Por: Francisco Manrique.
Este suceso ocurre después de que fracasaran estruendosamente los diálogos, que ingenuamente propició el Vaticano, entre la banda que hoy maneja ese país, y la oposición. Esta no ha sabido encontrar un norte común, fuera de tumbar a Maduro y sus secuaces, para acabar con la pesadilla de 19 años que ha arruinado al país más rico en recursos naturales del continente.
Las noticias de la semana pasada estuvieron concentradas en “la madre de las marchas” y la activación de 500.000 personas a quienes el régimen resolvió armar para defender “la revolución chavista” y la ” incompetencia de Maduro”. Es un paso adicional que ha desenmascarado la podredumbre que hay detrás del chavismo, apuntalado por los militares, y que hoy son los que menos interés tienen de cambiar la situación. Estos han sido los principales beneficiarios del desastre, que se viene cociendo a fuego lento desde hace dos décadas, en la olla de corrupción más descarada del continente.
Pero la semana pasada también tuvo otra particularidad: Santos finalmente resolvió desmarcarse de la pésima compañía de Maduro. Lo hizo con una declaración muy difícil de entender, que se parece más a otro de los deslices verbales a los que hoy nos tiene acostumbrados nuestro mandatario. La salida de Santos produjo la ira del dictador, quien amenazó con revelar los secretos de las negociaciones con las FARC, donde el gobierno venezolano jugó un papel muy importante desde cuando Chávez estaba vivo.
Pero hay otras razones, más asociadas a cálculos políticos, y que explican “la ingratitud de Santos” después de haber firmado el acuerdo con las Farc, según palabras de uno de los representantes de este grupo. En el orden interno, se le abrió la posibilidad a Santos de quitarse de encima el fardo del “castro chavismo” con el que lo acusado Uribe desde el 2012. Es un frío cálculo de una decisión política de cara a las próximas elecciones del 2018.
Dándole prioridad al objetivo de la negociación con las FARC, Santos se tragó varios sapos para lograr una negociación que dividió al país en dos, y de pasada, le volteó la espalda a los desmanes de Maduro en su país. Entre los bactracios más protuberantes que nuestro presidente aceptó, están el cierre de la frontera; los negocios de narcotrafico del “Cartel de los Soles”, como se conoce a los generales vinculados con este negocio; el envío de patrullas de la Guardia Civil a territorio colombiano; el apoyo de muchos años que los venezolanos le han dado a los grupos guerrilleros. Para no hablar de los insultos a los que periódicamente nos tiene acostumbrados Maduro cuando las cosas van muy mal en su país.
Para mí el efecto invisible de la tragedia de Venezuela, está representado por cientos de miles de personas de ese país, que han llegado a Colombia en condiciones muy precarias. Los testimonios que he podido escuchar recientemente sobre casos muy dolorosos de venezolanos arrimados en Ciudad Bolívar en Bogotá, son apenas la punta del iceberg que se repite en otras zonas de nuestro país.
En una conversación con un empresario venezolano, me comentaba que uno de los problemas más graves que tenía que enfrentar, era el apoyo a una masa creciente de refugiados de su país en Colombia, pero que no estaban unidos para enfrentar mejor su realidad. Me mencionaba también, el asombro y la angustia por la falta de solidaridad de muchos colombianos, con casos como el que mencioné en el párrafo anterior.
En nuestro caso hay una realidad: la llegada creciente de miles de venezolanos, que ante el colapso de ese país, se está convirtiendo en un tsunami. Este fenómeno tan complejo es nuevo para nosotros, y sin embargo, no ha despertado un interés especial. Hoy en día, estas personas son invisibles para la sociedad colombiana.
La verdad es muy preocupante: en los últimos años, miles de personas han cruzado la frontera en condiciones muy precarias, porque están huyendo de un pais rico, pero manejado con las patas. El gobierno de Maduro no puede ofrecerles alimentación, salud, y mucho menos protección. Y pesar de que le duela a esta caricatura de dictador caribeño, tiene que aceptar que Venezuela es en la actualidad un patéticamente ejemplo de un pais fallido, como evidentemente no lo es Colombia. Este argumento fue el que utilizó la semana pasada Maduro para responder a la críticas de Santos contra su gobierno.
Al reflexionar sobre las posibles opciones que Santos podría tomar, se me vino a la mente una conversación que presencié hace cuatro años con un líder en Israel. Esta persona nos estaba ilustrando a un grupo de colombianos, sobre la manera cómo volvieron el problema de la llegada de 1 millón emigrantes de la ex Unión Soviética, después de la caída del Muro de Berlín en 1991, en una inmensa oportunidad. En ese entonces, este país tenía 6 millones de personas, población que creció en casi un 20% en menos de dos años!!!.
La decisión de cualificar a los recién llegados, fue acompañada de apuestas arriesgadas en recursos, que rompieron muchos paradigmas que regían las políticas de Israel en esos años. Esta fue la base que permitió desarrollar más adelante una cultura única de emprendimiento, de base científica y tecnológica, y que hoy es la más avanzada fuera del Silicon Valley en los Estados Unidos. De manera muy inteligente, lo que hubiera podido ser un gran problema, se convirtió en las bases de un nuevo modelo de desarrollo, fundamentado en el talento y la preparación. de quienes llegaron en esa época a Israel.
Me pregunto si Santos y su gobierno, y en general los colombianos, no nos deberíamos estar haciendo la gran pregunta, ante la realidad de la llegada potencial de cientos de miles de venezolanos a nuestro país: ¿cuál es la oportunidad que no podemos dejar pasar y cómo la aprovechamos? ¿Cuáles serían los riesgos de no hacerlo?
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