Por: Carlos Guevara Mann
En el auditorio Ricardo J. Alfaro del Ministerio de Relaciones Exteriores se celebra hoy, entre 8 AM y 2 PM, el sexto Congreso de Derecho Internacional Público, cuyo artífice es el Dr. Juan Cristóbal Zúñiga, destacado especialista en la materia. La entrada al evento, en homenaje a la memoria del Dr. Julio E. Linares, es gratuita y vale la pena asistir.
Siempre es oportuno conversar sobre la materia. En la actualidad, se hace imprescindible, frente a las flagrantes violaciones de esa normativa perpetradas contra Ucrania.
La causa del problema es, precisamente, la violación del derecho internacional por parte de Rusia y su solución gira en torno al respeto a dicha normativa. Particularmente, a la observancia de la soberanía y la integridad territorial de los Estados, postulado fundamental del sistema internacional, según lo consagra la Carta de las Naciones Unidas (1945).
A pesar de haber sido pisoteado por el dictador Putin y sus secuaces, el derecho internacional se mantiene como el instrumento más eficaz de los países débiles ante las ambiciones de los poderosos. Desde la fundación de los Estados americanos, la confianza en el derecho internacional forma parte de nuestra tradición política más esclarecida.
Estadistas como Harmodio Arias, Ricardo J. Alfaro, Octavio Méndez Pereira—y, antes que ellos, Justo Arosemena y Belisario Porras—entre otros, cultivaron el derecho internacional y recurrieron a él para promover los intereses nacionales. En más de una ocasión escuché a Carlos Iván Zúñiga y a César Pereira Burgos, entre otros, exponer sobre dicha disciplina jurídica como un componente primordial, no solo de nuestra política, sino de nuestra nacionalidad.
El apego al derecho internacional como tradición americana se remonta a los inicios del período republicano y su gran impulsor fue Simón Bolívar. El Libertador comprendía plenamente su valor para proteger la independencia de los antiguos territorios españoles ganada con tantos sacrificios.
La igualdad soberana de los Estados, el reconocimiento diplomático y las alianzas para promover fines comunes eran puntales de la política exterior bolivariana. Una de las principales preocupaciones de Bolívar fue conseguir para las repúblicas hispanoamericanas el reconocimiento como Estados soberanos, a la par de las vetustas monarquías europeas.
Desde su primer encargo político, en 1810, como emisario de la Junta Suprema de Caracas ante el gobierno británico—en la que participó junto con Andrés Bello y Luis López Méndez—Bolívar tuvo como objetivo conseguir que el Reino Unido reconociera la independencia de Venezuela Muchas derrotas debió infligir a las fuerzas realistas antes de que los países ajenos a la región admitieran a los nuevos Estados americanos como miembros plenos de la sociedad internacional.
No fue hasta julio de 1822 cuando Estados Unidos, el primero de ellos, reconoció a Colombia, en virtud de lo cual David Craig, el primer cónsul extranjero, arribó al istmo, abril del año siguiente. El Reino Unido no quiso quedarse atrás y, en octubre de 1823, nombró cónsules en Argentina, Chile, Colombia, México y Perú, entre los cuales estuvo Malcom MacGregor, primer cónsul británico en Panamá.
El inicio de nuestras relaciones consulares alcanzará su bicentenario el año entrante. Esperemos que no pase sin pena ni gloria.
En 1825, el gobierno británico recibió las cartas credenciales de Manuel José Hurtado (padre del famoso educador), embajador de Colombia y primer enviado hispanoamericano reconocido en una corte europea. La República de Colombia, cuyo presidente era Simón Bolívar, abarcaba entonces los actuales Estados de Ecuador, Colombia, Panamá y Venezuela.
Las consideraciones anteriores y muchas otras sustentan el liderazgo de Bolívar como fundador del derecho internacional americano. Como lo asevera el Dr. Juan Cristóbal Zúñiga, el Libertador, en numerosos discursos y epístolas, expuso “conceptos sobre igualdad jurídica, modos de solución pacífica como la mediación, los buenos oficios, la conciliación y el arbitraje, así como los principios de justicia internacional y cooperación mutua.”
Recomendó, además, “la codificación del Derecho Internacional” y la solución de controversias limítrofes a partir del antiguo precepto de derecho romano, el uti possidetis juris; en otras palabras, que se admitieran como legítimas fronteras de los nuevos Estados los límites territoriales vigentes al término de la dominación española, a fin de evitar disputas innecesarias y controversias estériles entre las repúblicas recién fundadas.
Bolívar impulsó la negociación de pactos bilaterales, como el Tratado de unión, liga y confederación perpetua entre Colombia y Centroamérica (1825), el cual sirvió de base para el acuerdo multilateral propuesto en el Congreso de Panamá (1826), que vincularía a los cuatro Estados participantes—Centroamérica, Colombia, México y Perú—en un mecanismo de defensa conjunta y solución pacífica de controversias.
El Libertador entendía que su propuesta de alianza entre las incipientes repúblicas hispanoamericanas sentaría las bases de un nuevo sistema internacional. No en vano afirmó, en la circular que remitió en 1824:
“El día que nuestros plenipotenciarios hagan el canje de sus poderes, se fijará en la historia diplomática de América una época inmortal. Cuando, después de cien siglos, la posteridad busque el origen de nuestro derecho público y recuerde los pactos que consolidaron su destino, registrarán con respeto los protocolos del Istmo. En él encontrarán el plan de las primeras alianzas, que trazará la marcha de nuestras relaciones con el universo. ¿Qué será entonces del Istmo de Corinto comparado con el de Panamá?”
Hoy, son pocos los que comprenden el alcance y, menos aún, cultivan en nuestro medio el derecho internacional. Uno de ellos es quien se turna conmigo al servicio de este espacio, los miércoles, en el diario libre de Panamá: el profesor Alonso Illueca, joven cultor de esta rama de las ciencias jurídicas, en cuya actividad sigue la trayectoria de su padre y su abuelo, y quien también expondrá en el sexto Congreso de Derecho Internacional Público, esta mañana, para edificación de quienes lo escucharemos con atención.
El autor es politólogo e historiador; director de la maestría en Asuntos Internacionales en Florida State University, Panamá; y presidente de la Sociedad Bolivariana de Panamá.
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