Por: Carlos Guevara Mann
Aducen los textos escolares que el primer presidente de Panamá fue Manuel Amador Guerrero. Lo fue, indudablemente, de la segunda república, creada en 1903.
Antes que el Dr. Amador—sin embargo—en la primera magistratura del istmo independiente estuvo Tomás Herrera, presidente del Estado del Istmo (1840-1841), la primera república de Panamá. Por negligencia inexplicable—cuando no, por ignorancia—se le ha negado a Herrera un reconocimiento que contribuiría no solo a dignificar su memoria, sino—más significativamente—a profundizar el conocimiento de nuestra historia y acentuar el sentido de pertenencia e identidad en una población desarraigada y despistada.
Tomás Herrera nació en esta fecha: 21 de diciembre de 1804. Rasguñando los 17 años, se unió al Batallón 1° del Istmo, creado poco después de nuestra independencia de España (1821), para contribuir a los esfuerzos emancipadores que el Libertador Simón Bolívar liderizaba en Suramérica.
Combatió en Junín y Ayacucho, batallas finales de la independencia del Perú (1824) y, tras su destacado desempeño en el Alto Perú—luego, la República de Bolivia—alcanzó el rango de teniente coronel (1825).
Por su afiliación al incipiente liberalismo sería injustamente acusado de conspirar contra el Libertador y condenado a muerte. Bolívar le conmutó la pena por una de encarcelamiento.
Tras la renuncia del Libertador a la presidencia de Colombia (1830), fue excarcelado y restaurado al servicio activo. En 1831, el gobierno de Bogotá lo puso al frente del operativo para erradicar la dictadura de Alzuru quien, aprovechando el sentimiento independentista panameño, había usurpado el mando en el istmo e instaurado una tiranía.
En 1840, en medio de una de las tantas guerras civiles colombianas y ante la imposibilidad del gobierno colombiano de mantener el orden público y la cohesión territorial, el secretario de lo Interior (ministro de Gobierno), Lino de Pombo, emitió su conocida circular del 7 de octubre en la que conminaba a cada ejecutivo seccional a esforzarse, “por todos los medios posibles, en conservar el régimen legal y la tranquilidad pública en la provincia de su mando.”
Esta situación—explica Ricardo J. Alfaro en su extraordinaria biografía de Herrera—produjo “una vez más en el Istmo de Panamá un brote espontáneo de los sentimientos separatistas que siempre han anidado en el pecho de sus hijos”. Intentando evitar verse sumido “en la vorágine de sangre en que la Nación parecía próxima a aniquilarse”, el istmo “decidió reasumir su soberanía y el 18 de noviembre de 1840 se proclamó Estado Libre e Independiente” (pág. 134).
Tomás Herrera lideró el movimiento popular que dio como resultado, aquel año, la primera República de Panamá. Algunos seudo intelectuales pretenden descalificar este movimiento, alegando que otras secciones de la Nueva Granada (actual Colombia) también crearon gobiernos propios durante aquella crisis.
Olvidan (o ignoran) que el Estado del Istmo fue mucho más allá: no solo aseguró el control territorial efectivo del istmo de Panamá. Convocó una asamblea constitucional (la primera constituyente panameña), la cual dictó nuestra primera constitución (1841) y, bajo la cual, se llevó a cabo la primera elección presidencial.
Organizó la hacienda pública; creó la Universidad del Istmo, inaugurada el 8 de agosto de 1841; estableció el ejército nacional y emprendió una activa política exterior, enviando agentes diplomáticos a Ecuador, Estados Unidos y Costa Rica.
Esta última república reconoció al Estado del Istmo y con ella firmó Panamá su primer tratado internacional, también en 1841. Entre las partes que componían la Nueva Granada hasta 1840, ninguna llegó tan lejos como Panamá.
El Estado del Istmo tuvo su final cuando, una vez concluida la guerra civil, cundió el temor de que un ejército neogranadino invadiría el istmo. Ante las promesas de respeto a la singularidad istmeña—incumplidas por el gobierno de Bogotá—Panamá se reincorporó a la Nueva Granada el 31 de diciembre de 1841.
El gobierno bogotano retribuyó con persecuciones y destierros la nobleza y pulcritud de los líderes del Estado del Istmo. Aun así, tras una nueva ronda de exilios y encarcelamientos, Tomás Herrera volvió a su patria y retornó al servicio público.
Hacia finales de la década de 1840 e inicios de los años 50, fue gobernador en Panamá y Cartagena; representante y senador en el Congreso neogranadino; y secretario (ministro) de Guerra y Marina. Ascendió a general del ejército y, eventualmente, fue elegido designado (segundo vicepresidente de la república) en 1853.
Como tal, le correspondería asumir la presidencia de la Nueva Granada, en respuesta al golpe militar de José María Melo, protagonizado en abril de 1854. Herrera puso todo su empeño en reducir al golpista y restaurar el gobierno constitucional, hacia lo cual aunó esfuerzos con otros constitucionalistas colombianos.
Lograron su cometido en diciembre de 1854, aunque no sin el sacrificio final de Herrera, quien murió como resultado de un disparo recibido entrando a Bogotá, al frente de su regimiento constitucionalista. No alcanzaba todavía los 50 años; en Colombia, como en Panamá, su deceso fue profundamente lamentado.
Tomás Herrera es el único individuo que ha sido presidente tanto de Panamá como de Colombia. Más que por eso, merece ser recordado por su vocación constitucional.
A pesar de haber escogido la carrera de las armas—y a diferencia de otros soldados que, en nuestro medio, han empuñado el fusil para tiranizar a los pueblos—Herrera tuvo como brújula, a lo largo de su provechosa vida pública, el respeto irrestricto al orden jurídico, en apego a lo cual entregó su vida. Por ello se lo denominó, apropiadamente, el “soldado ciudadano”.
El destacado intelectual, Guillermo Andreve, expuso esta característica sobresaliente del prócer en los siguientes términos: “Nunca dejó de ser un ciudadano amante del derecho, y en sus manos, la libertad, a cuyo servicio consagró su vida, no fue jamás ahogada ni su espada pesó nunca en la balanza de la justicia para inclinarla al lado del abuso y del despotismo.”
El autor es politólogo e historiador; director de la maestría en Asuntos Internacionales en Florida State University, Panamá; y presidente de la Sociedad Bolivariana de Panamá.
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