Por: Andrés Quintero Olmos.
Mi primer Tour de France fue el de 1998. Me enamoré de Pantani, de su estilo y de su aterrador ritmo de subida en la etapa de “Le Galibier”, en la cual sobrepasó a Jan Ullrich, camisa amarilla, por 9 minutos, cogiéndole el liderazgo y sacándole 6 minutos en la general. Pero nunca olvidaré que también fue ese Tour el que partió la historia del ciclismo en dos. Fue durante esa edición que explotaron los primeros grandes escándalos de dopaje y se materializaron las sanciones a través del emblemático caso Festina.
Desde ese entonces muchos de los vencedores de esta competencia han sido sancionados por dopaje. Armstrong ganó siete camisetas amarillas consecutivas sin ningún problema, a pesar de que toda la prensa deportiva sabía de sus inhumanos rendimientos. Hoy, a sabiendas de su trampa, le retiraron sus trofeos. Los corredores de hoy son rehenes de este pasado inmediato de Ullrich, Armstrong y Pantani que dañaron con sus fraudes la imagen de este deporte. Es así que, en mi opinión, el ciclismo había perdido de su mística hasta Nairo.
Nairo Quintana me volvió nuevamente adicto al Tour de France. No solo por su historia personal, que lo convierte cada vez más en leyenda, sino por su humildad y demoledor talento a la hora de subir. Pero principalmente por algo subjetivo: por nacionalismo, porque es colombiano, y porque aquí los talentos se viven más por la evidente falta de oportunidades.
Pero si Nairo también se dopa, ¿qué pasa? ¿Diríamos nosotros que es un complot contra Colombia a imagen y semejanza de Estados Unidos en la época de Armstrong? Lo cierto es que para esta edición del Tour algo huele a raro en cuanto a los rendimientos de Froome y Quintana.
Según el diario francés Le Monde los watts de estos dos corredores, es decir, la potencia desarrollada, fueron anormalmente altos. Estos se calculan a partir de una fórmula que combina velocidad, distancia, pendiente, peso del corredor, entre otros. Según los expertos cuando un corredor desarrolla en una subida más de 410 watts es anormal y constituye un indicio de dopaje. Por ejemplo, cuando Froome le sacó más de un minuto a Quintana en los Pirineos se estima que desarrolló 419 watts (no se sabe con exactitud el peso del corredor en el momento del ascenso por eso hay 5% de margen de error). Ante semejante proeza deportiva el mismo Armstrong declaró: “Claramente Froome está muy fuerte. ¿Demasiado fuerte para estar limpio? No me pregunten, no tengo ni idea”. En la escalada de Alpe d’Huez, Quintana parece haber subido a un ritmo inhumano de 430 watts, algo que para muchos es fuertemente sospechoso.
Los colombianos estaremos más proclives a decir que Nairo es un prodigio de la bicicleta, lo cual para mí es cierto como lo fue Pantani en su momento, pero nadie podrá ser tan ingenuo y poner su mano en el fuego por él. Con todo corazón prefiero nunca saber si Quintana se dopa; optaría por quedarme con mi nublado patriotismo y seguir exaltando al héroe boyacense, porque de la ignorancia se deriva -a veces- la felicidad.
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