Por: Rosa Cañete.
Coordinadora de la campaña “Iguales” contra la desigualdad en América Latina y el Caribe de Oxfam.
Hablar de desigualdad es molesto, no solo para los que se llevan la peor parte sino también para los que se llevan la mejor. Es como cuando tu hermano te acusa de haber tomado dos porciones del pastel cuando a él solo le tocó una. La desigualdad nos reta éticamente. Esta es una de las razones por las que es una lucha tan difícil de impulsar, particularmente en América Latina y el Caribe, la región más desigual del mundo en el reparto de su ingreso y su tierra.
Como hablar de desigualdad no gusta a muchos, durante décadas los gobiernos de la región —al igual que entidades tan influyentes como el Banco Mundial y el FMI, y muchas otras organizaciones de cooperación— fijaron su atención en el crecimiento y la lucha contra pobreza, no en la desigualdad. En América Latina y el Caribe les fue bien en la última década, gracias a que el pastel aumentó ayudado por el alza de los precios internacionales de nuestros recursos naturales. La región creció y la pobreza monetaria disminuyó considerablemente gracias, no solo al aumento del pastel, sino también a diferentes medidas progresistas que adoptaron algunos países.
El problema es que cuando una sociedad no es capaz generar iguales oportunidades para todas las personas la reducción de la pobreza monetaria es un hecho muy voluble y, en algunos casos, casi una ilusión óptica. Esta ilusión se puede desplomar ante cualquier choque externo, como una enfermedad en la familia, un niño que nace con alguna discapacidad, la subida de la gasolina o la desaceleración económica. Doscientos millones de personas que dejaron de ser pobres en la década dorada ven ahora la amenaza de una economía que no crecerá, unos gobiernos que verán reducidos sus ingresos, unos servicios sociales de mala calidad y, sobre todo, unas capacidades que no han conseguido adquirir. El pastel ha dejado de crecer y ahora habrá que repartirlo mejor, si no queremos que a algunos no les toque nada.
En América Latina y el Caribe, aún sesenta millones de personas (el 10% más pobre) deben repartirse el 1.3% del ingreso, mientras 32 personas tienen tanta riqueza como los 300 millones de latinocaribeños más pobres de la región. En Honduras, hay 225 personas que ganan al año 16.460 veces lo que gana una persona perteneciente al 20% más pobre de la sociedad. Es decir, tu hermano se está comiendo casi todo el pastel.
La desigualdad nos habla de la necesidad de un reparto más justo y, por lo tanto, de conflictos de intereses. Los conflictos y las luchas de poder forman parte de cualquier democracia e incluso son naturales y saludables, siempre y cuando sean visibilizadas y debatidas en la arena pública, permitiendo que las diferentes voces se escuchen y que las decisiones políticas garanticen los derechos de todas las personas. Es decir, todos queremos mucho pastel, por lo que es necesario que intervengan mamá y papá para repartir de una manera justa.
El problema es que cuando la riqueza está concentrada también se concentra el poder o al revés. Los niveles de desigualdad que exhibe la región solo son posibles en democracias que no trabajan para las mayorías, en democracias secuestradas por élites políticas y económicas. Es como si mamá y papá no fueran tan justos y decidieran darle una gran parte del pastel a uno de los hermanos o, peor aún, ¡comerse ellos más de la mitad! Y esto es lo que está ocurriendo en nuestras sociedades. Los que deben equilibrar los diferentes intereses, en muchas ocasiones protegen solo unos o protegen solo los de ellos mismos. Las políticas fiscales, los bajos salarios mínimos, la mala calidad de la salud y la educación públicas, o la falta de acceso al agua son claros ejemplos de ello.
El debate sobre la desigualdad es esencialmente político, nos habla de si las políticas y las leyes representan o no los intereses de las mayorías. Las políticas que funcionan para repartir mejor el pastel ya han sido probadas, es necesario que los gobiernos latinocaribeños decidan representarnos a todos.
Porque no hablamos de un simple pastel sino de derechos de personas como tú y como yo, que son negados para proteger los privilegios de unos pocos.
Nota publicada en Oxfam, reproducida en PCNPost con autorización
SOURCE: Oxfam
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