben algunos servicios psicosociales por medio de una ONG local que cuenta con la ayuda de UNICEF. En la actualidad, los niños van a la escuela y ella está buscando trabajo.
Sin embargo, lo que Mary quiere realmente es regresar a los Estados Unidos, aunque le preocupa que, si tratan de volver a cruzar la frontera ilegalmente, los descubran y se lleven a sus hijos.
A pesar de todo, Mary tiene esperanzas. “Esta es la voluntad de Dios”, explica. “Él sabe lo que hay en mi corazón. Él me llevó allí la primera vez y él me volverá a llevar”.
*Los nombres se han modificado para preservar la identidad.
Nota publicada en UNICEF para América Latina y el Caribe, reproducida en PCNPost con autorización.
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SOURCE: UNICEF
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