Tras su aclamada trilogía de la conquista de América, el colombiano William Ospina salta del siglo XVI al XIX para ahondar en otra de sus obsesiones, el Romanticismo, en “El año del verano que nunca llegó”, una novela que indaga en el mecanismo de creación de mitos y clama por defender los “sueños de libertad”.
Una novela en la que Ospina se vio “forzado” a convertirse por primera vez en su vida en personaje de su propio relato, en protagonista de la búsqueda “con perspectiva” de todas las piezas del “mosaico” que dio lugar al nacimiento simultáneo en el verano de 1816 de dos mitos icónicos del terror: Frankenstein y el Vampiro.
Ese extraño verano, recuerda en una entrevista con Efe Ospina (Padua, Tolima, 1954), se reunieron durante tres días en una mansión en Suiza, llamada Villa Diodati, junto al lago Leman, varios protagonistas del Romanticismo, con Lord Byron a la cabeza.
Fueron tres días terribles, que fueron como una larga y tenebrosa noche provocada por inclemencias meteorológicas extremas ligadas a la catastrófica erupción volcánica de Tambora, en la isla de Sumaya, unos meses antes y que convirtió en invierno “el verano que nunca llegó” de 1816, al quedar gran parte de los cielos del hemisferio norte cubiertos de nubes de azufre y cenizas que enfriaron el clima.
Algo que Lord Byron y sus invitados desconocían, por lo que vivieron aquellos días en un ambiente cargado de misterio y nerviosismo, entre relámpagos, terribles ráfagas de viento y relatos de terror leídos a voz alta junto al gran fuego de la chimenea.
Sus acompañantes eran su médico personal John Polidori, el poeta Percy Shelley, Mary Wollstonecraft (más tarde conocida como Mary W. Shelley), Claire Clairmont, hermanastra de Mary y amante de Bayron, así como la condesa Potocka y Matthew Lewis.
Fue precisamente Lord Bayron quien les propuso a todos ellos, en aquel contexto, que escribiesen un relato de terror. Solo Polidori y Mary Wollstonecraft asumieron el reto. Ella compuso “Frankenstein o el moderno Prometeo”, que publicó en 1818, y en él exploraba temas que también interesan a Ospina como la moral científica, la creación y destrucción de vida y la audacia de la humanidad en su relación con Dios.
Polidori creó “El vampiro”, que publicó anónimamente en 1919, y que reproducía algunos rasgos de Lord Byron, y que más tarde sirvió en parte de inspiración al irlandés Bram Stoker para su Drácula.
Y es que a Ospina, considerado una voz imprescindible de la literatura latinoamericana, “le llama mucho la atención” el mecanismo de generación de mitos y porqué ciertos personajes logran “escapar y vivir fuera de los libros”, como también ocurrió, dice, “con Don Quijote o Cristo”.
El galardonado con el prestigioso Rómulo Gallegos 2009 de novela por “El país de la canela”, especula que para lograr la “condición mítica de haber escapado del libro” un personaje tiene que “condensar preguntas muy profundas y a veces angustiosas de la condición humana y en particular de la modernidad”.
En Frankenstein se puede apreciar, enumera, las dudas por la vida artificial, por la vida después de la muerte, sobre si el cuerpo es separable del alma, si la vida es solo una función o es algo más.
En el Vampiro también está la cuestión de la vida después de la muerte, pero también el “carácter voraz del amor, esa capacidad de absorber la vida del otro bajo la metáfora de chupar su sangre”.
Por eso, Ospina está convencido de que el Romanticismo no responde a las necesidades de una época, principios del XIX, sino “a las necesidades profundas de la humanidad, de su relación con la naturaleza, que es para nosotros -afirma- una pregunta urgente”.
“En ‘El año del verano que nunca llegó’ (Random House) palpita la sensación -añade- de que formamos parte del horizonte natural y que una gran conmoción del clima puede afectar profundamente a la cultura y a la imaginación, a la fantasía, y a la sensibilidad, a la capacidad de concebir cosas, de tener ideas y de tener sueños”.
Y al hilo de esa reflexión, el novelista, ensayista y poeta colombiano aboga por recuperar “muchos de los sueños de libertad que tuvimos al comienzo del siglo XIX y a lo largo del siglo XX, y a los que hemos ido abdicando (…) frente a los poderes que manejan el mundo” y que usan la tecnología para “manipular las conciencias” y “vender adicciones en un negocio descomunal”.
Tras “ahorrar en psicoanalista” al dar rienda suelta a sus obsesiones en sus libros, “al encerrarse con sus fantasmas” el tiempo de la escritura, Ospina inicia ahora una vida que adora: “el encuentro con los lectores” y el “diálogo apasionante” que mantiene con ellos y del que nacen con frecuencia “libros nuevos”. (EFE)
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