Por: Sri Mulyani Indrawati.
Directora Gerente y Oficial Principal de Operaciones Banco Mundial.
Existen bastantes problemas en el mundo para mantener despiertas en la noche a las autoridades responsables de las políticas. Los mercados bursátiles mundiales y de China se han visto agitados por la reciente volatilidad; los precios de los productos básicos se han desplomado, y las inquietudes relativas a la seguridad han aumentado. Todo esto plantea interrogantes acerca de la salud de la economía mundial. Este año podría llegar a ser un año peligroso, lleno de desafíos y preocupaciones en el ámbito de la lucha contra la pobreza.
El año 2015 terminó con buenas noticias: por primera vez en la historia, el número de personas que viven en situación de pobreza extrema bajó a menos del 10 % de la población mundial. Los nuevos Objetivos de Desarrollo Sostenible y el acuerdo sobre el cambio climático de París dan un gran impulso a nuestro esfuerzo de sacar de la pobreza a los 700 millones restantes que aún viven en esa condición y, al mismo tiempo, generar un crecimiento económico con un enfoque climático inteligente.
Imagen de Voces, del Banco Mundial.
Prácticamente nunca antes un grupo tan grande de Gobiernos, empresas, organismos internacionales y organizaciones de la sociedad civil acordó objetivos tan ambiciosos y puso los bienes públicos mundiales por encima de los intereses nacionales. Ahora, los dirigentes políticos deberán transformar las palabras en acción. Y al parecer 2016 podría ser un año en que se necesitará de manera urgente contar con un liderazgo inteligente y decisivo.
En primer lugar, la recuperación económica mundial es débil. Si bien Estados Unidos exhibe cierta fortaleza, Europa y Japón siguen siendo frágiles. Lo más preocupante es que las economías emergentes y los países en desarrollo —que impulsaron el crecimiento durante la década pasada— muestran un desempeño deficiente. Brasil y Rusia atraviesan por una recesión y la economía de China se ha desacelerado. El comercio mundial no está mejorando y el aumento de la productividad sigue siendo débil.
En segundo lugar, es probable que los precios de los productos básicos permanezcan bajos. Los suministros de petróleo son altos y no se espera que la demanda mejore pronto, en especial de los antiguos motores de poder económico en los mercados emergentes. En consecuencia, los exportadores están sintiendo los efectos y sus presupuestos muestran enormes brechas.
Los precios bajos son buenos para los importadores; esos precios pueden crear las condiciones para reformas fundamentales relacionadas con políticas energéticas, como la eliminación de los subsidios perjudiciales. Pero el 30 % de los pobres vive en países exportadores de petróleo y los déficits presupuestarios en estas naciones llevan a una reducción del gasto en programas de bienestar social y en otras medidas que favorecen a los pobres.
En tercer lugar, estamos sufriendo los peores efectos de El Niño desde fines de los años noventa, lo que expondrá a 10 millones de personas en África oriental y meridional, América Central, y el Caribe a una aguda inseguridad alimentaria. El cambio climático agrava estas consecuencias.
El cuarto problema es el aumento del número de conflictos. Como resultado, 60 millones de personas –la cifra más alta desde la Segunda Guerra Mundial– se encuentran ahora desplazadas dentro de sus propios países o viven en condición de refugiados en el extranjero. Los conflictos y la persecución continúan causando un enorme sufrimiento humano y debilitan la cohesión social en sociedades enteras, a lo que se suma la paralización económica.
Estos riesgos tienen un carácter global y con frecuencia se refuerzan unos con otros. Frente a los potenciales efectos secundarios, se necesitan respuestas coordinadas y globales para abordar estos riesgos. En el menor de los casos, ellos representan un conjunto complejo de peligros y desafíos. En el peor de los casos, podrían traducirse en un retroceso en que los pobres y los vulnerables serían los más afectados.
Necesitamos realizar esfuerzos mundiales para conservar y aumentar los avances que hemos logrado en la lucha contra la pobreza. Pero no tendremos éxito si no contamos con un buen liderazgo.
En 2017, cuando miremos hacia el año que pasó, un grupo de líderes debería sobresalir: los encargados de formular políticas que aplican reformas profundas para que sus economías sean más resistentes frente a la ola mundial de incertidumbres; aquellos que implementan políticas fiscales para proteger el gasto social destinado a los pobres y, al mismo tiempo, conservar los recursos escasos, y aquellos que firmemente mejoran la productividad al tiempo que persiguen políticas inclusivas para limitar la brecha y las posibles tensiones entre los ricos y los pobres.
Con un escaso espacio normativo y graves dificultades, ellos tendrán que tomar decisiones difíciles para implementar el cambio. Tendrán que enfrentarse a grupos de interés poderosos. Quizás su popularidad se vea afectada y los buenos resultados de sus medidas no sean evidentes durante meses o incluso años. Ellos tienen que mantenerse enfocados y seguir con su compromiso de ayudar a las personas a salir de la pobreza y evitar que vuelvan a caer en esa condición. Tienen que hacer esto porque se trata de una decisión correcta desde el punto de vista moral e inteligente desde el punto de vista económico.
Así que, al inicio de un año caracterizado por un entorno económico mundial incierto, bajos precios de los productos básicos, un clima inestable y el continuo aumento de las inquietudes relativas a la seguridad, lo que más me preocupa es que no tendremos suficientes líderes con la voluntad política de no solo sobrevivir a la tormenta sino de surgir como ganadores en la lucha contra la pobreza.
Nota publicada en Voces, Perspectivas del desarrollo del Banco Mundial, reproducida en PCNPost con autorización
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