Por: Samuel Azout.
En el año 2005 el Presidente de Venezuela Hugo Chávez introdujo en Latinoamérica el Socialismo del Siglo XXI, una especie mezcla entre socialismo democrático y liberalismo. La idea tomó mucha popularidad, no solo por el carisma del líder que la propuso, sino en respuesta a las políticas económicas capitalistas que habían aumentado desproporcionadamente las brechas económicas y sociales en Venezuela y otros países. En el Socialismo del Siglo XXI se democratizarían los medios de producción, y los trabajadores participarían en la gestión de las empresas para alcanzar mayor equidad económica y social. A diferencia de posiciones más extremas, el sistema no prometía acabar con el mercado, sino gobernarlo. Al movimiento se sumaron el Presidente Evo Morales de Bolivia, el Presidente Rafael Correa de Ecuador y hasta el Comandante Fidel Castro en Cuba.
Desafortunadamente, el Socialismo del Siglo XXI no ha logrado los resultados esperados, solo ha dejado ruina y frustración. En Venezuela el crecimiento económico fue -16% en 2016, – 14% en 2017 y -16% en 2018. La inflación, por su parte, ha sido 255%, 720% y 2500000% sucesivamente en estos mismos años. La deuda pública venezolana ha pasado de USD 30 mil millones a USD 150 mil millones en 10 años. El desempleo en Venezuela ronda el 33%, la pobreza multi dimensional aumentó al 51% de la población y la expectativa de vida se redujo en 3.5 años durante el mismo período. Por tanto, no sorprende que más de 2 millones y medio de venezolanos hayan emigrado de su país, más del 40% de ellos a Colombia.
Ante el estruendoso fracaso del Socialismo del Siglo XXI y populismo Bolivariano que lo acompaña, los electores en América Latina no parecen motivados a inclinarse por esta opción política. Más bien, muchos ciudadanos de este continente están siendo atraídos por una revolución más silenciosa, pero no mucho menos dañina. Se trata del Feudalismo del Siglo XXI, una especia de versión moderna del sistema que gobernó a Europa Occidental durante la época oscura de la Edad Media.
A diferencia de la Edad media, en el Siglo XXI el feudalismo esta disfrazado de democracia; el señor feudal se hace elegir a través de compra de votos, clientelismo, y favores políticos. En el Feudalismo del Siglo XXI el señor (o la familia) feudal es dueño no solo del poder político, sino de los negocios y de los medios de comunicación. En el Feudalismo del Siglo XXI el jefe feudal, gracias a su poder económico, político y mediático, se hace también dueño del poder judicial, logrando impunidad ante corrupción y abusos de poder. De esta manera, se perpetúa y se vuelve indestructible.
En el Feudalismo del Siglo XXI los señores feudales logran acomodar la democracia, alternando el poder con su núcleo cercano. Muchas veces gobiernan en cuerpo ajeno, es decir, a través de títeres que hacen elegir a su acomodo. Mantienen el poder sin necesidad de re elección, en una especie de puerta giratoria. En el Feudalismo del Siglo XXI los empleados públicos dejan de sentirse servidores de los ciudadanos y empiezan a comportarse como dueños de los territorios.
En el Feudalismo del Siglo XXI el paternalismo político aparenta velar por la vida del pueblo, pero en realidad lo mantiene sometido. El resultado es poca o ninguna movilidad social.
Este sistema también resulta en exclusión sistemática a todo aquello que, por bueno que sea, represente una amenaza a la exclusividad del poder. Este fenómeno utiliza su dominio para callar mentes y palabras disidentes. Primero intenta seducir y si no lo logra, margina cualquier alternativa de poder. Este sistema logra tener calmado al pueblo con migajas que generalmente son ampliadas por los mismos medios de comunicación que controlan. El Feudalismo del Siglo XXI se presenta de manera más amplia en las provincias alejadas de la capital. No por casualidad, es allí donde permanece socialmente inmovilizada la población más pobre. En las grandes ciudades, donde hay mayores niveles de educación y voto de opinión, es más difícil imponer el sistema con toda su pureza.
La acumulación de poder del Feudalismo del Siglo XXI retrasa los logros sociales, atropella la innovación, excluye a actores valiosos, restringe las libertades y limita las potencialidades individuales. El Feudalismo del Siglo XXI atrasa las posibilidades de prosperidad colectiva.
Las sociedades que avanzan son aquellas en las cuales el voto es libre y auténtico, los medios de comunicación son independientes, la justicia es autónoma y soberana, y el poder económico y político es plural.
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