Setenta años después de la liberación de los campos de concentración, una superviviente del Holocausto nazi recuerda como, con mucha determinación y providencia, ella y su hermana se salvaron en tres ocasiones de la muerte.
La primera vez fue en 1944, en Auschwitz. “Nos les quedaba gas”, cuenta Suzanna a la AFP en la residencia de ancianos de Chorech, al oeste de Jerusalén
Tenía 16 años cuando ella, su hermana y sus padres fueron llevados desde la ciudad de Kosice (la actual Eslovaquia) a Auschwitz.
A su llegada la desnudaron y la llevaron con otras mujeres a la “ducha”, una sala con olor a gas. La puerta de acero estaba cerrada con doble vuelta de llave. Algunas esperaban el chorro de agua con el jabón en la mano. Otras estaban aterrorizadas.
En cuanto se abrió la puerta, entendieron que había ocurrido algo. Que acababan de librarse de la muerte.
Las vistieron a toda prisa, con ropa de gitanas muertas por el gas mortal, y las hacinaron en camiones con destino a Estonia. Allí se obligaba a miles de mujeres a caminar cientos de kilómetros. El objetivo era, según explica, que murieran o quedaran muy débiles.
‘No soy un número’:
Como todo transcurrió a gran velocidad, la adolescente se libró del número tatuado en el brazo. “Estaba contenta de que no me hubieran hecho daño”, recuerda Suzanna, de 86 años. “Y sobre todo no soy un número, soy un ser humano”.
Su madre murió durante la caminata. Una tragedia que le hizo perder el habla durante un mes. Pero Suzanna aguantó. Para respetar las últimas voluntades de su padre que, cuando iba a la cámara de gas, le dijo: “Cuida a tu hermana”, Agi, cuatro años mayor que ella y de salud frágil.
“No pensaba en nada que no fuese salvar a mi hermana. Es lo que mi padre quería”, añade Suzanna. Setenta años más tarde está convencida de que esta promesa le permitió sobrevivir. También fue gracias a “la providencia” y a su “sexto sentido”.
Después de salir vivas de esta marcha, las dos hermanas fueron transportadas al campo de Stuffhof en Polonia. Al enterarse del avance de las tropas rusas, los nazis intentaron matar a los prisioneros con inyecciones letales.
Mientras los encargados pasaban por las filas, Suzanna tuvo tiempo para susurrarle a su hermana y a otras tres mujeres que giraran el brazo para que la jeringa no alcanzara ninguna vena.
‘Algo debe sobrevivir’:
Pero el veneno hizo efecto de todos modos. “Mi mano no respondía”, recuerda Suzanna. Entonces sacó un poco de heno del colchón y lo apretó fuerte contra el brazo: “estalló, como un géiser”. Salió sangre y trituró la herida con una brizna de paja hasta sacar el veneno.
Hizo lo propio con el brazo de su hermana y se la llevó a lo alto de una colina, desde donde la empujó para que rodara hacia abajo. En ese momento apareció un oficial nazi. Suzanna tuvo el reflejo de hacerse la muerta y el oficial la empujó, con lo que también salió rodando colina abajo.
Poco después un pie de Agi acabó gangrenado, pero se salvó gracias a una amputación.
Las dos hermanas emigraron más tarde a Israel, donde Suzanna se casó y tuvo una hija y dos nietos. Agi también se casó pero no tuvo hijos. Falleció en 2013 a los 88 años.
Entonces Suzanna decidió revelar su increíble historia al director de cine Yarden Karmin, que hizo una película.
“Mi último deber es contar esta historia”, explica Suzanna. Porque “algo debe sobrevivir” a Agi. (AFP)
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