La estación del Vaticano retoma el servicio: cada sábado, un tren conducirá a los turistas hacia el palacio de verano de los papas en Castel Gandolfo, un lugar encantador que Francisco desaira pero del que se benefician el público… y las cuentas de la Iglesia.
Seis vagones de estilo antiguo con asientos en madera clara barnizada salen traqueteando de la estación, hoy convertida en tienda de productos de lujo, y cruzan las puertas de la muralla del Vaticano.
San Pietro, Trastevere, Ostiense, Tuscolana: el tren se desplaza por la periferia de Roma, tapizada de hierba, y frente a las ruinas romanas de la via Appia, antes de tomar el asalto de las verdes colinas de los montes Albanos.
A la salida de un túnel, a 25 kilómetros al sureste de Roma, el elíptico lago de Albano, con el bosque de fondo, aparece. El tren se detiene en la estrecha estación de Castel Gandolfo, una aldea de empinadas colinas dominadas por el majestuoso palacio papal.
El papa Juan Pablo II (1978-2005) pasaba allí largas vacaciones, Benedicto XVI (2005-2013) acudía a menudo e incluso lo visitó un par de semanas el pasado julio en busca de temperaturas más frescas.
Francisco solo lo ha pisado en dos ocasiones relámpago, sin pernoctar. Tiene demasiado por hacer, según sus colaboradores.
El pontífice argentino, en cambio, deseó que otros puedan aprovechar el lugar. En 2014, los jardines de estilo italiano de la “Villa Barberini” fueron abiertos tímidamente al público, con visitas guiadas por grupos, con reserva. Pero Francisco el pragmático insistió y preguntó en abril al director de los Museos del Vaticano, la gran vitrina de esta ciudad-Estado de arcas casi vacías, si podía ampliar el proyecto poniendo en marcha un enlace turístico entre los dos palacios.
Un plan que cuesta 40 euros permite al turista presentarse a las 08H00 (06H00 GMT) en el museo del Vaticano para visitar “sin hacer fila” sus numerosas colecciones, así como la capilla Sixtina, para después atravesar los jardines del Vaticano a pie hasta la estación.
A la llegada a Castel Gandolfo, un autobús lo conduce directamente a las residencias papales, cuyas desconocidas terrazas conforman uno de los más bellos conjuntos paisajísticos de Italia.
Granja ecológica:
Un pequeño tren turístico blanco pasea al visitante a lo largo de cinco kilómetros por este enclave cautivador, bordeando también la granja bio, de donde salen las frutas, verduras y productos lácteos que se consumen en el Vaticano, así como la galería del emperador romano Domiciano, que se remonta al siglo I.
Tras cerca de una hora de paseo por Castel Gandolfo, que sirve, principalmente, para satisfacer a los comerciantes arruinados por la decisión de Francisco de permanecer en Roma, el tren del papa devuelve a los turistas al Vaticano al caer la tarde.
Para aquellos con un presupuesto más reducido, el Vaticano propone una fórmula por 16 euros, sin la visita al museo ni el autobús que enlaza con el Castel Gandolfo. “Puesto que no puede venir a pasar tiempo en Castel Gandolfo a causa de sus numerosos compromisos, Francisco ha querido tener un gesto generoso para que todos podamos visitar estos lugares cerrados durante tantos siglos”, explica Osvaldo Gianoli, director de las Villas de Castel Gandolfo.
El pontífice argentino asegura que es un hombre casero y que no sale nunca de vacaciones, una costumbre que ya tenía cuando era arzobispo de Buenos Aires.
Y mientras, en Castel Gandolfo, se añoran los viejos tiempos, sobre todo la época en que Juan Pablo II atraía a multitudes. La gente se desplazaba menos allí para ver a Benedicto XVI, pero desde la elección de Francisco en marzo de 2013, ya nadie visita la aldea. Algunos comercios y restaurantes han tenido que echar el cierre. (AFP)
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