Anne Frank y su Diario

Por: Carlos Guevara Mann 

El 6 de julio de 1942, Otto Frank y su familia se escondieron en un anexo secreto de la casa N°263 sobre el canal de Prinsengracht, en Ámsterdam. Holanda estaba bajo ocupación alemana desde mayo de 1940, cuando, violando la neutralidad declarada por los Países Bajos a inicios de la segunda guerra mundial, el tercer Reich invadió ese pequeño reino sobre el mar del Norte, al que muy pronto sometió a su régimen de represión, terror y exterminio.

Otto Frank, su esposa (Edith) y sus dos hijas (Margot y Anne) eran judíos alemanes. Salieron de Fráncfort en 1933, poco después de que Hitler tomara el poder en Alemania y pusiera en marcha su persecución contra los hebreos y otras minorías.

Buscando escapar del acoso nazifascista, se establecieron en la capital holandesa, donde Otto se puso al frente de la sucursal de Gies & Co.—también conocida como Opekta—una distribuidora de productos de confitería. Confiaban que el terror hitleriano se circunscribiría a Alemania y no abarcaría a otros países europeos.

La vida familiar transcurrió tranquilamente por un tiempo, hasta el inicio de la guerra, en septiembre de 1939. El año siguiente, la invasión germana impuso a la población neerlandesa un control totalitario, completamente ajeno a su idiosincrasia liberal, mientras la reina Guillermina y su defenestrada administración constituyeron en Londres un gobierno en el exilio.

El régimen nazifascista no tardó en implantar en Holanda su política antisemita. Comenzó a arrinconar y excluir a la comunidad hebraica, incluyendo a escolares como Anne, quien en 1941 fue expulsada del plantel estatal al que asistía e ingresada en una escuela para judíos, instaurada por los nazis.

Un año más tarde—en junio de 1942—recibió el regalo de cumpleaños que, sin sospecharlo, la convertiría, después de su trágica muerte, en una de las autoras más conocidas y apreciadas. En el cuaderno con carátula de tartán, de cuadros rojos y blancos, la niña de trece años escribió las primeras líneas de su famoso diario: “Espero poder confiarte todo como nunca he confiado en nadie, y espero que seas una gran fuente de consuelo y apoyo”.

Pocos días después, cuando Margot se vio en peligro de deportación a un campo de trabajos forzados, la familia decidió esconderse. En el estrecho recinto, los Frank compartieron durante algo más de dos años su confinamiento con otras cuatro personas: Hermann y Auguste van Pels y su hijo, Peter, y Fritz Pfeffer. Sobrevivieron allí gracias a los víveres suministrados por empleados de Opekta, particularmente Miep Gies.

Anne Frank

Pixabay

Durante su reclusión, Anne escribió habitualmente en el diario para relatar su vida cotidiana en la clandestinidad. Como lo destaca uno de sus biógrafos, Michael Berenbaum, comentaba desde disgustos comunes hasta su miedo a ser capturada.

Mencionaba temas típicos de la adolescencia y expresaba sus esperanzas para el futuro.  Aspiraba a ser periodista o escritora.

Hizo su último apunte el 1 de agosto de 1944.  Tres días después, la infame Gestapo—alertada por informantes holandeses—irrumpió en el recinto secreto y arrestó a sus ocho ocupantes.

La familia Frank fue enviada primeramente a Westerbork, un campamento de transición, en los Países Bajos y de allí a Auschwitz (Polonia), adonde llegaron los cuatro en septiembre de 1944.  El mes siguiente, las hermanas Margot y Anne fueron conducidas al ignominioso campo de concentración de Bergen-Belsen, a cargo de la despiadada Schutzstaffel—el “escuadrón de protección” del régimen nazi, conocido por sus siglas (SS)—a cuyo cargo había puesto Hitler su “solución final”: la erradicación de todos los judíos europeos.

Allí fallecieron ambas hermanas en febrero o marzo de 1945. Su madre, Edith, había muerto en Auschwitz a principios de enero, justo antes de la liberación de ese campo por el ejército soviético.

Otto, el padre, fue el único sobreviviente de la familia Frank. Cuando eventualmente regresó a Ámsterdam, Miep y otros colaboradores le entregaron las pertenencias que pudieron recuperar tras el allanamiento por la Gestapo. Entre ellas estaba el cuaderno de Anne, el cual, tras varias cavilaciones, Otto decidió publicar bajo el título de Anne Frank: El diario de una niña (originalmente en holandés, 1947).

Traducido a más de 65 idiomas, es el texto más leído sobre el Holocausto y su autora, la víctima más conocida de aquella vorágine de horror desatada sobre Europa por un régimen de incalificable maldad y perversión.  En su artículo para Britannica Online, el profesor Berenbaum describe su estilo como “precoz y perspicaz”, explicando que plantea el crecimiento emocional de la joven en medio de la adversidad (https://www.britannica.com/biography/Anne-Frank).

Transmite, sobre todo, su optimismo y deseo de vivir: “Sigo creyendo, a pesar de todo”—anotó en una de las secciones más citadas—“que la gente es realmente buena de corazón”. Aquel apuntamiento, por una joven enfrentada a graves contrariedades, encierra una capacidad introspectiva ejemplar y una profunda lección de vida para todas las personas en todos los tiempos.

Recuerdo mi primer encuentro con el Diario de Anne Frank, siendo, también, adolescente.  Quizás lo que más me impactó fue la manera tan corriente y carente de histrionismos como Anne enfrentaba las desventuras, no por ello dejando de plasmar sus inquietudes y ansiedades.

Valoré profundamente la mirada que sus páginas nos permiten a una vida subyugada a los vejámenes del totalitarismo y la pérdida de libertad, excesos lamentablemente aún no superados, a pesar de la evolución del género humano.

Más tarde, de visita en Ámsterdam, pude ver la casa donde estuvo situado el escondite de Anne y su familia. Así como resulta difícil asimilar que un paisaje urbano tan hermoso y apacible pudiese haber contenido tanta angustia y sufrimiento, hoy—a ocho décadas del inicio de ese trágico encierro—resulta difícil entender que, a pesar de tantos avances logrados, el odio, la violencia, la mentira y la opresión sigan siendo instrumentos de los poderosos en detrimento de la humanidad.


Columna originalmente publicada en La Prensa (Panamá), el 6 de julio de 2022. El autor es politólogo e historiador; director de la maestría en Asuntos Internacionales en Florida State University, Panamá; y presidente de la Sociedad Bolivariana de Panamá.


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