Por: Carlos Guevara Mann
Días de alta tensión se vivieron sesenta años atrás, cuando, hacia finales de octubre de 1962, el presidente John F. Kennedy anunció la presencia de misiles nucleares soviéticos en Cuba, lo que generó el temor generalizado de un desenlace atómico.
Los antecedentes de la crisis se remontan al derrocamiento de la satrapía pro estadounidense de Fulgencio Batista y el triunfo de la revolución cubana, liderada por Fidel Castro. Poco tiempo pasó antes de que la Cuba castrista se apartara de la esfera estadounidense de influencia y entrara de lleno en la órbita soviética, para desconcierto de Washington, cuyos funcionarios intentaron, por todos los medios, deshacerse del régimen cubano y de su dictador.
Moscú, a su vez, se comprometió—desde mayo de 1960—a la defensa de Cuba. El premier soviético, Nikita Khrushchev, supuso que Estados Unidos no actuaría para impedir la instalación de misiles balísticos soviéticos en la isla y ordenó su sigiloso emplazamiento.
El gobierno estadounidense supo en julio de 1962 que Moscú había comenzado a enviar misiles a Cuba. El 29 de agosto, aviones de espionaje (U-2) que sobrevolaban la isla observaron la construcción de nuevos sitios militares y la presencia de técnicos soviéticos.
El 13 de septiembre, el presidente Kennedy advirtió a Khruschev: “Si en cualquier momento el afianzamiento comunista en Cuba pone en peligro o interfiere de cualquiera manera con nuestra seguridad, o si Cuba se convierte en una base militar ofensiva de la Unión Soviética, Estados Unidos hará lo necesario para proteger su propia seguridad y la de sus aliados” (https://www.archives.gov/milestone-documents/aerial-photograph-of-missiles-in-cuba).
Esta advertencia, sin embargo, no amedrentó a Khruschev. El 14 de octubre, la inteligencia estadounidense mostró al presidente evidencias fotográficas de misiles balísticos en Cuba.
La preocupación y la indignación se apoderaron de los círculos oficiales en Washington. Después de considerar cuidadosamente las alternativas de una invasión, ataques aéreos a los sitios nucleares, un bloqueo de la isla o acciones diplomáticas, el presidente Kennedy se definió por el cerco naval a Cuba, a fin de prevenir la llegada de pertrechos atómicos adicionales (https://www.britannica.com/event/Cuban-missile-crisis).
El lunes 22 de octubre, el presidente se presentó ante las cámaras para hacer el anuncio que se escuchó, no solo a lo largo y ancho del territorio estadounidense, sino en todo el planeta. En su famoso discurso, el mandatario describió los hallazgos de la inteligencia estadounidense, los cuales incluían pruebas de la existencia de misiles balísticos de alcance medio, “capaces de golpear a Washington, D.C., el canal de Panamá, el cabo Cañaveral, la ciudad de México o cualquier otra ciudad en la parte sudoriental de Estados Unidos, América Central, o el área del Caribe” (https://catalog.archives.gov/id/193899)
Kennedy comunicó su decisión de establecer el bloqueo naval—contrario al Derecho Internacional, pero considerado la vía menos onerosa para salvaguardar la seguridad nacional—y advirtió que las fuerzas armadas de Estados Unidos incautarían “armas ofensivas y material asociado” que los navíos soviéticos intentasen introducir a Cuba.
Entre tanto, Khruschev autorizó un ataque nuclear en caso de que Estados Unidos invadiera la isla. A medida que aumentaban las posibilidades de una colisión entre ambas superpotencias, el nerviosismo se acentuaba en todas partes.
En su radiomensaje el 25 de octubre, el papa Juan XXIII se refirió a las “nubes amenazadoras” que comenzaban “a ensombrecer el horizonte internacional y a sembrar el pánico entre millones de familias”. El pontífice hizo una “solemne apelación” a la paz:
“Suplicamos a todos los gobernantes que no permanezcan sordos a este grito de la Humanidad. Que hagan cuanto esté de su parte para salvar la paz; así evitarán al mundo los horrores de la guerra, cuyas terribles consecuencias nadie puede prever” (https://www.vatican.va/content/john-xxiii/es/messages/pont_messages/1962/documents/hf_j-xxiii_mes_19621025_intesa-popoli.html)
Según el profesor Ronald J. Rychlak, el llamado del papa le permitió a Khruschev una salida honrosa, haciendo posible que presentara la retirada soviética como un aporte a la paz mundial. El líder moscovita ordenó un cambio de rumbo a los buques soviéticos con destino a Cuba, de forma tal que evitaran el bloqueo.
Secretamente intercambió mensajes con Kennedy, quien insistió en el retiro de los misiles. El 28 de octubre, Khruschev finalmente accedió a la demanda estadounidense, a cambio de la promesa de Washington de nunca invadir a Cuba y de retirar, en un futuro próximo, los misiles nucleares que Estados Unidos previamente había instalado en Turquía.
El desmantelamiento de los misiles en Cuba comenzó inmediatamente y concluyó a fines de noviembre, lo cual representó un alivio para todo el mundo. El reconocimiento, por ambas superpotencias, de la gravedad de la situación suscitada en octubre de 1962 propició que, en agosto del año siguiente, la Unión Soviética, Estados Unidos y el Reino Unido firmaran en Moscú el Tratado sobre la proscripción de pruebas con armas nucleares en la atmósfera, el espacio exterior y en aguas submarinas, el primero de su tipo.
El dictador de Cuba, Fidel Castro, se irritó al no haber sido consultado por Khruschev y se enfureció cuando los soviéticos desmontaron sus misiles. Por ello se alegró cuando, en octubre de 1964, el líder de la URSS fue depuesto sin pena ni gloria. Entre tanto, en noviembre de 1963, fue asesinado en Dallas, Texas, el presidente Kennedy.
La crisis de los misiles es el punto culminante del antagonismo soviético-estadounidense de la guerra fría. Fue, hasta nuestros días, el momento más próximo a una guerra nuclear global.
Seis décadas después, las amenazas de Moscú de utilizar armas nucleares en su guerra de agresión contra Ucrania vuelven a acercar al mundo a ese término fatal. En la coyuntura actual, solo un pronunciamiento contundente del mayor número de Estados, de que el uso de armas proscritas no será tolerado y acarreará consecuencias inéditas, podría arredrar al temerario dictador de Rusia, cuyas descontroladas ansias de poder han producido tanta desventura.
El autor es politólogo e historiador; director de la maestría en Asuntos Internacionales en Florida State University, Panamá; y presidente de la Sociedad Bolivariana de Panamá.
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