Por: Samuel Azout.
En la desigualdad de ingresos se originan muchos de los problemas más apremiantes de la sociedad. Estudios recientes sugieren una fuerte relación entre desigualdad y violencia. Aquellos países, regiones o ciudades más desiguales tienden a tener mayores niveles de violencia.
En aquellos lugares donde más familias han quedado rezagadas o excluidas, y/o donde los ricos se han apartado más del promedio de ingresos, se presentan más homicidios, atracos, violaciones, y otros crímenes. [1] Nos corresponde preguntarnos: ¿Porqué? ¿Qué ocurre al interior de las personas que las hace más violentas cuando la distribución de ingresos es más desigual?
El siquiatra James Gilligan del Centro de Estudios Sobre Violencia de la Universidad de Harvard sostiene que los actos violentos tienen su origen en sentimientos de vergüenza y humillación. La mayoría de los actos violentos en el mundo son perpetrados por hombres entre los 17 años y 27 años. Las mujeres, por su parte, presentan tasas de homicidios mucho más bajas que los hombres. Para los hombres lo más importante es el status, para las mujeres lo primordial es la belleza y el atractivo físico. Los hombres se tornan más violentos cuando no alcanzan el status o posición social deseada. Pierden lo más preciado, su dignidad y su honra.
También se sabe que los jóvenes que crecen sin padres – desafortunadamente, es el caso de cientos de miles de familias encabezadas por madres solteras en nuestro país –, están predispuestos a comportamientos hipermasculinos, donde la importancia del status cobra aún mayor fuerza.
La intimidación, el maltrato, el abuso, el matoneo, la discapacidad, la vida precaria y la ausencia de ingresos, despiertan sentimientos de humillación y vergüenza entre los jóvenes. En sociedades desarrolladas el acceso a ciertas cosas como ropa, servicios de salud, educación y vivienda digna, les permite recobrar algo del status perdido, pero en países muy desiguales son pocos los que pueden tener acceso a esta protección social básica. En muchos casos el capital social y la confianza generada entre pobladores se convierte en un buen antídoto para la violencia. Sin embargo, este tejido tan importante se lastima cuando las brechas sociales y económicas son grandes.
La inseguridad es una de las grandes preocupaciones de los Colombianos. Aunque no todos somos víctimas directas de actos violentos, la calidad de nuestras vidas es afectada por el miedo a que nos atraquen en las calles. En las 11 ciudades más grandes del país, la inseguridad junto con la movilidad, son los problemas que más preocupan a los habitantes. Colombia tiene tres ciudades entre las cincuenta más peligrosas del mundo: Palmira, Cali y Pereira. Barranquilla salió de la lista en el 2013, pero podría regresar al selecto grupo si mantiene una tasa de 30 homicidios por cada 100000 habitantes.
La correlación entre desigualdad y violencia es fuerte y consistente. Está comprobado que los orígenes de la violencia están asociados al atropello a la dignidad de los jóvenes. En vez de concentrarnos exclusivamente en dotar las ciudades de costosas cámaras, armas y policías para reprimir, no deberíamos ocuparnos en desarrollar auto estima, confianza y el control de emociones de nuestros jóvenes?
El deporte con pedagogía aplicada puede ayudar a nuestros jóvenes a desarrollar valores y habilidades tales como empatía, resolución pacífica de conflictos, asertividad, auto reflexión, pensamiento autónomo y trabajo en equipo. También la música, el teatro, la danza, la poesía y tantas otras expresiones humanas pueden ayudar a desarrollar las llamadas habilidades blandas. Son herramientas costo eficientes y poderosas que permiten que nuestros jóvenes se sientan útiles, apreciados, y ennoblecidos, alejándolos de la violencia y el crimen.
Es hora de atacar la inseguridad con inteligencia, no solo con fuerza.
[1] R. Wilkinson, K Prickett, The Spirit Level. New York: Bloomsbury Press, 2010.
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