Por: Jose Maria Lassalle
La automatización tecnológica de nuestras sociedades se desarrolla de forma acelerada y exponencial. La transformación digital está cambiando el mundo e intensificando la globalización. Hasta el punto en que la humanidad en su conjunto está dando pasos definitivos hacia su completa digitalización.
No importa la cultura, la lengua, el status social y educativo, la religión o el nivel de renta. Todos los seres humanos, de un modo u otro, y de una forma más o menos intensa y acelerada, estamos experimentando cómo nuestra vida personal y profesional están cambiando por la tecnología, que a su vez crece en poder y amplía sus capacidades para influir en la vida individual y colectiva de los seres humanos.
Más de cinco mil millones de personas en el mundo usan Internet. Esto significa que el 63% de la población mundial interactúa dentro de la llamada Infoesfera al estar conectada online. Además, un 58,7% de la humanidad usa las redes sociales, porcentaje que se dispara hasta alcanzar sus ¾ partes si fijamos el corte de acceso a las mismas en los 13 años. Estos datos son posibles porque el 67% de los seres humanos tiene un smartphone que utiliza habitualmente.
Al mismo tiempo, la influencia que la tecnología tiene sobre la transformación de nuestra economía es bien conocida. El surgimiento de la llamada gig economy se asocia con la aparición de plataformas tecnológicas que utilizan datos y algoritmos. Hasta el punto de que hoy en día, el modelo capitalista se define ya como un capitalismo cognitivo basado en la información que proporcionamos los seres humanos cuando interactuamos en la infoesfera y que, traducida en datos, se gestiona mediante algoritmos diseñados para dar soporte a los modelos de negocio de las plataformas. Sin embargo, la automatización paulatina de la actividad desarrollada por estas últimas va sustituyendo progresivamente el trabajo humano mediante máquinas. Bien a través de robots, bien mediante Inteligencia Artificial (IA) o Internet de las Cosas (IoT).
En 2020, el 67% de la fuerza laboral estaba en manos de seres humanos, mientras que las máquinas concentraban el 33%. La previsión es que para 2025 la aportación humana se reduzca aún más, al 53% y la maquínica crezca hasta el 47%. A ello se añade que la introducción cada vez más amplia de la IA y la robótica va provocando la paulatina desaparición de empleos desempeñados por seres humanos. No solo a nivel de las actividades económicas ocupadas por ellos, donde la automatización reemplazará al trabajo humano en la mitad de las 800 ocupaciones conocidas, sino que avanzará gracias al progreso de la IA en los ámbitos hasta ahora especializados y vinculados a la gestión del conocimiento humano.
No hay que olvidar que los avances de la IA están relacionados con el aumento de las capacidades de producción, almacenamiento y procesamiento de los datos que se producen en el contexto de las interacciones digitales del ser humano o de las maquinas entre si a través de la industria 4.0 y el IoT. Sabemos que los datos son el soporte primo de la información que impulsa la economía de plataformas que define al capitalismo en el siglo XXI. Unos datos que no dejan de crecer debido a la digitalización del ser humano que antes veíamos y al incremento de la automatización de la empresa y el conjunto de las actividades económicas, tal y como señalábamos más arriba. Prueba de ello es el despegue exponencial del volumen de datos que genera anualmente en zettabytes, que es la unidad de almacenamiento de información equivalente a 1021 bytes. En 2010 el volumen de datos que generaba la infoesfera era de 2 zettabytes. En 2015 pasó a 16 y en 2020 a 67. Las previsión para 2025 es de 180.
La gestión eficiente de este crecimiento del volumen de datos que desarrolla la infoesfera, supera las capacidades de la inteligencia humana individual y colectiva. La relación entre el aumento exponencial de los datos y el desarrollo del modelo de gig economy que impulsa el capitalismo a nivel global, está favoreciendo el desarrollo de sistemas de IA cada vez más evolucionados y autónomos. Esta circunstancia es lo que está provocando la apuesta innovadora que está detrás del empuje que experimenta en los últimos años esta tecnología exponencial y que ha fijado para 2050 alcanzar el objetivo de lo que se denomina una IA fuerte o general. Esto es, una IA con capacidades de procesamiento de información infinitamente superiores a la inteligencia humana y que, además, genere y comprenda el entorno en el que se desenvuelve al contextualizar, generar intencionalidad y ser creativa.
Hasta el momento, los progresos de la IA se basan en diseños de algoritmos que procesan, conforme a leyes lógicas, la información de que disponen. Incluso pueden aprender y alcanzar conclusiones sintéticas progresivas, reconociendo emociones humanas con gran precisión, pero no operar desde ellas y penetrar en el ámbito de la creatividad humana propiamente dicha. La cuestión está en saber qué pasará mañana. Especialmente si la IA puede evolucionar por sí misma, impulsada por procedimientos de aprendizaje reforzados y maximización de recompensas y castigos que les permita entender sus propios contextos, establecer escalas de valores para su conducta, atribuirle marcaciones de significados cambiantes a su desempeño en la realidad y alcanzar una noción de sentido común.
Para lograr esta IA fuerte o general se necesitan datos que reflejen con mayor precisión el conjunto de la capacidad cognitiva del ser humano, así como los resortes psíquicos que la hacen posible. Una labor de registro de las emociones humanas que descansa en aplicaciones cada vez más sofisticadas que permiten captar la psique mediante entornos inmersivos que sondean nuestra actividad neuronal. Esto es lo que sucede, por ejemplo, con Metaverso y otras aplicaciones similares. Todas ofrecen experiencias de simulación digital de nuestra personalidad dentro de una nube que codifica la actividad psíquica que desarrollamos en ella. El horizonte que se esconde detrás del impulso de estas aplicaciones es favorecer una IA que replique nuestra inteligencia y tienda a la paulatina sustitución del ser humano en el ámbito de profesiones que tienen que ver con la creatividad.
¿Queremos que esta frontera sea rebasada también por la IA? La respuesta, en mi opinión, ha de ser radicalmente negativa porque, entre otras cosas, no me imagino un futuro sin máquinas, pero tampoco sin seres humanos. Eso significa que hay que anticipar un futuro que permita el desarrollo de entornos laborales donde el ser humano y la máquina colaboren y se complementen.
Para lograrlo es necesario que el ser humano se reserve la capacidad de liderar la creatividad en su sentido más amplio. Primero, impulsando un ámbito regulatorio que, a través de los llamados neuroderechos, nos proteja como especie frente a la lógica de sustitución que acompañe inconscientemente al fomento de una IA fuerte o general. Y segundo, favoreciendo un ámbito de conocimiento y de experiencias digitales que ofrezca al ser humano una capacitación educativa basada en el aprendizaje continuo de herramientas críticas que permitan su empoderamiento cognitivo sobre las máquinas. El objetivo es atribuir a la humanidad el liderazgo sobre la transformación digital del planeta que desarrollen las máquinas bajo la supervisión creativa y ética de aquélla.
José María Lassalle es profesor de Filosofía del Derecho en ICADE y de Gestión de la complejidad en el Instituto de Empresa.
Nota publicada en Los Blogs del BID reproducido en PCNPost con autorización
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One Response to "¿Puede la inteligencia artificial desplazar la creatividad?"
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