Por: Robert J. Samuelson.
WASHINGTON – Es importante que la historia se escriba correctamente –y la versión del economista y columnista del New York Times, Paul Krugman, es incorrecta hasta la exasperación.
Krugman escribió recientemente una columna sosteniendo que la eliminación de la inflación de dos dígitos, en la década de 1980, fue el principal hecho económico de dicha década, y no los recortes en las tasa fiscales generalmente aducidos por los conservadores. En realidad, estoy de acuerdo en eso con Krugman. Pero después afirmó que Ronald Reagan no tuvo casi nada que ver con ese hecho. Eso es históricamente incorrecto. Reagan fue esencial.
En casi cuatro décadas de redactar columnas, no recuerdo haber dedicado anteriormente una columna entera a refutar la de otro. Si hubo alguna instancia, hace mucho que la olvidé. Pero el error de Krugman es tan evidente que justifica una excepción. Es también un asunto sobre el que sé bastante, puesto que escribí un libro sobre ese tema: “The Great Inflation and Its Aftermath: The Past and Future of American Affluence.” Esta columna deriva su contenido del libro.
Para aquellos demasiado jóvenes para recordar, éste es el contexto.
Entre 1960 y 1980, la inflación –la subida general de los precios al consumidor– se elevó incesantemente. Pasó de un 1,4 por ciento, en 1960, a un 5,9 por ciento, en 1969, y un 13,3 por ciento, en 1979. Cuanto más subió, más impopular fue. La gente temía que su paga y sus ahorros no pudieran mantener el ritmo de los precios.
Y peor aún, el gobierno parecía impotente para vencerla. Los presidentes desplegaron complejos controles y directrices de salarios y precios. No funcionaron. La Reserva Federal –custodia de las políticas crediticias– pasaba de normas flexibles a otras estrictas, esforzándose por controlar la inflación y mantener el “pleno empleo” (considerado como un 4 o 5 por ciento de tasa de desempleo). Pero no consiguió ninguna de las dos cosas. Desde fines de los años 60 hasta principios de los 80, hubo cuatro recesiones.
La inflación se convirtió en un monstruo, desestabilizando la economía y destruyendo la confianza en el liderazgo nacional. La Encuesta Gallup pedía habitualmente a los encuestados que seleccionaran “el problema más importante que enfrentaba la nación”. Entre 1973 y 1981, el “alto costo de vida” fue el No. 1. La gente perdió la fe en el futuro, como lo ha hecho ahora.
La historia de Krugman es simple. La Fed es “en gran parte independiente del proceso político” y, bajo su presidente Paul Volcker, “estaba determinada a reducir la inflación”, escribió. “Apretó su política, enviando las tasas de interés a alturas astronómicas, con las tasas de las hipotecas por encima de un 18 por ciento.” El resultado fue “una severa recesión por la que el desempleo llegó a cifras de dos dígitos, pero que también quebró la espiral salarios-precios.”
Efectivamente. Para 1982, la subida en los precios al consumidor cayó a un 3,8 por ciento. Volcker acabó con la inflación.
¿Fin de la historia? En realidad, no.
Lo que Reagan proporcionó fue protección política. Los fracasos anteriores de la Fed para sofocar la inflación reflejaron la falta de voluntad de mantener políticas crediticias severas durante suficiente tiempo como para eliminar la psicología inflacionaria. Diversos presidentes prefirieron un enfoque distinto: las políticas salarios-precios construidas sobre la premisa agradable (pero poco realista) de que podrían suprimir la inflación, sin poner en peligro el pleno empleo.
Reagan rechazó ese camino vano. A medida que el horrendo costo social de las políticas de Volcker se hizo palpable –la tasa de desempleo mensual se elevó finalmente a un 10,8 por ciento, pico posterior a la Segunda Guerra Mundial– la tasa de aprobación de Reagan se hundió. En mayo de 1981, era del 68 por ciento; para enero de 1983, fue del 35 por ciento.
Aún así, Reagan apoyó a la Fed. “Me reuní con el presidente [de la Fed] Volcker varias veces durante este pasado año,” dijo a principios de 1982. “Confío en las políticas de la Reserva Federal anunciadas.”
Esa paciencia posibilitó que Volcker triunfara, aunque requirió unos dos años de crédito estricto. Es dudoso que cualquier otro candidato presidencial plausible, republicano o demócrata, hubiera actuado en forma tan paciente y contenida. Durante el ataque monetario de Volcker, hubo muchas propuestas del Congreso, respaldadas por miembros de ambos partidos, para reducir el poder de la Fed, bajar las tasas de interés y despedir a Volcker. Si Reagan hubiera aprobado cualquiera de ellas, la Fed hubiera tenido que replegarse.
Lo que Volcker y Reagan lograron fue un triunfo económico y político. Económicamente, acabar con la inflación de dos dígitos preparó la escena para un cuarto de siglo de expansión casi automática (en verdad, tan automática que produjo la complacencia que condujo a la crisis financiera 2008-9 –pero ésa es otra historia). Políticamente, Reagan y Volcker demostraron que los líderes pueden actuar de manera que, aunque inicialmente sea poco popular y dolorosa, beneficie al país a largo plazo.
Pero su triunfo fue resultado de una acción conjunta: Si uno de ellos hubiera faltado, el resultado hubiera sido muy diferente.
No hubo un acuerdo explícito entre los dos. Tenían lo que yo llamé un “acuerdo de convicción.” Volcker dijo, más tarde, de Reagan: “A diferencia de algunos de sus predecesores, tenía una fuerte aversión visceral a la inflación.” También la tenía Volcker. Ambos creían que el país no podía florecer con una inflación alta. Ambos actuaron sobre esa fe.
Volcker necesitaba el apoyo presidencial, porque la “independencia” formal de la Fed está sumamente afectada por la realidad política. La Fed, ha dicho Volcker, “debe operar … dentro de la gama de comprensión del público y del sistema político.” Reagan amplió esa gama.
Excluirlo de esta narrativa no es historia. Es ficción.
© 2015, The Washington Post Writers Group
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